La memoria es una “gran y sutil fingidora” dice el inigualable John Banville. Porque a menudo, sin darnos cuenta, lo vamos inventando todo, adornándolo, embelleciéndolo, tergiversándolo. Indubitablemente “Madame memoria”, como le dijera también el irlandés, es selectiva. Puede conservar fielmente los recuerdos que más apreciamos pero también puede difuminarlos y hacer que aquello que algún día recordamos, lo rescatemos y luego se invente.
La memoria es nuestro “inquilino incómodo” escribe la poeta mexicana Miriam Moscona en su novela Tela de sevoya (Lumen 2012), su debut en este género al que entró por la puerta grande, pues fue bien recibida y premiada con el Premio Iberoamericano Elena Poniatowska y el Xavier Villaurrutia en el año de su publicación.
Tela de sevoya es un libro, al menos para mí, complicado de reseñar y difícil de clasificar. Es una novela que a la vez encierra ensayo, crónica, historia, poesía. Un híbrido que inició con la idea de ser un libro de poesía pero que debido a la cantidad de información y la complejidad del tema terminó como una novela.
En ella, la protagonista que es la misma autora, inicia un viaje a Bulgaría y Macedonia en busca de la casa de sus padres, de su historia y del rescate del ladino, la lengua familiar que los judíos sefardís se llevaron consigo de la España del Medievo y que se le conoce también como judeo-español.
La estructura de la obra se divide en capítulos que engloban un género literario distinto. Por ejemplo, los apartados con el título de “Distancia de foco” se centran en los recuerdos. La recuperación de su niñez, de la familia, de su vida al lado de sus abuelas, de sus padres. “Molinos de viento” congregan los sueños y las visiones de la protagonista. Imaginería cruel, aventurera, cosas que de niña quiso hacer pero que solamente se quedaron ahí en la memoria estancadas. “Diario de viaje” recoge las peripecias de la protagonista en su periplo emprendido hacia Bulgaria en busca de sus raíces; “Pisapapeles” son las reflexiones en un tono ensayístico en torno a la historia, a la condición judía y el lenguaje ladino; “Kantikas” y “La cuarta pared” son el rescate del ladino a través de cartas, poemas, canciones y fragmentos de diarios. Invaluables.
A pesar de que la autora es la protagonista, quizá el personaje principal que llena las páginas de Tela de sevoya es la memoria. Miriam Moscona se vale de ella para crear un universo lleno de nostalgia, de recuerdos, de visiones. Para recordar a sus padres, abuelas y la muerte éstos, entrando aquí al terreno de uno de los géneros al que nadie quiere pertenecer: la crónica del luto.
La novela es valiosa porque permite al lector entrar en ese terreno de la nostalgia familiar, de la búsqueda de los orígenes, pero lo es más porque es una historia que se empecina en el rescate de un lenguaje histórico y escaso hoy en día, el ladino, que se nos presenta desde el título de la novela Tela de sevoya y en cada uno de los recuerdos de la abuela materna con su carácter fuerte incluso antes de fallecer, cuando la protagonista le pregunta “Abuela, ¿me perdonas?. No. Para una preta kriatura como sos, no ai pedron”.