Ya llegó. Ya está aquí; a la vuelta de la esquina el tiempo de las campañas. Entre amigos, en la sobremesa, en los cafés, en los medios de comunicación y en las redes sociales, un gran número de personas hablan sobre las alianzas, los candidatos, los partidos, las traiciones y las lealtades. Pero también hay una gran, una enorme –y hasta podría decirse desproporcionada-, cantidad de esperanza. Hay tiempo para hacer la desesperanza a un lado y alzar una voz alta que repita: ¡ahora sí! Y, ¿ahora sí qué?: adiós corrupción, adiós nepotismo, adiós amiguismo; adiós teatro maroma y circo.
Y para no dejar, muchas personas, que nos sentimos un poquito más escépticas, respiramos hondo y nos decimos: algo bueno tiene que salir de todo esto. Pero esperamos en silencio y observamos la próxima jugada, la siguiente máscara, la trampa bien preparada, la siguiente foto, la declaración confusa, las “malas lenguas”. Y esperamos y observamos en silencio.
No sé si afortunadamente o no, pero cada vez veo a más personas convencidas de que la opción es no votar; es el silencio. Ésta actitud, que puede parecer irresponsable y mezquina –incluso inocente-, debe de ser mejor analizada antes de ser juzgada: miles y miles de personas en la entidad -por no decir ya en el país y en el planeta entero- están pidiendo ser escuchadas, mientras que siempre, durante años y años y períodos y períodos se hacen oídos sordos desde arriba. Entonces, si su diálogo democrático se limita a la emisión de un voto, lo prudente sería negar el diálogo, negar el voto: el silencio.
Si analizamos la tendencia, podremos ver que cada vez son menos las personas que estamos dispuestas a ir a emitir un voto, sin importar el partido o el candidato o candidata; somos cada vez más personas las que optamos por el silencio. Sin emitir un juicio de valor sobre esta tendencia, lo que podría agregar es que me preocupa que los partidos con sus militantes, las instituciones estatales con sus burocracias, las asociaciones civiles con sus miembros y hasta la empresa, no hayan entendido el significado de ese silencio.
Dice Luis Villoro –Vislumbres de lo otro– que hay momentos en que “el silencio suplanta a una palabra o una oración y toma sobre sí la función significativa que ésta (la oración) tendría al pronunciarse. Allí donde el contexto o la situación del diálogo exigiría una palabra, aparece un silencio. La palabra está implícita, sobreentendida en él y el interlocutor comprende con el silencio lo mismo que comprendería si la palabra se expresase. (…) Hay silencios cómplices que sin palabras dicen lo que el otro quería escuchar. Hay silencios que reprueban y condenan, y otros que otorgan y entregan. ” Para mí, el del no voto es un silencio del segundo tipo: un silencio que reprueba y condena.
El silencio del no voto no puede ser de otro tipo, porque lo que se está demostrando al no votar, a falta de cualquier otra vía, es que las cosas no funcionan para la gran mayoría, debido a la planificación de la minoría. El estado cuenta con mecanismos legislativos que permitirían que las instituciones no se desfasen de la vida social. Pero no funcionan. No funcionan porque se necesita una democracia directa, que ningún estado ha estado dispuesto a aceptar con pretextos varios: desde su inaplicabilidad debido al número de pobladores hasta su inaplicabilidad debido a la “incultura de las masas”.
Me gustaría que los candidatos que se avecinan se tomaran un tiempo y reflexionaran qué significa este silencio cada vez mayor. ¿Es, como dirían los zapatistas, el sonido de su mundo derrumbándose?, ¿es un reto?, ¿es encono?, ¿es odio?, ¿es conformismo? Puede haber algo de todo.
Para no echar la mareadora -como dicen por allí-, me pregunto: ¿quién aceptaría el Tribunal de Cuentas?, ¿quién la policía científica y la autonomía de la procuraduría?, ¿quién el tabulador de sueldos?, ¿quién juzgaría los delitos cometidos por servidores públicos de otras administraciones?
,¿quién confrontaría a las mineras para evitar el despojo y el deterioro ambiental?, ¿quién despenalizará el aborto?, ¿quién luchará por la despenalización de la marihuana y daría empuje a su uso industrial? Y yéndonos más lejos: ¿quién re-plantearía el papel de las burocracias de las administraciones públicas y su imposible mantenimiento?, ¿quién hablará de la inminente privatización de la educación pública y de la pertinencia de desescolarizar la sociedad?, ¿quién luchará por desmilitarizar el país?
Hay una papa caliente que todos quieren agarrar, pero nadie sabe o nadie se atreve a enfriarla. Por lo que estamos ante una disyuntiva: el cambio claro de rumbo o el silencio. La moneda siempre ha estado echada.