JOHN WICK CHAPTER 3: PARABELLUM

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Por: Sergio Bustamante.

Golpes, peleas, autos, armas, persecuciones, testosterona, sangre… sería  muy fácil demeritar la saga John Wick como una pariente de Fast and Furious y similares. Afortunadamente, de su perfil indie neo noir a la marca franquicia, hay toda una construcción que la convierten en un producto que no pierde frescura y en cambio ha incrementado su vigor.

Cuando conocimos a John Wick (Keanu Reeves), era un afligido viudo con un temible pasado de asesino a sueldo. El día que unos mafiosos matan a su cachorro, Wick regresa a las andadas para cobrárselas uno por uno. Aquella premisa basaba mucho de su originalidad en el humor negro. El hombre rudo entripado porque mataron a un perrito era un absurdo/fantasía de inmediata identificación.

Sin ese motivo pero con una formidable introducción que ahora tenía que ver con un auto, Chad Stahelski, director, sube el tono y nos presenta al anti héroe tratando de regresar a la normalidad hasta que Santino D’Antonio toca a su puerta. Influyente hijo de la orden de matones que controla a Wick y compañía, Santino quiere cobrar una antigua deuda y la negativa de Wick desencadena una serie de hechos que concluyen con Santino asesinado en el Hotel Continental, el territorio neutral y sagrado donde violar las reglas (matar a alguien) significa ser despojado de todo privilegio; ser excommunicado.

Llegamos así al Capítulo 3, Parabellum, que retoma la escena final de la cinta anterior como punto de partida. Esto es con John Wick huyendo a través de un Manhattan donde hasta el indigente más “insignificante” representa una amenaza.

Queda claro que Stahelski y Derek Kolstad (guionista) se deshicieron casi por completo de motivaciones personales para trabajar una estructura de indios vs vaqueros. O en este caso, John Wick contra una serie de personajes que se pelean la recompensa de 14 millones que pende sobre él.

Esto les da la oportunidad de elaborar mucho más ese submundo criminal que las dos cintas anteriores mencionaban pero poco mostraban. La llamada “High Table”, una orden superior que rige asesinos a sueldo por todo el planeta, se muestra como un elemento antagonista que contrario a su perfil de cuasi ocultismo, no está tan lejos de las reglas capitalistas de explotación de cualquier transnacional.

El nuevo predicamento de Wick, por lo tanto, no solo será estar a salvo y esconderse, sino tomar una decisión que implica volver completamente a su pasado o morir. En otras palabras, ser un empleado forzado; el cazador se ha vuelto la presa, y ese es un escenario que Stahelski aprovecha al máximo.

Del extendido inicio en el que Wick se topa con enemigos en cada esquina, hasta el impasse que lo lleva a Casablanca, el director entrega secuencias que bien podrían ser un filme de acción íntegro pero aquí sirven únicamente para calentar motores.

Y es que Parabellum resulta, quizás de forma contradictoria, en una historia mucho más intrincada en la que personajes entran y salen.

Decíamos que John Wick tiene poco margen de maniobra, y eso se debe a que todos le han volteado la espalda y en orden de salvarse debe tomar una decisión que traicionaría la memoria de su esposa, quien era la razón por la que él había renunciado a ese estilo de vida. Sin embargo, Wick, recordemos, es el arma más letal de ese mundillo del hampa. El baba yaga al que todos temen y al que el guión le ha de regresar ese prestigio.

Lo que en las cintas anteriores era un plot que se dirigía hacia un final anunciado, aquí es una serie de vueltas de tuerca en beneficio del conflicto interno de su protagonista y que, obviamente, también son la excusa para variopintas y apabullantes secuencias. Desde una persecución a caballo, a una balacera con perros de pelea incluidos y por supuesto las consabidas peleas en las calles de NY y en el Continental.

Aunque se lee caótico (y vaya si tiene un par de agujeros argumentales), Stahelski no permite que el desarrollo se extravíe y lleva a buen puerto la cinta sobre todo gracias a su estupenda noción espacial y rítmica.

Ayudado por la luminosa y bella fotografía de Dan Laustsen, Stahelski coreografía escenas de acción en las que el elemento central siempre es lo ídem y donde no perdemos ningún detalle de lo que sucede en pantalla por más rápido que sea. Incluso una de las primeras peleas en una tienda de antigüedades donde Wick y sus enemigos usan una cantidad absurda de cuchillos, es posiblemente la que mejor ejemplifica esto, aunque no quiere decir que el resto desmerezca.

El filme mantiene las mismas dosis de violencia desde el inicio y, lo que en otras cintas sería un incremento de la acción hacia una estructura de videojuego donde la pelea final lo es todo, aquí es un desenlace que obedece a las decisiones que va tomando Wick. Es decir, no lo fuerza y ello da pie a que no requiera ser más espectacular cuando de hecho toda la película lo ha sido.

Fuera de toda esa cuidada manufactura, la virtud principal de la película es que respeta profundamente a su principal impulso, que no es sino Keanu Reeves.

Es por demás notorio el compromiso de Reeves, quien a sus 54 años se mueve y maneja las secuencias de acción con una gracia solo comparable a Cruise y su Ethan Hunt. Esto al menos hablando en el contexto actual Hollywoodense.

Sabedores de lo que tienen en manos, es decir un actor de carisma superlativo, director y estudio han decidido a bien ahondar en el mito en lugar de estirar la premisa. Le han dotado una buena compañía (notable la adjudicadora interpretada por Asia Kate Dillon) y cuidan que su lucha se sienta justificada. Funciona y entretiene, al menos hasta ahora.

«Si vis pacem, para bellum» Si quieres la paz, prepárate para la guerra.

Ninguna analogía más perfecta y hasta cómica para una celebridad con los pies bien puestos en la tierra y que ama el anonimato, aunque hoy, más que nunca, sea precisamente esa bondadosa y sencilla personalidad (y buenas acciones) la que lo tiene un estado de fama nivel dios.

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