KINGSMAN

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KINGSMANPor: Sergio Bustamante

Durante una de las escenas de Kingsman: The Secret Service, Arthur (Michael Caine), el personaje a cargo de la agencia de espías llamada precisamente Kingsman, le pregunta a Eggsy (Taron Eggerton), el aspirante a agente secreto, si decidió nombrar a su mascota de entrenamiento [un perro de raza pug] JB en honor al espía cinematográfico por excelencia, James Bond. Ante la negativa de Eggsy, Arthur aventura otra respuesta como Jason Bourne. Y ante la reiteración del no, Eggsy dice la razón: Jack Bauer, el protagonista de la serie 24.

 

La escena, aparte de resultar graciosa, es reveladora en cuanto a la obvia coincidencia de estos nombres. Más allá de que sea voluntaria o no, ese pequeño gag arroja luz sobre un hecho: el sub-género de espías está casi agotado. Pareciera que por las referencias mencionadas no es así. Y efectivamente, a nivel producción no se detiene, pero en cuanto a las historias y su estructura, el noventa por ciento de los filmes (exceptuando joyas como las series de John le Carré) se han vuelto predecibles y nada proclives al riesgo o salirse de la fórmula. Y es precisamente a partir de ese convencionalismo que Matthew Vaughn terminó abandonando la dirección de una franquicia de las proporciones de X-Men para dirigir una propuesta que rompiera con esta sequía de originalidad.

 

La anécdota cuenta que Vaughn y Mark Millar (guionista) estaban en un pub, por supuesto ya con algunas cervezas encima, platicando sobre cómo el cine de espías parecía ser básicamente siempre el mismo y lo único que cambiaba eran los protagonistas (aquí cobra aún más gracia la escena sobre los JB). Mark le propuso a Vaughn la idea de hacer una película que rompiera con ello, algo arriesgado que no fuera igual a todo lo que estaban platicando, y Vaughn accedió a realizarla pensando que aquello era sólo una plática más de borrachos hasta que en menos de un mes, Millar llegó con la idea en forma de guión. Esa primera cinta, basada en The Secret Service (comic del cual el mismo Mark también es autor), era todo lo que Vaughn había imaginado esa noche y mejor. En otras palabras, un cine atractivo que sentía ganas de dirigir y que, por lo tanto, mandó de inmediato a los estudios para su aprobación.

 

La respuesta de Twentieth Century Fox no tardó en llegar. Por una parte, Kingsman definitivamente olía a negocio, pero por otra, Vaughn estaba inmerso en la secuela X-Men: Days of Future Past (2014), así que cuando los ejecutivos le preguntaron qué significaban esos dos filmes a forma de advertencia de que sólo le permitirían dirigir uno, Vaughn optó por dejar las riendas de X-Men a un viejo conocido en Bryan Singer y apostar por Kingsman. Si bien estos “reboots” de los Hombres X tienen argumentos para estar entre lo mejor del cine basado en cómics, Kinsgman resultó una extraordinaria sorpresa no solamente porque en algunos aspectos es un cine superior al mencionado, sino porque Vaughn y Millar lograron su objetivo de refrescar a los espías en la pantalla grande con una historia ágil y divertida.

 

Contradictoriamente, para ello debieron ir primero al planteamiento básico de este tipo de thrillers, es decir, el desarrollo de un espía o, en este caso, el involucramiento (muchas veces accidental) de alguien “común” con este universo clandestino de servicios de inteligencia. Aquí se trata de Eggsy, el joven cuyo pasado familiar lo ligará por medio de su nada esplendoroso presente con la agencia Kingsman, y de la que aprenderá (de nuevo, voluntaria e involuntariamente) el arte de ser un espía internacional. A partir de esta premisa básica, Millar y Vaughn van renovando uno a uno, casi en cada escena, los clichés de estas cintas, así como también reforzando con un par de giros inhabituales aquellos aspectos que han convertido a películas como James Bond y compañía no sólo en clásicos, sino en una marca registrada. Así, por ejemplo, Kinsgman, al igual que la saga Bond, inicia con una secuencia de acción que introduce al protagonista Harry Hart (Colin Firth) en no más de dos minutos, pero que a diferencia de las clásicas batallas donde el 007 hace una gloriosa introducción, aquí vemos una accidentada realidad (muy a la Skyfall) que años después y en la escena que le continua se vuelve a repetir con la muerte de lo que pareciera ser un personaje importante. En esas dos escenas Kingsman deja muy claro sus intenciones y da fe del riesgo que toma como película de acción y producto de entretenimiento. Y lo interesante es precisamente que a pesar de esa, digamos, anormalidad narrativa  resulta efectiva. Una vez que Eggsy y Hart se convierten en discípulo y maestro, respectivamente, aunque el verdadero entrenador es Mark Strong (un habitual de Vaughn) en el papel de Merlin, conocemos de forma gradual al villano en turno, Valentine (Samuel L. Jackson) y sus planes dominar el mundo, o en este caso, reconstruirlo, según su radical visión de la decadente humanidad (muy a la Quantum of Solace), y junto con él a su sidekick, una chica llamada Gazalle, especialista en artes marciales con prótesis de piernas en forma sables (muy a la Moonraker y cuantas referencias Bond se les ocurran).

 

A partir de aquí, el relato se divide entre la consabida investigación y la historia de superación (la de Eggsy), y hace del humor y la intriga internacional el eje que une todo. A las referencias mencionadas anteriormente, se les suma también una buena cantidad de autocritica, gags y hasta guiños a otro tipo de cine-y por supuesto secuencias de acción y peleas perfectamente coreografiadas y filmadas que demuestren la maestría que posee Vaughn para dirigir acción. Y aunque queda claro que este cineasta sabe y conoce sus formas, tampoco desmerece a nivel narración. Específicamente adaptando novelas gráficas y convirtiéndolas en un producto adolescente que no excluye al resto de la audiencia, es decir, respetando el núcleo de la historia al tiempo que desarrolla la relación de sus protagonistas, pero otorgándole un sentido universal. Ya en Kick-Ass (2010), por mencionar la más cercana, había retratado al héroe desde la carencia de superpoderes, algo que repite en Kingsman, pero con la perspectiva social de este chico de la clase obrera frente a la exclusividad de una agencia que no trabaja para gobiernos ni intereses privados. Aspecto que, cabe agregar, el equipo de guionistas aprovecho para introducir gags sobre la diferencia de clases en el Reino Unido, la interminable polémica sobre el ostracismo de sus prestigiados colegios, la monarquía, etc. Ese comicidad sumada a la historia de espionaje, el frenesí de las peleas que mezcla el slow motion con la steadycam, el CGI (que tiene un gran y colorido clímax en la última batalla), el entrenamiento de Eggsy, y el desarrollo de la historia en general, desemboca en una cinta que pareciera excesiva, pero que en su impecable ritmo diluye bien todos estos elementos y cautiva a pesar de sus detalles.

 

Porque más allá de lo que se le pudiera criticar, como la relegación de algunos personajes femeninos, la gran virtud es que Vaughn sabe conectar con la audiencia de forma multinivel. Y para complementar la audacia de ese exceso, le suma un soundtrack perfectamente seleccionado a manera de acompañamiento.

 

Digamos que muy similar a lo que hizo Edgar Wright (con quien de hecho comparte director de unidad) con su “trilogía del cornetto”, es decir, acción de calidad con buenas historias. Y al igual que este último, con un excelente sentido del humor que pudiera (y de hecho no lo es) no ser accesible para todos.

Porque así como Kingsman va a lugares comunes donde los personajes salen del conflicto peleando o con soluciones que podrían bien pertenecer al Agente 86, otro de los espías claramente referenciados en este cinta, también está la singularidad de un villano que no se toma en serio o la salida sorpresiva de personajes. Y por supuesto la parte gráfica de la violencia –incluyendo psicológica–, la cual (seguramente el público adolescente la aprecia más) en ocasiones se agradece. Vamos, cientos de golpes sin sangre no son creíbles y el director evita esa fantasía.

 

Todos estos son terrenos en los que tanto Millar como Vaughn se sienten cómodos, y por eso es que Kingsman funciona tan bien y se percibe familiar. No sólo trasladaron las historias, en plural por la cantidad de referencias y auto-referencias, a un contexto cercano a Jason Bourne en cuanto a forma pero estéticamente emparentada con Kick-Ass, sino que a partir de ello crearon un universo, sobre todo visual, que es inédito para este tipo de películas. Trabajado. Cómico. Sorpresivo; y tremendamente entretenido.

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