Se esperaba. La maquinaria Marvel, aunque a veces pareciera permitirse riesgos, tiene acotado y fríamente calculado el desarrollo de su Universo cinematográfico. Esa es una de las razones por las que la primera Guardians of the Galaxy (2014) tuvo tanto éxito; sobresalió como un corte inusitado entre superhéroes sacados del mismo molde. La segunda y principal razón radicó precisamente en que esa naturaleza diferente fue llevada a la pantalla por un cineasta de orígenes tan excéntricos como Troma Entertainment, el acaso único bastión de independencia fílmica que queda en el panorama estadounidense.
La historia es conocida, James Gunn le dio al clavo con su filme y creó un consenso hasta en la crítica más reacia a este cine. La secuela, naturalmente, ofrecía otro tipo de retos a los que el cineasta sale apenas librado, aunque ya no con frescura y sí respondiendo a los parámetros Marvel que tan osadamente había desechado en la primera cinta.
Abogando (o justificando) la falta de descaro, está por supuesto el dilema clásico de cualquier secuela; Guardians of the Galaxy Vol. 2 pierde sorpresa e impacto porque ya no tiene que introducir y desarrollar a los protagonistas, sino retomarlos en el punto donde los dejó. Esto es como héroes (y mercenarios) reconocidos dentro de una misión que incluye rescatar unas valiosas baterías pertenecientes a una raza denominada Los Soberanos a cambio de que estos entreguen a Nebula (Karen Gillan), la aguerrida hermana de Gamora (Zoe Saldaña) y así poder cobrar la valiosa recompensa que los Nova Corps ofrecen por ella.
A partir de aquí, la historia de Gunn y Dan Abnett se desenvuelve sin el humor recargado por minuto de su antecesora y más bien sigue rutinariamente una serie de aventuras en las que Rocket hace enojar a los Soberanos y ahora tienen que huir de ellos. Sin embargo, el “game changer” llega de formas Spielbergnianas con la aparición de Ego (Kurt Russell), el padre de Star-Lord (Chris Pratt); y no menos con el papel de antihéroe que ahora juega Yondu (Michael Rooker) quien es indudablemente el personaje con el mejor arco narrativo de toda la cinta.
Ego, se nos dice, llevaba décadas buscando al hijo, y hoy, a pesar de que tiene que dar explicaciones y luchar contra la reticencia de Peter, hará todo lo posible por recuperar el tiempo perdido. Yondu por su parte vive en el auto exilio y es el “apestado” de los Ravagers (quienes son liderados por Stakar con Sylvester Stallone debutando en el MCU), lo que lo lleva a un motín al interior de su bando y posteriormente a acercarse a Peter para ofrecerle otra clave de su juventud.
Guardians of the Galaxy Vol. 2 pues, retoma la fórmula de cintas como Kramer vs. Kramer (Robert Benton, 1979), The Royal Tenenbaums (Wes Anderson, 2001) o hasta la misma Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964) (gag incluido), entre otras. Esta es, la de melodramas con familias disfuncionales, para encajar ahí —y forzar— a un grupo de superhéroes caracterizados precisamente por valores (o la falta de) contrarios. Un protagonista viviendo su propio y tardío coming of age. Dos hermanas que se resisten dramáticamente a la tregua. Un bebé al que pocos tienen tiempo de enseñarle aunque sea obvio que urge de atención (y cariño) de todos. Un tipo de coraza dura pero gran e inapreciado corazón. Y dos padres (¿mensaje acaso?) peleando la “custodia” (en este caso la atención) de un hijo aunque por razones muy dispares.
Lo de Gunn entonces sí tiene, de nueva cuenta, algo de inaudito en el Universo Marvel. Y no porque otras cintas no lo hayan intentado (ahí está ese aún redituable triángulo de tragedia griega que forman Thor, Loki y Odin) o porque le falte acción y fuegos artificiales (los tiene sobre todo en su conmovedora secuencia final), todo lo contrario pues hasta se filmó para ser apreciada exclusivamente en IMAX (lamentable por aquellos que no tengan acceso al formato). Lo que sucede es que Vol. 2 desconcierta, y de ahí que no haya cumplido muchas expectativas. Son nuevos el drama y los afectos encontrados en un conjunto absolutamente sinvergüenza que creíamos era incapaz de obedecer siquiera la más fácil de las órdenes.
¿Un cambio de dirección? Aunque parece que sí, lo cierto es que Gunn se vale de este conflicto para complementar aquello que era imposible (por tiempo y circunstancias de relato) en la primera cinta, es decir, el crecimiento o cohesión de los Guardianes como grupo de superhéroes. Vol 2 no nos brinda tanta información individual porque ya es el aporte de un universo mayor.
En el camino, desafortunadamente, se diluye buena parte de la vis cómica que determinó la personalidad de esta saga y también se pierden otros elementos relevantes a excepción por supuesto de la música.
A cambio, Gunn logra progresar exitosamente con su por demás interesante trama paralela de Yondu y la difumina como el núcleo central sin necesidad de abusar de los desencuentros o ser derivativo en las diferencias (algo de lo que pecó Whedon con Avengers) que eventualmente harán de estos Guardianes una verdadera familia.
Ese es el mensaje que Guardians of the Galaxy Vol 2 prepondera sobre easter eggs que le hubieran quitado carácter y que prefiere aventarlos en forma de auto parodia en cinco escenas post-créditos que igualmente funcionan para saber lo que Marvel no se cansa de repetirnos.
¿Tendrá el empuje para repetir la hazaña una tercera vez? Cuenta con los ingredientes y desearíamos que sí, pero se ve complicado sin un Baby Groot robando película cada uno de los segundos que sale a cuadro. ¿O a poco creían que esa introducción a ritmo de «Mr. Blue Sky» era sobre los Guardianes? Este, repito, fue el melodrama de una familia que ya se conoce. Lo demás es parafernalia periférica.