Por: Sergio Bustamante.
El primer encuentro entre Patrizia Reggiani (Lady Gaga) y Maurizio Gucci (Adam Driver) se da durante una fiesta de máscaras en la cual Maurizio es un personaje ajeno a todo el carácter de la fiesta. Mientras en esa casona todo son conversaciones a gran volumen, vestimentas estrafalarias, música disco, baile, etc., Maurizio, ataviado en un anticuado traje, prefiere refugiarse en el rincón más solitario de la fiesta. No es casualidad que Patrizia, al dirigirse a la barra por un trago, lo confunda con un mesero. En lo que sí Maurizio parece estar en sintonía con el ambiente es en su forma de expresarse.
Cuando Patrizia y él comienzan a platicar hay una química casi inmediata que, piensa uno, se debe a la temática de la fiesta y sus respectivos coqueteos, sin embargo, la razón está en el inusual tono que Ridley Scott le da a éste largometraje.
Aunque House of Gucci fue masivamente promocionada como un melodrama basado en hechos reales, lo cierto es que se trata de una farsa que apela directamente a la llamada “Commedia dell’Arte”.
Originada en Italia durante el siglo XVI, la comedia del arte es un estilo de teatro cuya intención era satirizar a las clases altas y hacer crítica social por medio de la ridiculización.
Scott se inspiró en dicha escuela para moldear a sus personajes y darle a la cinta, al menos durante su primera mitad, un carácter colorido y exagerado que parece irle bien a su tema: la familia Gucci y la moda. Sin embargo, su personalidad cinematográfica de director serio le juega (incluso involuntariamente) en contra y le imposibilita sostener ese espíritu camp en aras de contar un drama que cumpla las convenciones de ser carnada para el Oscar.
Alejándose inicialmente de esa formalidad, House of Gucci nos conduce a través de una colorida sátira por los eventos que llevaron a la familia Gucci a disputarse cruelmente el control de la empresa familiar, desde el ascenso y trágica muerte de Maurizio, hasta las sucesiones que dieron paso a la marca que hoy todos conocemos.
El guión de Becky Johnston y Roberto Bentivegna, basado en el libro The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed (Sara Gay Forden), entreteje esta trama de intrigas y traiciones alrededor de la figura de Patrizia. Primero por la influencia que ella ejerce sobre Maurizio para que éste tome la oferta de trabajar como alto ejecutivo de Gucci, y después por su forma de inmiscuirse en las disputas familiares hasta ir perdiendo el compás moral de sus actos, lo cual se supone es la gran sustancia de esta historia.
De hecho, el inicio in medias res del filme así lo plantea: ¿qué llevó a Patrizia a planear el asesinato de su esposo? Sin embargo, dicha respuesta se pierde en un mar de ambigüedades ya que por un lado trata de contarnos toda la historia de Maurizio y Patrizia, quienes se casan en contra de la voluntad de Rodolfo Gucci (Jeremy Irons), padre de Maurizio y uno de los grandes patriarcas de la casa. Rodolfo no quiere que el hijo abandone su promisoria carrera de abogado ni que se relacione seriamente con Patrizia, a quien considera una vil cazafortunas, situación que provoca un distanciamiento entre ellos.
Y por otro lado está Aldo Gucci (Al Pacino), quien representa el cincuenta por ciento de la empresa y cuya labor en las oficinas de Nueva York es lo que mantiene a flote el nombre Gucci a pesar de la competencia de otras marcas de alta costura que se han adaptado a las tendencias mientras Gucci se ha ido quedando atrás.
Aldo está consciente de eso, pero no confía en su hijo Paolo (Jared Leto) como esa mente que modernizará la marca, pues a pesar de que Paolo sí externa interés en el mundo de la moda, es también a todas luces incompetente y sin talento. Es por ello que Aldo comienza un sutil cortejo hacia el matrimonio de Maurizio y Patrizia con el objetivo de que sea Maurizio, disciplinado y trabajador, quien tome poco a poco las riendas de la empresa.
Son quizás demasiados minutos los que la película se toma en unir los deseos de estos personajes y Scott, confiado en que las carnavalescas actuaciones cargan con el peso de la trama, va descuidando dos elementos muy atractivos: las motivaciones de Patricia y el estilo camp que había establecido al inicio y el cual se va desvaneciendo conforme avanza el relato.
El resultado es que pasamos muy poco tiempo en la intimidad de la relación de Patrizia y Maurizio, y las conclusiones que nos pide tomar (porque finalmente no la pinta como una absoluta arribista pero tampoco como víctima) dan la sensación de que Scott traiciona la cómica decadencia que proponía y terminamos viendo el melodrama de siempre, apurado por palomear los elementos que hacen a una cinta acreedora a premios de la Academia, y no la gran sátira que es cuando Patrizia o Paolo llevan el registro de su actuación a niveles en verdad hilarantes.
Fuera de eso la verdad es que es difícil criticarle a Scott una realización tan eficiente, ya sea en ritmo o en la sobriedad de sus planos. Si tan solo no se le hubiera antojado tomarse en serio la historia. Vaya, su reparto no lo hizo.