por Marco A. Flores Zavala
El profesor Joaquín Belloc murió el lunes quince de julio de 1912. Su defunción ocurrió en la capital del estado; en su casa situada en la actual calle Genaro Codina. Es posible que el inmueble fuera rentado pues, además de ser un “humilde profesor”, casi toda su vida la transcurrió en la ciudad de Fresnillo; incluso sus restos fueron trasladados a ese mineral, para depositarlos en el panteón de santa Teresa. El profesor tenía 73 años. Si bien estaba en una edad que refiere la proximidad de la jubilación, él se desempeñaba como director de la Biblioteca Pública. Tenía dos años en ese cargo. Llegó a él para tener un salario, pues la legislación no permitía la percepción económica sin laborar.
La nota necrológica (ésta la redactó el experto en el sistema educativo zacatecano del periodo: José E. Pedrosa), que apareció en la Revista de Zacatecas, enuncia que Joaquín Belloc fue docente de primaria por cincuenta y dos años. Agregó: era el decano del profesorado zacatecano. El séptimo párrafo expresa: “La biografía del sentido profesor es bien sencilla: pasó sus días enseñando a los niños, de los cuales sólo se apartó temporalmente por un rasgo de patriotismo, durante la época del imperio”. No sobra añadir ,lo escrito en el obituario, en los primeros párrafos, para imaginar el sentir por la partida del viejo profesor: “Valetudinario y decaído por sus enfermedades mas que por la edad, no tenía otro pensamiento como buen maestro, que volver a su pueblo, a su escuela. El señor Belloc fue un verdadero mentor; se entregó en cuerpo y alma al ejercicio de su profesión y de ella se retiró con positivo dolor”.
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Coincido con el lector que mira en lo precedente una hagiografía del docente. Pero atenuemos el asunto, las expresiones son una correspondencia a sus intervenciones en las redes culturales que tuvieron preponderancia en Zacatecas, como las asociaciones literarias y la masonería (en las cuales también estuvo Pedrosa, el autor de la nota necrológica). Joaquín Belloc fue un profesor masón. Pero no fue un masón en el poder. Así lo muestran los testimonios escritos que elaboró; estos proyectan que su nexo con la autoridad estuvo fijada por una relación vertical (el gobierno por encima de él). En este sentido, su labor, en el transcurso de su vida, la debió racionalizar entre las tensiones que generaban las relaciones horizontales de sus sociabilidades vinculadas al poder y las relaciones verticales que sostuvo con la autoridad. Pero lo hizo sin menoscabar su profesión y menos su vocación de profesor.
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Repasemos parte de las estancias de don Joaquín, para situar algunas de las sociabilidades en las que participó y las prácticas culturales que utilizó para confeccionar sus intervenciones. Hacemos notar que las relaciones que Joaquín formó, y hasta heredó, sin duda provenían del ordinario trato social, pero la manutención y su programación estribo en el reconocimiento que tuvo por su desempeño laboral.
La primera estancia es la de sus orígenes. Belloc, cuyo apellido delata un remoto ascendiente catalán, provenía de un letrado que anduvo sus días en el distrito de Sombrerete. Onofre Belloc, que así se llamaba, laboró como secretario del ayuntamiento y como preceptor de primeras letras en las villas mineras de Sombrerete y Chalchihuites. Complementó sus ingresos económicos al incursionar en la minería. Estas labores le tensaron las relaciones suficientes con los políticos de esa región, tanto para ser considerado como parte de la elite de esa región del estado. Joaquín mantuvo esos nexos y el reconocimiento de los hombres del poder, al grado que lo anunciaron en la prensa como un futuro buen profesor.
En 1858 comenzó su desempeño profesional. Fue un trabajo que interrumpió durante la instalación del imperio de Maximiliano. A cuyo “repelente sistema negó su concurso”. Tras el restablecimiento republicano, volvió a su empleo. Entonces lo invitó don Trinidad García, el jefe político de Fresnillo. Éste fue su condiscípulo en los estudios primarios en Sombrerete; ambos tuvieron como profesor a don Antonio Soto Flores (el antecesor en el decanato de maestros en Zacatecas).
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Su permanente desempeño docente ocurrió en una entidad que no tuvo abruptas alteraciones en la segunda mitad del siglo XIX. Le toco vivir la calma de un lapso que tuvo la consolidación de las múltiples ficciones culturales que proyectaron la Ilustración y la revolución francesa y americana, como el tránsito de súbditos a ciudadanos y la educación se democratizó y mantuvo como el medio para que el común de los individuos programara su movilidad social con mayor atingencia. Fueron los años en que el profesor era el eje central de la transmisión del conocimiento, lo era tanto como las sociabilidades modernas que ofrecían, complementando a la escuela, bibliotecas, periódicos, clases en las tardes y conferencias. Don Joaquín Belloc participó en la logia “Osiris” de Fresnillo y en sus sucesivas asociaciones públicas, una fue la Sociedad Filomática y otro el Círculo Recreativo Fresnillense (ambos de la década de 1890). Por cierto, el poeta participante de estas reuniones sociales fue Luis G. Ledesma, el escritor que en esos años tuvo el más amplio reconocimiento de sus contemporáneos.
Ante su integración ordinaria en las redes sociales del periodo, es posible imaginar que el ajetreo en su vida ocurría cuando pasaba de una escuela a otra, pues debía realizar una mudanza que implicaba llevar familia y muebles. Otro por cierto, sus hijas tocaban instrumentos musicales en ceremonias públicas y no pasaron a engrosar las filas del magisterio zacatecano. Pero en el tenor de las significaciones que debió tener en su vida hay una que nos muestra la notable aceptación de su profesión. Siendo un individuo que de siempre escribió en la pizarra oraciones imperativas y ejercicios matemáticos; y siendo explícitamente efímeras esas prácticas, pues son durables en cuanto marcan la memoria de los alumnos, Belloc rondando los setenta años tuvo su primer encuentro con una máquina de escribir. Y la debió usar para redactar un oficio para el Congreso del estado, en esa ocasión solicitó su jubilación.
El contenido y el formato permiten imaginar que antes de escribir en las hojas tamaño oficio, redactó en manuscrito. Y en ambos casos rememoró sobre sí y de su profesión, de que la expresó: “[los profesores son] los que sin más ambición que el engrandecimiento de la Patria, se consagran a la instrucción y educación de la niñéz (sic), base de las sociedades que se van sucediendo, con más perfección cada día en el orden físico, moral y social”.
En lo que toca al formato, sospechemos que las teclas le enfrentaron a los días en que sus dedos tenían restos de tizas, a cuando usaba la pizarra levantaba un brazo, y debía moverse para que los alumnos ojearan lo escrito y lo mimetizaran para su haber cultural. La maquina de escribir le desafió la liturgia del profesor: que siempre levantado frente a los escuchas, debía estar para que le miren, escuchen y copien. Con el nuevo aparato, que se acentúo en la región en la década de 1890, debió estar sentado, y tener los cinco sentidos prestos para cuidar que en el papel los espacios en blanco sean parte de una buena presentación, que la orografía sea la manifestación de que el redactor y emisor es un ciudadano que sabe leer y escribir. Y estas prácticas fueron lo cotidiano para Belloc.
Otro episodio
Es sábado 4 de febrero de 1911. El director de la Biblioteca Pública elabora su primer informe gubernamental. El profesor Joaquín Belloc, así se llama el director, tiene más de 70 años. Él sustituyó a Ignacio Aldaco, quien murió el 26 de diciembre del año anterior. Aldaco se distinguía en las sociabilidades de lectura de la capital, porque también administraba la biblioteca de la Sociedad de Obreros Libres.
Joaquín Belloc fue asignado a esa instancia burocrática, políticamente menor, porque no existía en sus años la figura laboral de la jubilación. Dependiente de su precario salario para mantener a su familia, con más hijas que varones, él debió estar en servicio activo.
Al aceptar el cargo de la Biblioteca, por su domicilio, y por la ubicación de la Biblioteca Pública (situada en el “Edificio del Estado”, sede de los poderes Legislativo y Judicial), tal vez su ir y venir transcurrió por el incómodo callejón de Veyna.
El informe que redactó el profesor Belloc, lo hizo cumpliendo las indicaciones de Alberto Elorduy, el jefe político de la capital. Éste lo ordenó con base a la solicitud que expidió la Dirección de Estadística de la Secretaría de Fomento. El texto informativo y el que indica que responde la solicitud, fueron elaborados con una máquina de escribir, con cinta de color azul. En la boleta asentó, sin faltas de ortografía, el nombre de la Biblioteca Pública: “Zaragoza”. Informa que la institución cuenta con 12 mil obras, en 20 mil volúmenes. Enuncia que el número de visitas al año es de mil quinientas personas. Consignó que los fondos provienen del erario estatal.
Joaquín Belloc respondió, el mismo día que recibió el oficio, el sábado 4 de febrero de 1911. En esta ocasión, igualmente se circuló la invitación y la orden escrita para acudir a la inauguración de la escultura del monumento a la Independencia. El mismo día 4, no sé si las horas coinciden, José Luis Moya Regis asaltó la ciudad de Nieves.