Cierran las campañas electorales, por lo menos de forma masiva en la propaganda y los eventos. Nada nuevo se ha visto, la misma parafernalia, propuestas débiles, denostaciones, denuncias, ilegalidades y uno que otro candidato que alcanzó a brillar por momentos.
Quienes nos dedicamos de un modo u otro a opinar sobre política, nos vemos en ocasiones abocados a la obligación de anticipar escenarios y construir discursos sobre la frágil tarima de la prospección de futuro, y no precisamente por lo calidad de la obra que se presentó en el escenario, sino por el ir y venir del público.
Este ejercicio basado entre el análisis, la intuición y la lectura de la puesta en escena llega a ser mágica y en ocasiones muy cruda, sin embargo, la crítica puede resultar tan efímera como la propia obra teatral. La temporalidad de las campañas nada tiene que ver con esto, sino la poca sustancia, el casi nulo mensaje tácito o interpretativo de las propuestas, de las visitas, de los discursos vacíos de los candidatos, de la ignominia.
Y es que la democracia representativa es una forma de gobierno que no solo exige buenas reglas, sino además una cultura cívico-democrática que la soporte, pero ¿cómo lograr dicho cimiento? cuando observamos en la plataforma política de los aspirantes la demagogia más barata y trillada, sin verdadera propuesta legislativa acompañada de solución. Sólo he podido notar, compromisos y promesas fuera de la competencia del propio diputado federal. Es entonces, cuando la ignorancia, debilidad, la necesidad y el sufrimiento de los pobres, es el piso de tierra de las campañas electorales, puesto que en eso se basan, promesas como empleos, infraestructura, habitación, pisos de tierra, pisos de cemento y todo aquello que en realidad, le corresponde al ejecutivo aplicar.
Aquí es cuando entra el juego perverso del candidato y aplica la ignominia. En definitiva, ésta es una ofensa que se realiza de manera pública y que resulta visible por los integrantes de una comunidad. La víctima de la ignominia puede sentirse avergonzada por la acción y sufrir el descrédito social. La conducta ignominiosa, por lo general, busca exponer las debilidades del prójimo para que éste experimente vergüenza, una situación que se expresa a través de la ruborización del rostro y la mirada al piso, por ejemplo. La ignominia supone un proceder que no tiene en cuenta el mal que causa o que incluso quiere provocarlo.
Así entonces, los ciudadanos mexicanos, tanto políticos como electores, cierran el proceso de transición a la democracia verdadera expresando y aceptando compromisos irreales y dispendios que no abonan al futuro social, es por eso, que debido a la débil cultura democrática el proceso de consolidación se halla permanentemente en riesgo. Nunca se podrá madurar en torno a una verdadera civilidad política mientras exista el círculo vicioso del “yo necesito, dame, yo voto por ti” y la contraparte, “yo tengo, te doy, vota por mi”. Como lo he señalado anteriormente en otras opiniones, la ignorancia y pobreza es el mejor aliado de la democracia disfrazada, de la democracia mexicana. La ignominia.
De tal forma que, las campañas no funcionan en su estricto sentido, promover el conocimiento de las problemáticas de fondo de la sociedad, los proyectos de solución y la armonización del pueblo con sus propios problemas; no es necesario, la dádiva resuelve cualquier posible trasiego ontológico. Lo veo claramente en los eventos públicos de los candidatos, cuando simplemente, denostar surte más efecto que concientizar, y aún así, cuando medianamente se logra, llega una despensa con 500 pesos para regresar a un estado arcaico de civilidad política ciudadana. Esto lo saben bien quienes tienen el recurso para hacerlo. Llámese PRI o gobierno en turno.
La relación es entonces, directamente proporcional entre ignorancia e ignominia… necesidad satisfecha con… cualquier “regalo” barato.