El primer tercio del gobierno de Peña Nieto deja muchas dudas, mientras que para el resto de la administración genera expectativas e incertidumbre. Nada nuevo si comparamos que así ha sido por lo menos desde el sexenio de Luis Echeverría Álvarez.
Al margen de la propaganda oficial, intensa y aburridora como siempre, solo que ahora aturde más porque la fuerzan entre las redes sociales; los dos primeros años del Peñato cuenta con aspectos interesantes a analizar.
Dada la obsesión de marcar diferencia con las dos administraciones panistas que le antecedieron, el priismo ha machacado desde que regresó a los Pinos, hacer creer a la opinión pública que su regreso al poder reanuda la tarea interrumpida en el 2000, de llevar justicia social a la población.
Colgado de las mismas estrategias emprendidas por Calderón para combatir al crimen organizado, aunque con montajes mediáticos un tanto modificados, la administración peñista cojea de la misma extremidad que el antecesor: capturas y abatimientos de delincuentes, pero sin mermar la estructura operativa y financiera de las principales bandas criminales que mantienen asoladas grandes extensiones territoriales del país.
Las docena panista heredó del PRI la bomba de tiempo que representaba el empoderamiento del crimen organizado, por la débil respuesta del Estado mexicano en las primeras siete décadas del PRIato, en todas sus facetas.
Fox, al hacerse de la vista gorda para enfrentarlo, consintió que los distintos carteles se apropiaran abiertamente del golfo de México y se acentuara su presencia en el norte del país; por su parte, Calderón, con muchos arrestos pero con oídos sordos no hizo más que alborotar el avispero.
No es extraño entonces que Enrique Peña, por más que controle a la mayoría de los principales emporios informativos, batalle para minimizar las situaciones de violencia que aun prevalecen en Tamaulipas, Michoacán, Veracruz, Guerrero, Jalisco, Sinaloa, Durango y Chihuahua.
En el rubro de combate a la delincuencia organizada y disminuir la inseguridad, Peña Nieto, lo mismo que Calderón, no aprueba; por el contrario, genera desconfianza por el manoseo de las cifras oficiales sobre secuestros, extorsiones y desapariciones forzadas.
En la cuestión de desarrollo económico, me remonto a aquella frase lapidaria del entonces candidato Fox, durante el debate con Labastida y Cárdenas, que decía ““Estimado señor Labastida, a mí tal vez se me quite lo majadero pero, a ustedes y a su partido el PRI, lo mañoso, lo malo para gobernar y lo corrupto no se les va a quitar nunca”.
Ha quedado demostrado desde la primera etapa al frente del poder, que al Partido Revolucionario Institucional no se le da eso de las fianzas públicas sanas y el crecimiento económico. En algún momento, allá por la década de los 90s, el Producto Interno Bruto (PIB) tuvo repuntes muy altos gracias a la bonanza de los precios del petróleo, recursos tan abundantes que alcanzaban para invertir en obras, pese al saqueo inmisericorde de las arcas públicas. Desde aquellos ayeres, la historia ha sido muy diferente.
Un poco más avezado, el calderonismo campeó la crisis del 2008, la que vino de fuera presumía. Con todo y su guerra poco inteligente contra el narcotráfico, supieron salir de la crisis y entregar, sí, un país con bajo crecimiento económico, pero arriba del 3.5%, muy lejano de los ínfimos índices que dominan los dos primeros años del peñato.
El limitado talento de los hombres de Peña, encargados de inyectar combustible al motor que mueva la economía, repercute en la constante caída de las proyecciones de crecimiento, apenas entre el 1% y 2%, que por añadidura se convierten en 400 mil empleos anuales; 600 mil menos de los que prometió Fox y de los 700 mil que llegó a generar Calderón al final de su mandato.
En materia de crecimiento económico, pese a que la reforma laboral opera desde hace más de un año, la administración de Peña no aprueba.
Donde sí hay resultados, aunque sea en papel, es en la aprobación de las profundísimas reformas estructurales. En este rubro Peña salió más listo que los dos presidentes del cambio. No hay duda, y pese a los lamentos de Calderón y el panismo de que el PRI bloqueó las reformas desde el congreso federal, lo cual es cierto, las circunstancias prácticamente fueron las mismas, ya que en dos momentos, uno para Fox y otro para Calderón, el PAN tuvo casi el mismo número de legisladores federales de los que ahora tiene el PRI. Si no fueron capaces de encontrar aliados, eso no es bronca de los tricolores.
Ahora bien, una cosa es plasmar en papel los deseos del presidente y el sentir de los legisladores que construyeron mayorías, y otra cosa es que funcionen. Podemos disentir de las formas y el fondo de las reformas aprobadas por el congreso, pero lo que no debemos permitir, es que legisladores y el mismo poder ejecutivo quieran cargar al ciudadano el éxito o fracaso de éstas. Ni madres, ellos las confeccionaron sin consultar a la pipol, por lo tanto ellos responden por lo que suceda.
Peña también se lleva palmas por las expectativas que genera al anunciar espectacularmente la construcción de otro aeropuerto internacional en la ciudad de México, la ampliación de 4 líneas del metro y el cambio de nombre del programa asistencialista de Oportunidad a Prospera.
Lo del aeropuerto es un proyecto a largo plazo en el que primero tendrá que sortear a los aguerridos ejidatarios del vaso de Texcoco, donde se planea construirlo. El lado positivo es que esta obra amplía las posibilidades de aumentar las visitas de turistas extranjeros e incrementar el intercambio comercial.
La ampliación de rutas de las líneas del metro concierne más a los capitalinos, por lo que los beneficios que traiga se solo concierne a los habitantes del centro del país.
El cambio de nombre al programa asistencialista Oportunidades no resuelve per se, los elevados índices de pobreza extrema que afectan a millones de mexicanos desde hace varias décadas. Ha sido, es y seguirá siendo un botín para el gobierno en turno de manipular cifras y usarlo con fines electoreros.
Mi conclusión de estos dos primeros años de peñato es que hay nada distinto a los que he visto en los últimos 7 sexenios. Algunos avances, muchos retrocesos, anuncios espectaculares y demasiada pirotecnia mediática. Los hechos y resultados hablan por sí mismos.
P.D. Espero sinceramente, por el bien de los mexicanos, que esas fregadas reformas y los anuncios espectaculares funcionen y traigan mejores condiciones de vida para todos, pero que sea antes del 2018, porque esa charra de la esperanza que nunca aterriza ya me la sé.