Ayer por la mañana, entre rechiflas, reclamos y abucheos de sindicalizados, y una burocracia enferma por demostrar la fidelidad que tiene hacia su más alto mando, Miguel Alonso re – inauguró la Plaza de Armas y la Alameda. En el evento llamó a l@s zacatecano@s a asumir la responsabilidad de “apropiarse de estos espacios.”
Me parece una vacilada la manera en que las autoridades estatales pretenden parecer democráticas y abiertas al diálogo, únicamente después de haberlo roto unilateralmente. Recordemos que mucho se le insistió a MAR I sobre la necesidad de dialogar respecto a la remodelación de éstos espacios públicos: durante más de tres años asociaciones civiles y vecinos de la Alameda dialogaron con personal de Obras Públicas, ahora SINFRA, para consensar un proyecto viable para ése espacio, el cual fue ignorado; mientras que con el proyecto de Plaza de Armas sucedió algo distinto, quizá con la experiencia previa: se anunció el proyecto e, inmediatamente después, y con un diálogo escueto por parte del Jaime Santoyo con un grupo de manifestantes, se comenzó la obra del sexenio.
El día jueves 27 de agosto, tuve la oportunidad de acudir a un seminario en la Unidad Académica de estudios del Desarrollo, de la UAZ, denominado: “La Batalla por los Bienes Comunes, ¿Desarrolllo alternativo o Alternativa al Desarrollo”; en él pude escuchar una ponencia de un Holandés: Jan Douwe van der Ploeg, en la que se habló precisamente de la construcción de bienes comunes, los cuales dividió en dos: los paisajes rurales y los nuevos mercados.
De los nuevos mercados quisiera hablar en otra ocasión.
Ante el primero de los bienes comunes, los paisajes rurales, hubo varios cuestionamientos, entre ellos el de: ¿cómo poder nombrar a un paisaje como un bien común?, ¿cómo es esto? Cuando este cuestionamiento se hizo por parte del público, inmediatamente vino a mi cabeza la Alameda. Aunque no es un paisaje rural, es un paisaje común, un espacio apto para la convivialidad. Dice Gustavo Esteva que “comunidad o ámbitos de comunidad son expresiones formales a las que no puede reducirse la inmensa riqueza de las organizaciones sociales incluidas en esos términos.” Los bienes comunes nacen con el uso y el disfrute de los mismos, pero hay “algo más” que no cabe entre las líneas, un vínculo que podríamos llamar “espiritual” entre el bien y las personas, plantas y animales que conviven en ése entorno. Convivir en el entorno de éste bien común genera una relación de amor, es decir, de cuidado y de respeto. Esto es lo que no entiende Alonso: cuando despojó de ése bien a quienes lo frecuentábamos, no hizo algo distinto a lo que hacen las mineras con los ejidatarios o pequeños propietarios de tierras.
Vale la pena valorar lo que tenemos como bienes comunes o conviviales para poder, así, gozar con ellos. Son muchos los ejemplos: cada calle que aún funciona como barrio, cada cancha, cada parque, cada comedor público. Vale la pena, también, voltear a ver a los pueblos que resisten el despojo y no mirarlos con microscopio, como meros académicos, como doctos en alguna ciencia, sino como seres humanos que nos negamos a vivir más esta guerra que propone el capital, y ante la cual nos sentimos tan sin armas y tan sol@s.
El arrebato de lo común lo encontramos a diario, y es preciso disfrutar lo que nos toca.