LA CAMARISTA

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Por: Sergio Bustamante.

Bastan apenas un par de minutos para que Lila Avilés, directora, presente de cuerpo completo a Evelia, su camarista y la protagonista del filme homónimo.

La cinta abre con Evelia (Gabriela Cartol) haciendo su labor en un muy desordenado cuarto de hotel cuando nota que hay alguien tirado a un lado de la cama. Eve, como le conoceremos, en lugar de espantarse o huir corriendo, analiza calmadamente al hombre y le habla. Tras unos segundos el individuo da señales de vida y se incorpora lentamente con obvias señales de resaca. Acto seguido, Eve le pregunta de la manera más cordial si desea que continúe el servicio o regrese más tarde.

Más allá de protocolos de servicio o una mujer inmutable, tenemos aquí a una empleada que antepone su deber ante situaciones extraordinarias que bien valdrían, en este caso, la intervención de algún cuerpo médico o de seguridad. Eve, suponemos, prefiere agotar esa posibilidad antes de que su puesto se vea comprometido.

Sin embargo, lo que sí es inmutable es la forma casi robótica de desempeñar su trabajo. Formas que aparte de reforzar esa fría personalidad, nos dan contexto. La Camarista no es un documental aunque su rutina derivativa de pocos diálogos y mucho ruido ambiental así lo sugieran.

Carlos Rossini, fotógrafo, sigue a Eve y demás empleadas casi en silencio y poniendo énfasis en el espacio. Si bien el hotel, entendemos, es de lujo, sus grises y claustrofóbicas entrañas expresan un ambiente agobiante y monótono que nada tiene que ver con la luz y el espacio al que acceden los huéspedes.

Avilés parece así lanzar la pregunta: ¿cómo puede despabilarse aquí una persona? Un empleado en este caso. Y en el otro sentido, ¿qué tan fácil es perder la capacidad de asombro cuando se vive casi diario en un ambiente así?

La respuesta no vendrá, al menos de inicio, de parte de Eve, pues entendemos que a su disciplina laboral se suma una muy tímida personalidad. Ella está instalada en esa inercia y será su gradual convivencia y rupturas de la rutina la que extrapole sus condiciones con las del resto del mundo, tanto dentro como fuera, aunque nunca se muestre la calle.

Atrapada en esos confines y regresando mañana a mañana sin que la veamos salir (o veces durmiendo en los cuartos de servicio del mismo hotel), Evelia también sirve en segundo plano como vehículo de un muy agudo comentario social; los malos salarios, las jornadas abusivas y en general un sistema tan arraigado (y aceptado) que de inicio no se ve como el abusivo esquema que es, ¿no acaso en cualquier empresa puede uno encontrarse con quien vende tuppers o similares para ganar un dinero extra?

El fuera de foco que propone la cámara de Rossini funciona para ambos lados: para mostrar lo invisible que resulta Eve ante los demás y para retratar el asfixiante ambiente que poco a poco la hunde.

Si bien Aviles siembra algunas excepciones como el maestro que le da clases dentro del hotel o la huésped argentina con la que entabla amistad cuando le ayuda a cuidar a su bebé, Eve no puede crecer de forma absoluta porque es incapaz de comprender su alienación.

Sin embargo, aunque se deduzca una crítica hacia ciertas condiciones laborales, en este caso del trabajo doméstico dentro de un conglomerado internacional, La Camarista no busca visibilizar completamente ese terreno a manera de denuncia.

No, el cine debutante de Avilés es casi minimalista y con sus viñetas desea más bien ser un retrato natural y preciso sobre una persona y una labor tan particular y quizás poco atendida, como es ser camarista, pero a la vez también habla sobre la imposibilidad de esclavizar esa sustancia que nos hace humanos. ¿el espíritu? Sin connotaciones religiosas bien puede ser.

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