¿Qué sería del cine de horror sin su productiva relación con el sexo? Específicamente, ¿existirían, acaso, subgéneros como el teen horror, slahers, et al? A excepción de Australia y su Ozploitation, pocas industrias han explotado este tema de forma tan productiva y moralista como la de Estados Unidos. El legado de Russ Meyer, Rogar Corman y hasta el primer cine de serie B de Lloyd Kaufman con Troma desembocaron en una fórmula a la que han acudido consagrados como David Cronenberg o John Carpenter, y que tiene en clásicos como Friday the 13th (Sean Cunningham, 1980) a sus máximos representantes.
Por lo tanto, no es sorpresa que a finales de los ochenta principios de los noventa, es decir, en la coyuntura de una generación que vio su cultura pop sacudirse bruscamente, estos filmes de asesinos persiguiendo a parejas adolescentes hayan tocado su punto más bajo y el género comenzara a ver hacia otras formas y países como Japón y España en busca de renovarse.
Afortunadamente el cine es una disciplina artística, y siempre habrá individuos, artistas pues, que con su visión habrán de refrescar y proponer nuevas narrativas. Algunos pocos incluso tienen la osadía de hacerlo en un contexto que se creía caducado. Es el caso de It Follows, filme de David Robert Mitchell que apenas estrenó en nuestro país y que se erige indudablemente como una de las películas más sorprendentes en lo que va de este año.
A diferencia de los ejemplos mencionados, It Follows no tiene a un asesino como Jason Vorhees persiguiendo parejitas de adolescentes, no. It Follows es “alguien” que sólo sigue a sus víctimas.
Alguien que, como dice su título en español, “está detrás de ti”. Como vehículo de ese planteamiento tenemos a Jay (Maika Monroe), una chica que después de una cita que parecía normal, termina en un piso abandonado, amarrada a una silla y en ropa interior.
Ahí Hugh (Jake Weary), su pareja que tras tener relaciones en el interior del auto la duerme con cloroformo, le dice que no le quiere hacer daño, pero que le ha contagiado una maldición, la cual consiste en que a partir de ahora Jay será perseguida por “alguien que tomará diferentes formas”, ya sea desconocido o algún amigo, y que esta persona podrá aparecer en cualquier momento, en cualquier lugar y que la seguirá a paso lento pero macabramente seguro, con la única misión de hacerle daño sin misericordia.
Más aún, Hugh le explica las reglas: no puede dejar que el ente llegue a ella o la matará regresará a él- y “lo mejor”, se puede librar de dicha maldición pasándosela a alguien más vía relaciones sexuales.
A partir de aquí Jay combatirá un miedo que por su naturaleza no sabrá si es real o no ¿Cuándo saber si en verdad alguien te está siguiendo y cuándo saber si es una persona normal? Mitchell, naturalmente, dota a estos ordinarios seres de características físicas que los hacen el enemigo: personas desnudas, a veces en ropa de hospital, u otras con alguna marca. Pero también juega con ese elemento poniendo en escena a personas comunes que no hacen más que confundirnos. Eso sí, sin llegar a la manipulación. Y es que no la necesita.
Esa simpleza es también la gran fuerza de la película: desarrollar a través de la premisa una serie de cuestiones como el despertar sexual, el fin de la adolescencia, las relaciones, etc. Pero siempre cobijado en la línea del cine de horror. Existe un mensaje, sí, pero el núcleo es la historia: Jay y su grupo de amigos que incluye a su hermana y su eterno enamorado, combatiendo y encontrando el origen de este peligro. Y lo más curioso es que Mitchell es claro en este subtexto, aunque contradictoriamente la ambigüedad de no aclararlo juega a su favor. ¿No se trata de eso la adolescencia?
Pudiera pensarse en la analogía de las enfermedades de transmisión sexual y similares, pero It Follows se desmarca inmediatamente del sexo como condena. No, aquí tener relaciones librará a la protagonista, el dilema es ahora decidir si en realidad desea pasarle eso alguien más o encontrar ella misma otra solución.
He aquí un cineasta que entiende, y sobre todo, ejecuta el cine como un lenguaje. Olviden la gratuidad de El Conjuro (James Wan, 2013) o la comodidad de las secuelas repitiendo como zombies (broma involuntaria) la misma historia, Mitchell se apoya en la poca inocencia que le resta a sus personajes y los coloca en atmósferas de ensueño, como un cuadro en el que “alguien” deberá aparecer en cualquier momento, alguien que sólo la protagonista y nosotros como audiencia vemos. La incertidumbre como herramienta de poder. El fuera de lugar como algo siniestro que nada tiene que ver con la fórmula del horror moderno, similar a esa niña iba cambiando de lugar dentro de un cuadro en Las Brujas (Nicolas Roeg, 1990), pero aquí es una persona. Cómo y dónde aparecerá, solo Jay y nosotros lo sabremos. Y para ello Mitchell, de la mano de su fotógrafo, Mike Gioulakis, hace un uso formidable del formato amplio en todo su esplendor. El manejo de la cámara es tan impresionantemente efectivo y adecuado para el argumento (las escenas de persecución y el final el laberca son memorables) que casi se opaca el trabajo del resto de la producción aunque al final logra el equilibrio. A esa fotografía se suma la música Rich Vreeland, mejor conocido como Disasterpeace. Sintetizadores claramente ochenteros que suben el tempo cuando Jay es perseguida por el ente en turno. Una clara alusión a A Nightmare on Elm Street (Wes Craven, 1984) cuando Freddy perseguía a sus víctimas en los sueños, cinta de la cual, al menos en su tercera entrega (Dream Warriors), también retoma el grupo de apoyo.
Y para complementar esta atmósfera (¿u homenaje?), Mitchell sitúa la acción en un Detroit atemporal. Los signos de la crisis económica son evidentes, pero no la época. Los chicos hablan tanto del peligro que los acecha como de lo que viven, de lo que persigue a Jay y de recuerdos o anécdotas de niños, como si ambos mundos, el sobrenatural y el real, tuvieran la misma importancia. Toda esa serie de complementos hacen de It Follows un filme verdaderamente único, raro en su especie, como se ha dicho ya en varios lugares, y hasta ambicioso, pero no fallido.
No es que la cinta se caiga por no ser constante consigo misma, como por ejemplo con su impresionante introducción en la que una chica es perseguida (lo sabremos después) y se deja agarrar y amanece brutalmente asesinada, cosa que con Jay pareciera ya no tener efecto. No, sino que Mitchell evoca a esa búsqueda de individualidad y conocimiento que hay en esa etapa de la vida, y de ahí que tal vez “el perseguidor” no funcione igual para todos aunque sí tenga la constante de la connotación sexual. Ojo con la ropa interior que usa Jay y la que usa la chica de la introducción (tacones incluidos), he ahí un mensaje sobre el significado, si es que lo hay, de esta maldición. Significantes o no, todo en esta película habla de un momento muy específico de la vida, y lo confronta con una era totalmente indeterminada.
El horror es tal vez el género con las mayores licencias creativas. Las posibilidades para contar una historia que abarque temas mucho más profundos, son grandísimas. Mitchell lo entendió así, e hizo con ello una de las mayores obras cinematográficas en lo que va de esta década. Una a la que ya podemos ir diciéndole clásico.