JACOBO ZABLUDOVSKY: UN «PERIODISTA POTEMKIN»

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logo direccionesCuando era muy joven, su imagen permeó en mí hasta llegar a ser una especie de referente. A mis ojos, él era la síntesis exacta del éxito: Educación, elegancia, sobriedad, pulcritud, fama, buen decir, cultura, eran algunas de las palabras (o todas) que alcanzaban a definirlo. Podía durar las horas, de hecho las duré, viéndolo y escuchándolo, conociendo el Mundo a través de sus ojos, de su voz.

 

Luego empecé a leer y ahí, como luego se dice, “torció la puerca el rabo”.

 

Después de unos cuantos libros de historia, me di cuenta que lo poco (o mucho) que había conocido del Mundo “de afuera” a través suyo, era falso. O tal vez no falso, pero sí inexacto, equívoco, parcial. Lo empecé a ver bajo una nueva luz y aunque no pude deshacerme de ninguno de los adjetivos -pues seguía pareciéndome educado, elegante, sobrio, pulcro, famoso y culto-, me di cuenta de que le faltaba algo primordial: Sustancia. Era, fue, fachada y nada más. Una especie de “Periodista Potemkin”.

 

No se vaya a creer que esa es una ocurrencia mía o, para el caso, un punto de vista exclusivamente personal; le dejo, querida lectora, apreciable lector, con un párrafo ilustrativo: “Una mañana, Univisión anunció que su nuevo director de noticias iba a ser Jacobo Zabludovsky, el legendario conductor del noticiero 24 horas de Televisa y representante del tipo de periodismo solemne, oficial y siempre en línea directa con el gobierno. La designación de Zabludovsky provocó de inmediato el rechazo del grupo de periodistas cubanos y latinoamericanos que trabajaban en el noticiero nocturno, para quienes Zabludovsky y Televisa habían tenido un papel fundamental en la censura que durante décadas había impuesto el sistema político mexicano. El conflicto escaló hasta provocar la renuncia de casi todos los periodistas y productores de la redacción de noticias de la cadena, y el retiro de la candidatura de Zabludovsky, quien regresaría a México para conducir 24 Horas por otros 12 años”.1

 

Ya lo ve. Ese escozor, por decirlo de algún modo, que me producía don Jacobo, no era privativo de mi persona. Para muchos -colegas suyos inclusive- fue eso: Una herramienta, un instrumento del sistema. Y no de cualquier sistema, no señor. Uno de los más corruptos, de los más depravados, de los más podridos, de los más opresivos, de los más autoritarios, de los más viles, que la historia del mundo registra. Un sistema que no dudó, jamás, en derramar sangre si era necesario o lo consideraba pertinente.

 

No siempre, rara vez ocurre, pero a veces, un gesto nos define de por vida o, como en su caso, nos persigue hasta la muerte. La frase que lo marcó, que da cuenta de su calidad moral, de su trayectoria periodística, es la noticia que difundió el 2 de octubre de 1968, cuando el ejército masacró a una multitud de inocentes: “Hoy fue un día soleado”, dijo. Lo más memorable para él, ese día aciago y terrible, fue el clima en la capital de la República. El tamaño de su silencio en esa fecha basta y sobra para tapiar cualquier sepulcro.

 

Galardonado, reconocido, injustamente premiado con la medalla “Eduardo Neri” por la Cámara de Diputados en “reconocimiento a su labor periodística”, entrevistador célebre, amigo de poderosos, íntimo de decenas de famosos, da rabia pensar que, para tantos, fuera el arquetipo del periodismo en México; aunque luego de pensarlo con calma resulta que sí… lo fue: Hueco, venal, oportunista, desvergonzado, atento a las formas más que a los contenidos, adulador, complaciente, constituyó el epítome de la profesión en su gran mayoría. Pocos son los que se salvan -don Jacobo no estaba entre ellos- en ese oficio de tinieblas.

 

Me imagino que en esta fecha cientos, quizá miles de personajes de toda laya, de la política a la farándula, se congregarán en torno suyo cargados de panegíricos haciendo una apología de su persona y de su “brillante” carrera; lo entiendo, la complicidad ata con cadenas tan fuertes como el amor; yo lo acompaño con estás líneas: Ojalá que, pronto, se borre de nuestra memoria su recuerdo; que su legado se disperse como un puñado de cenizas al viento; que su rastro no deje huella; que su ejemplo no perdure; que sus palabras caigan en oídos sordos; y que sus enseñanzas, esas que han hecho escuela en México, se olviden del todo y para siempre.

 

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Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com

 

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