HEREDITARY: El Legado del Horror para el Siglo XXI

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Por: Sergio Bustamante.

 

Ahora sí. Llegamos a ese punto. Al cenit que apuntaba esa extraordinaria racha que el cine de género ha hilado en este aún joven Siglo.

De The Babadook (Jennifer Kent, 2014) a la incomprendida Lords of Salem (Rob Zombie, 2012), de los nuevo clásicos que son It Follows (David R. Mitchell, 2014) y The VVitch (Robert Eggers, 2015), hasta el fenómeno comercial de la brillante Get Out (Jordan Peele, 2017), el horror y sus vertientes ya fueran psicológicas o humorísticas, se había erigido como la trinchera más propositiva del cine independiente en los últimos años. También la más cualitativa, pues las obras mencionadas (más otras de perfil menor como It Comes at Night o What We Do in the Shadows) hicieron a un lado cualquier concesión comercial en aras de una visión autoral que, felizmente, les redituó en todos los sentidos.

A esa estela de éxito ahora se suma Hereditary, filme del debutante (característica que comparte con varios de los títulos aludidos) Ari Aster y cuyo resultado, decíamos, es la realización de la gran obra que definiría todo el esfuerzo colectivo mencionado. No es exageración ni alabanza gratuita: Al fin podemos decir que las comparaciones con los grandes son justas y Hereditary es la película de terror definitiva de esa década. Y de varias antes.

Como suele suceder cuando un filme se ve rebasado por las reacciones, contradictoriamente la que provoca Hereditary no es unánime. Ha llegado a ser clasificada hasta de ridícula, pero he ahí una de las claves: no comprometer su condición al gusto popular. Aster construye primero que nada un sólido drama familiar rehuyendo las tendencias actuales a la hora de conectarlo con lo sobrenatural, y ya muy entrados en el desarrollo es que ofrece un giro estremecedor que básicamente reinicia la cinta y comienza -igualmente dándose el tiempo para conectar pistas y ofrecer nuevos guiños- a transformar a sus protagonistas.

¿Es acaso entonces ese primer acto lo que no ha conectado con toda la audiencia? ¿Esa extensa descripción del drama post pérdida de un ser querido? ¿O son las herramientas que emplea para elevar el horror que contiene la historia? Tal vez la respuesta se encuentra precisamente en la forma. Aster, sabedor de que una cinta como ésta no logrará fácilmente el elogio “de boca en boca”, se deshace de las convenciones y jumpscares facilones en pos de una atmósfera tremendamente malsana que inquieta a grados casi insoportables. Y qué mejor que el núcleo familiar para ello.

Así conocemos a Annie (Toni Collette), la angustiada protagonista que ve en la muerte de su madre una oportunidad para recomponer la seca relación que tiene con sus hijos Charlie (Milly Shapiro), Peter (Alex Wolff); y su esposo Steve (Gabriel Byrne). Por supuesto, existe culpabilidad. He ahí la primera contrariedad a la que nos expone la narración: la muerte de la matriarca no debe ser motivo de alivio, pero dado el antecedente de esquizofrenia familiar sumado a los extraños hábitos de la señora, la escasa comunicación madre-hija así como la influencia que la abuela ejercía sobre la pequeña Charlie, se entiende que la pérdida eventualmente conducirá hacia un mejor ambiente en el hogar. Sin embargo, esto es sólo el primer paso de un mal de proporciones inimaginables.

La gran virtud del cineasta no es esconder el rumbo de la trama (que igualmente lo logra), sino explorarlo por medio de figuras y símbolos que transmiten la sensación de que estamos ante algo siniestro. Dosificar las dosis de mala vibra entre una estructura de tragedia griega donde hasta los dioses deben cumplir un destino.

En este caso nuestra narradora Annie, quien por muchos esfuerzos de normalidad que intente, va descubriendo voluntariamente o la mala que algo no está bien en la familia. Si la extraña personalidad de la chica Shapiro juega un primer rol esencial, Aster nos desafía a dejar de pensar en ello (quitarnos esa mala costumbre de tratar de adivinar) cambiando audazmente el argumento para enfocarse en la complejidad del tema familiar cuando las malas noticias caen una tras de otra. En ese contexto de disputas, misterios y verdades afloradas es donde los mecanismos de cinta de terror comienzan a hacer lo suyo no por los medios que esperamos, repito, sino por preguntas que resultan también escalofriantes: ¿qué pasa cuando hay un cáncer (por decirlo así) en ese núcleo familiar? Cuando desconocemos a quien creíamos conocer. Esa es la vena que aprovecha Aster para desintegrar a sus personajes, para deslizarse de la metáfora a la más demoníaca de las literalidades.

Un escenario en el que Annie, vía la colosal (merecedora de premios) interpretación de Collette, materializa sus miedos y traumas en unos minuciosos dioramas que funcionan también como estilizado control narrativo. Como protección. Y cuando ella comprenda (o haga el intento) que ese falso poder (esas bonitas maquetas) sobre lo que está sucediendo a su alrededor es casi nulo, que las herencias familiares a veces son una condena inevitable y que la mejor (o única) salida es procurar salvar a los que vienen después de nosotros, es que Hereditary muestra sus cartas hilando una serie de soberbias secuencias que no bajan el ritmo hasta sus delirantes e impactantes minutos finales.

Aster no da un respiro ni un espacio de calma al espectador. Su dirección e inserción de grandes referencias es admirable, pues la historia está minada de pequeños detalles y plot points que, cuando se piensa ya van a desahogarse en una conclusión, sofocan con otra justificada vuelta que no hace más que alargar la angustia. Imposible describirlos o ahondar en ello sin arruinarle la experiencia al espectador, pues la propuesta también los emplea para confundirnos entre lo real y la locura. ¿Es esa enorme casona la figura de lo que ocurre dentro de Annie? ¿El ático de los horrores como metáfora de mente trastornada? ¿Las maquetas rotas un ceder ante la herencia? Así es como se trabaja el mejor cine de horror. En esa fisura Aster deja que escojamos nuestro propio veneno y de cualquier forma tiene un rotundo mazazo final donde las explicaciones, quizás de más, hielan la sangre.

Terror en estado puro.

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