“Y sin embargo, se mueve.”
Ciudad de México, 1999. El año en el que sucedió todo. O no.
Y es que globalmente ese 1999 fue crucial. La transición hacia el Siglo XXI supuso una serie de circunstancias en las que cada país, territorio, religión, individuo, etc., tenía una inquietud diferente que a final de cuentas estaba caracterizada por un mismo sentimiento: la incertidumbre. Esta retracción innata hacia lo desconocido no era, es, ni será exclusiva de una ciudad o año, pero sí se manifiesta de diversas formas y por generaciones. El inevitable cambio. Miedo a dar el paso; hacia lo nuevo.
El llamado “síndrome de Peter Pan” se presenta aquí en forma de un departamento derruido habitado por Santos y Federico, “sombra”, dos jóvenes estudiantes en un impasse absoluto. Una huelga universitaria es la excusa perfecta para desarrollar esa condición esquizo-afectiva: la huelga de la huelga. Un bloqueo general como única respuesta. La inacción como protección. Hibernación del mundo. Pero la vida, afortunadamente, puede ser una película. Realidad y fantasía en un mismo plano. Rompimiento narrativo. Metaficción.
El aspecto ficticio comienza con Tomás, el hermano menor de “sombra”. El adolescente que llega de provincia a vivir con él en el departamento. El mal tercio que sacará a Santos y Sombra de ese pasmo-caparazón rutinario de concreto donde ya ni los servicios básicos parecen necesarios. El aspecto real son persecuciones donde el micrófono lavalier se cae sin que nadie se inmute, sin gritos de ¡corte! La realidad son claquetazos en pantalla que cierran opiniones reales sobre la trama. Tan fresco como particular. Todo filmado por una cámara ágil y juguetona que con esta nueva libertad de movimiento y descripción ha dejado atrás los planos calculados y fijos que caracterizaban el encierro. Eso sí, sin perder su formato 4:3 y su blanco y negro. Porque Güeros es película pero también retrato. Una instantánea que dura cien minutos. Una polaroid que habla aunque se diga filme.
Un filme que en su primer minuto es drama para cambiar rápidamente a la comedia y transformarse a partir del primer giro en una road movie. O city movie. Testimonio de la ciudad de México en un año determinante. Anti-guía turística. La urbe es el marco, sí, pero lo trascendente está en los protagonistas y más allá. En Sombra y sus ataques de ansiedad. En Santos, el “Sancho” que no dice mucho pero que siempre se muestra y habla en el momento preciso. En Ana, la enamorada de sombra que a pesar de su compromiso con una causa se las ha unido en su viaje por el DF porque tampoco está hecha para el encierro. Y en Tomás, el cisma que con sus deseos de encontrar a un antiguo compositor que convalece en algún punto desconocido ha despertado inquietudes dormidas, el que los ha unido en una determinación. Un significante familiar que han adoptado como grupo. El tan necesario vínculo afectivo. Palabras clave: adopción, empatía. Estos cuatro lo han hecho entre si y entre sus escenarios.
Entre el amplio Sur de cerros, complejos de vivienda y Universidades que aún se erigía como uno de los pulmones de esta ciudad en 1999; el Poniente financiero y presuntuoso que marginó sus barrios para edificar la modernidad sobre un relleno sanitario que eventualmente volverá a reclamar el pepenado como su actividad principal; El Norte sobrepoblado y sus diversos municipios y vías que de cualquier forma convergen en un mismo punto; El renaciente Centro y su escena alternativa que tardó sólo unos años en volverse anodina y pretenciosa.
Puntos cardinales que narran. Escenarios que exponen y enmarcan la jornada que estos chicos emprendieron involuntariamente. Un feliz accidente en el que el color de la piel o cabello, así como los cineastas snobs con su dizque arte se vuelven la broma constante a base del prejuicio (El señalamiento a la cómoda cultura del sesgo). Un viaje que los lleva a conocer personajes únicos, que les expanden la mirada a nuevas perspectivas e historias; que los hacen mejores.
El llamado “coming of age” en franca cruza con la Nouvelle Vague y el cine nacional. Afortunada propuesta. Triunfo mayúsculo del cine mexicano que sí se ve como Cine.
En el umbral del nuevo siglo, cuando temíamos (como los primates que somos, con ese presentimiento animal) al Y2K en forma de ridículo apocalipsis informático, el mundo y las historias que sí importan nunca se detuvieron aunque no nos diéramos cuenta. Anécdotas como Güeros que sucedieron y suceden en esta ciudad de fracasadas coyunturas. Experiencias que trascendían la agenda común. Teníamos que continuar, que perder el miedo a ese imponente tigre que nos cegaba, regresar a la vida. Había que amar. Había que crecer.