Por Marco A. Flores Zavala
200 años del natalicio de Jesús González Ortega
Está en distribución, desde hace días, la versión electrónica de Historia del pueblo mexicano [Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, Secretaría de Educación Pública, noviembre de 2021]. El libro es coordinado Eduardo Villegas Megias y Felipe Ávila. El documento cuenta con una presentación del presidente de la República.
Historia del pueblo mexicano no es ajeno a la genealogía de la una narrativa nacional y de largo aliento, como Estudios sobre la historia general de México de Ignacio Álvarez (Zacatecas, Imprenta de Ruiz de Esparza, 1875-1877); Historia de Méjico de Niceto de Zamacois; México a través de los siglos, elaborada por varios autores; México: su evolución social, coordinado por Justo Sierra… Doy un salto, para no detenerme en la amplia data.
El libro está integrado con 24 ensayos, elaborados por 22 académicos versados en los temas y los períodos que exponen (no incluyo a Eduardo Villegas – Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México- y Rafael Barajas Durán –desconozco su trabajo y adscripción-).
Los textos están distribuidos en cinco capítulos: Conquista, resistencia indígena y virreinato, el uno; La Independencia, dos; La Reforma, tres; La Revolución, cuatro; y La lucha por la soberanía económica, los derechos sociales, la justicia y la democracia, cinco. No me detengo en número de páginas.
Salvo el apartado de Barajas, que es un resumen repetitivo –sea de Costeloe y Taibo II- casi panfletario, el resto de artículos son tratamientos serios donde la interpretación histórica no se convierte en ideología –ni al revés-.
Los capítulos, que son cortes de ciclos políticos, contienen dos novedades en la historiografía de conjunto nacional: las mujeres y sobre diferentes grupos étnicos y económicos (indígenas de disímiles regiones, afrodescendientes, campesinos y obreros) presentes y participantes en las luchas y movilizaciones presentes en el pasado mexicano. Sí es historia política, también son visiones sociales, culturales y económicas.
Historia del pueblo mexicano permite tener una/otra visión de conjunto sobre el pretérito mexicano. Pero no es una narración con un discurso único; tampoco es marxista o de izquierda, y no se subordina a algo que la diatriba pudiese llamar “narrativa 4T”. Lo que sí va en ese tono “4T” es la portada y el texto de Barajas: mucho, demasiado personaje –recuerdan los nombres de calles y escuelas de las llamadas historias de bronce, de las que dan urticaria a las academias-.
En el conjunto del libro, el término pueblo/pueblos, que no es conceptualizado para las narrativas, es citado más de 300 veces; tanto como lucha/batalla. Sistema, el concepto, es otro asiduo en los ensayos. El personaje más citado es Juárez, 55 ocasiones; las más están en Barajas.
Cuatro detalles me provocan de Historia del pueblo mexicano: la introducción y Barajas contrastan con las explicaciones historiográficas de Gómez Álvarez, Falcón, Ribero Carbó, Meyer, Semo, Illiades, Kuri…
Dos: los ensayos se centran en los inicios-arranques de los ciclos, dejan en dos o tres líneas los avances y diferencia con las etapas precedentes. Los protagonistas siguen siendo los actores contra-elite y los directores de acciones políticas y movilizaciones (véase portada, que vinculan a los retratos dispuestos en los billetes y monedas en circulación; sus cuyos ejes centrales son sor Juana Inés de la Cruz y Benito Juárez).
El tercer detalle es que continúa siendo una visión desde el centro del país, ‘de la capital de México para la nación’; otro referente está en la procedencia de los escritores, son profesores de UAM, El Colegio de México, UNAM, INAH e INEHRM. Al parecer no hay universidades y escritores de tierradentro o provincia que hagan historia de México. La excepción es Ruiz Medrano –por cierto, viejo amigo e investigador visitante en Posgrados de Historia de la UAZ-.
El cuarto punto: se carece de la definición y exposición de elementos que permitan comprender a los otros (los explotadores, los desleales y traidores que hicieron los conservadurismos, el monarquismo, el militarismo, la forja y uso del neoliberalismo).
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El jueves 19 de enero se cumplen 200 años del nacimiento de Jesús González Ortega. Uno de los hombres que combatieron en favor de la Constitución de 1857 y el gobierno republicano de Benito Juárez.
La trayectoria del zacatecano es importante desmilitarizarla (no tenerlo sólo como general o héroe; que su biografía no sean las batallas), para situar cómo fue el devenir de quienes se asumieron como ciudadanos en la construcción del Estado nacional: alfabetizado, comerciante, profesor, burócrata, escritor. También, al tenerlo como político –quien procura ejercer el poder-, es un hilo para notar cómo era la política en Zacatecas, quiénes los políticos y sus formas de acción…
Hay una faceta que expongo: El general fue un escritor
La presencia del general liberal Jesús González Ortega (1822-1881) en la república de las letras de Zacatecas, puede justificarse por su trabajo en la secretaría del Ayuntamiento de la villa de san Juan Bautista del Teúl. Esta labor lo integró al grupo de individuos que monopolizaba los cargos burocráticos dedicados al asentamiento de los actos de gobierno y participaba en los circuitos de producción y consumo de la cultura escrita. En esos cargos también estaban los preceptores de primeras letras, trabajo que igualmente hizo el postrero republicano.
Pero, existen otras actividades lecto-escriturales en el haber de González Ortega, mismas que consolidaron su integración al espacio público literario y luego, paulatinamente, lo llevaron al espacio público político. Este desplazamiento fue posible porque entonces no existía la diferenciación entre las acciones culturales y las políticas. Más todavía, la escritura literaria era entendida como un hecho cívico y pedagógico que servía para la formación de las ciudadanías.
En los párrafos siguientes se presenta una reseña de las actividades de eminente carácter cultural que realizó Jesús González Ortega en el lustro de 1850-1855. Al mismo tiempo que se desempeñaba como secretario del ayuntamiento en la villa de san Juan Bautista del Teúl, estableció una agencia de suscripciones de libros que provenían de la ciudad de México; fue orador en las ceremonias cívicas y en las tertulias que él y sus coetáneos organizaban en el Teúl y en Tlaltenango; y, escribió textos poéticos que circuló en las mesas de redacción de periódicos de Guadalajara y de Zacatecas.
González Ortega abrió la agencia de suscripciones de libros en 1853. La cerró cuatro años después. Lo hizo cuando dejó Taltenango para desempeñar el cargo de diputado local (1857). En la venta de libros sustituyó a su amigo y familiar: José María Sánchez Román. El primer catálogo que ofertó fue el de la casa Cajigas, de la ciudad de México. En su nómina contenía obras de José Zorrilla, Gertrudis Gómez de Avellaneda, de Alejandro Dumas padre e hijo, de Alfonso de Lamartine, enciclopedias. Contenía todo el romanticismo decimonónico, europeo y americano. La venta era por obras completas y libros por entregas. Las siguientes empresas que le enviaron sus catálogos fueron Rueda y Riesgo, Buxó y Aguilar, y Juan S. Navarro.
La correspondencia que González Ortega sostuvo con esas empresas, indica que el negocio se mantuvo; que existieron ganancias pecuniarias y recepción de libros como pago. Es decir, reportan hechos que evidencian una activa labor de persuasión ante los compradores. Su área de venta no se circunscribió sólo al partido de Tlaltenango, pues tuvo compradores en Guadalajara y en Zacatecas. La nómina de suscriptores, que construyó sin hacer prorrateos, también le adquirió los periódicos El Pobre Diablo (1855-1857) y La Sombra de García (1857). Siendo voluntaria la adhesión a la red lectural que construyó, permite nombrarla como una relación social moderna, donde él fue el eje cultural.
El éxito que obtuvo en esta actividad, permite inferir que sus preferencias literarias tuvieron aceptación porque eran similares a las de los suscriptores. Es decir, ejerció una práctica por los mismos gustos culturales de sus coetáneos. Para constatar este enunciado, vaya un indicio: en la biblioteca que forjó desde esta etapa, el liberal González Ortega poseía la revista El Ateneo Mexicano (1844), cuyo corresponsal en Zacatecas era Victoriano Zamora, quien sería el dirigente de la Revolución de Ayutla en la entidad. Y él será precisamente quien enrolará definitivamente en la política a González Ortega, pues lo designó jefe político de Tlaltenango en 1855.
Jesús G. Ortega (así firmaba la documentación), escribió textos poéticos y políticos para leerlos en público. Esta faceta, de escritor-lector comisionado por la comunidad literaria de su pueblo, lo sitúa como un intermediario cultural entre la autoridad y los oyentes. En la lectura de los textos se percibe que, para desempeñar el rol de intermediario, tuvo antes el reconocimiento de escritor. En enero de 1853 leyó un poema “improvisado” en el salón de la casa municipal. Ahí expresó: “De la unión, sí, bajo la égida saera;/ Ved también los escombros de mil pueblos/ Que dejó la discordia con su saña./ Me separó el recuerdo de otros tiempos/ Del principal objeto, que hoy arranca/ El entusiasmo ardiente de mi pecho,/ Las emociones plácidas del alma./ No tomé el laúd para cantar grato/ Las conquistas sangrientas, las matanzas,/ Cual vil adulador que espera honores/ Del guerrero cuyas proezas canta […]/ Ni para decir en tristes endechas/ De mi infeliz patria las desgracias. / ¡No: un vate mexicano sólo debe/ En silencio llorar afrenta tanta!/ Lo tomé, sí, para pulsar sus cuerdas/ Por los hondos pesares desgarradas,/ Hoy que el teulteca de ternura llena/ Con sonrisa os dirige una mirada […]”
Antes de ese texto, quien luego será reconocido como un militar republicano, inició su colaboración en periódicos de la región. En 1849, en un periódico de Guadalajara apareció un poema que dedicó a al exgobernador Manuel González Cosío (1790-1849). Luego, en 1851, al solicitar su suscripción a La Concordia (1851-1854, periódico oficial del gobierno de Zacatecas), envió el poema “En la tumba de un poeta”. Aceptado el texto por los responsables de la publicación, apareció en abril de 1851. El poema fue dedicado a Severo Cosío, a la sazón secretario de gobierno. Cosío le respondió con una elocuente carta:
Debo tributar a usted mi reconocimiento por la poesía que tuvo a bien dedicarme, titulada En la tumba de un poeta. La cual ha salido en el último número del periódico oficial y además se ha publicado suelta. Le remito algunos ejemplares. Tanto más grato me ha sido este obsequio de parte de usted, porque carezco de todo mérito para que me lo dedicara. Yo lo acepto como una primicia de su talento y de sus sentimientos poéticos y generosos, deseando que los perfeccione y desarrolle para que llegue a hacer honor a la literatura de su patria y en particular al estado de Zacatecas.
Desgraciadamente nuestra juventud vive abandonada, vive sin ilusiones, sin esperanzas ni recuerdos. Esto consiste por su poca dedicación a la literatura y a que no cultiva sus facultades con la constancia y el esmero que se necesita para ilustrarlas. Veo que usted sin estímulo alguno, y desde el páramo donde se halla, sigue una senda diversa, y mucho me complazco con ello, asegurándole que si no la abandona, obtendrá la satisfacción de merecer las simpatías de todos los amantes de la literatura.
No deje usted evaporar los sentimientos de su juventud. Trabaje en sus horas de desahogo y tendremos nuevas producciones, que yo siempre recibiré con gusto para darles publicidad, amenizando con ellas el periódico del estado, o cualquiera otro donde sea conveniente insertarlas.
Se le hicieron algunas ligeras variaciones a su poesía, pero sin alterar su sentido. Ella contiene versos muy hermosos que le harían honor a cualquiera que estuviese más familiarizado con este ramo de la literatura (Zacatecas, abril 19 de 1851).
Destaco dos de las cuestiones que le colocan en el status de escritor. La primera es, que el texto, desde la competencia literaria de Severo Cosío, reunió los requisitos para su publicación en el periódico más importante del estado. Un dato que permite situar la valía de la aceptación es la trayectoria del mismo Cosío, quien tuvo su iniciación literaria pública en 1844, cuando publicó un poema que dedicado a Fernando Calderón. La segunda cuestión es la promesa de publicación. Misma que cumplió conforme recibió textos que tuvieran la calidad de la primera colaboración. La aceptación permitió que ingresara al grupo de escritores que cubrían la sección de variedades de los periódicos impresos en la ciudad de Zacatecas y que entonces se reducía a Josefa Letechipía de González (esposa de Manuel González Cosío) y a los profesores del Instituto Literario Vicente Hoyos y Octaviano Pérez.
El reconocimiento de poeta, que obtuvo González Ortega desde su primera colaboración, le permitió continuar publicando en el periódico oficial. Lo hizo incluso cuando Cosío salió de la secretaría de gobierno y ocupó el cargo Vicente Hoyos. Con este cambio La Concordia dejó su lugar a El Registro Oficial (1853-1855). Por cierto, en este último impreso aparecerá, por primera vez en Zacatecas, el himno nacional mexicano, con la anotación de que los jurados que votaron por tal pieza poética fueron José Joaquín Pesado y Manuel Carpio (El Registro Oficial, marzo de 1854).