Por: Sergio Bustamante
Aparte de lucimiento técnico, el plano secuencia con el que Lorene Scafaria decide abrir Hustlers (Estafadoras de Wall Street), su quinto largometraje, tiene como objetivo realzar la división entre la opulenta clientela de un stripclub y sus empleadas, las bailarinas, en este caso.
La confirmación de ello viene en sus varias escenas tras bambalinas donde conocemos que estas mujeres, por muy bellas e inalcanzables que el club las haga parecer, tienen los mismos problemas y aspiraciones que la mayoría: familia, relaciones, hipotecas, trabajos, hijos, etc. ¿Quiénes son entonces la minoría que no comparte (al menos no todas) esas mismas inquietudes? Los ejecutivos de Wall Street para los que están reservados los mejores salones del club, por ejemplo. Hombres cuya riqueza solo fue posible al amparo de ese sistema que no sólo les permite ensuciarse las manos, sino que lo recompensa.
En ese contexto (el año es 2007) y basada en el artículo viral que publicara The New York Magazine, se nos cuenta la historia de Ramona (Jennifer Lopez) y Destiny (Constance Wu), dos bailarinas que forjan una sólida amistad y que, a partir de la recesión económica del 2008, las lleva a crear una asociación delictiva que consistía en seleccionar los mejores clientes del aquel club para llevarlos de fiesta, drogarlos y después vaciar sus cuentas bancarias.
La cinta, sin embargo, no entra de lleno en la veta criminal sin antes mostrarnos cómo era la vida de Ramona y Destiny tras la crisis, lo cual las lleva desde empeñar joyas hasta trabajar doblando ropa en tiendas. Es decir, viviendo su sacrificio e injusticias como que no se le permita a Ramona salir temprano para recoger a su hija en la escuela, pareciera que se desea pavimentar la justificación de sus crímenes a la “revenge film”, pero lo que en realidad hace el guión de Scafaria es pintar la desigualdad de este post capitalismo fallido cuyo resultado son, en este caso, mujeres desesperadas por tomar su rebanada del pastel cuando la bonanza desapareció. ¿Por qué sus clientes y supuestos amigos y ex empleadores no parecen haber sufrido ninguna crisis y ellas sí? Se trata pues de jugar en el mismo terreno que ellos ¿Cuál? El de la riqueza creada con base en la ilegalidad y todo lo que se mueve debajo de la mesa.
Hustlers entonces no cae en el revanchismo victimario, sino que incluso suma a un par de chicas Annabelle (Lili Reinhart) y Mercedes (Keke Palmer) con sus respetivos problemas al grupo de estafadoras; y las ubica como unas ladronas de ocasión que ahora tienen el mando (aunque los hombres crean lo contrario) y que sí son capaces de controlar sus impulsos. O eso creemos.
A manera de relato presente, el personaje de Dorothy le cuenta a una periodista (Julia Stiles) cómo fue que nació la empresa criminal con Ramona así como el ascenso y caída de ésta. Sabemos pues que algo salió mal y eso es lo más interesante de Hustlers: exhibir como a pesar de jugar el mismo juego de poder que sus ex clientes y estafados, estas mujeres comenzaron a asomar dudas morales que ellos ni de broma tenían.
Si Scafaria ya había romantizado un Nueva York amigable-hip en su adaptación de Nick and Norah’s Infinite Playlist (Peter Sollett, 2008) a partir de la novela de Rachel Cohn, la cual mostraba un Manhattan nocturno tomado por jóvenes de colegios privados, ahora como directora explora un aspecto más realista al mostrar lo difícil que también puede ser el mismo lugar en un contexto de quiebras económicas y desigualdades. Y no porque Hustlers maneje un formato a la grindhouse casi serie B, de hecho a sus primeros minutos le sigue una fotografía más estilizada emparentada con Nick and Norah, sino porque aterriza una situación que sí sucedió y elabora su propia tesis a partir de la ambigüedad de esos hechos.
A pesar de que éste grupo de “goteras” (término no empleado en la cinta pero que les va) eran criminales, ¿fueron acaso también víctimas? Hustlers no cae en la compleja tarea de responder eso y prefiere enfocarse en un sentido de auto reivindicación. En mostrar como este capitalismo puede empujar a alguien fuera de la ley en orden de no quedarse relegado, pero no puede deshumanizar completamente cuando ya se vivió del otro lado de la moneda.
Mafia del Siglo XXI solo hay una y no son estas llamadas “estafadoras”.