Por hocicón y honrar la palabra dada, esta semana no escribí lo que yo quería; compartirles mi cuento, “La Cena”, no se me antoja; va esto que me sugirió Pancho, mi amigo rotario.
LA PALOMITA AZUL EN EL WHATSAPP
Para Pancho, de Rotary; quien me sugirió el tema.
Hay algunos imbéciles que piensan que, por el solo hecho de existir, merecen el aire que respiran y el pan que comen. Son esos taraditos que van por la vida exigiendo de los otros una especie de reconocimiento a su circunstancia, cualquiera que ésta sea: “Mírame, soy rubia” o, para el caso, intelectual, millonario, funcionario público de primer nivel, excompañero de banca en la escuela, colega, etc.; y estaría bien que fueran por la vida así; total, a uno qué. El problema es cuando lo voltean a ver a uno, esperando de ese uno que note su presencia; o lo que es peor, no sólo que se repare en ella sino que, ipso facto, se actúe en consecuencia y se empiece a desvivir en zalemas, genuflexiones, saludos o reverencias.
El caso más emblemático, por reciente, es el Whatsapp. ¿Cómo debería ser? Alguien manda un mensaje, lo lee el destinatario y ya. Y ya. ¡Pues no! Ahora, pareciera que responder el whatsappazo es una obligación social. Como si en el Manual de Carreño, entre las buenas costumbres, estuviera el responderlo. Hasta expresión propia tiene ese hecho; se dice: “Quedarse en visto”.
Ése no es el problema; el problema es el de la gente que se ofende y luego hasta te reclama: “Me dejaste en visto”; “¿en qué?”; “en visto”; “¿y luego?”. Yo he leído, lo prometo por la Santísima Trinidad, reclamos públicos -en Facebook, sobre todo-, por ese motivo.
Para mí, es obvio que quien no responde, ni de momento, ni más tarde, es porque tiene una razón para ello. Y esa razón puede ser cualquiera, desde la muy superficial, estar ocupado rascándose la panza, gesto muy válido y útil por lo demás; hasta una más seria como puede ser estar hablando con alguien más, de viva voz, de cuerpo presente, o séase “de bulto”, y considerar una grosería brutal ignorar a una persona en su cara para hablar con alguien virtualmente muchas veces para leer un mensaje idiota o ver un video imbécil.
¿Qué más tarde no devuelve el mensaje uno? ¿Y si olvidó? ¿Si se perdió en ese millón de mensaje inútiles, preciosos, estúpidos, superfluos, necesarios, urgentes -porque de todo hay-, que llegan a diario? ¿Por qué debe de existir necesariamente mala fe en no responder un WhatsApp? La gente que no responde no lo hace porque tres razones muy simples: Porque no quiere o no puede o porque se le olvidó. Y esta última es perfectamente comprensible; considerando que hay personas -yo, por no ir más lejos- a la que se le han olvidado los hijos en el automóvil.
¿Hay urgencia? ¡Ah, bueno, por ahí hubiéramos empezado! ¡Ahí la cosa cambia! Porque si tiene urgencia, entonces marque el número de la otra persona y comuníquesela de viva voz. Dígale lo necesario, lo indispensable, lo célere de su necesidad de saber de ella o de trasmitirle cierta información: “Se murió tu mamá”; “atropellaron al niño”; “Jorge, tenemos que hablar, ya hace quince días y nada”; “perdí la tarjeta de crédito en el súper”; “Te amo y no puedo esperar a verte para decírtelo”; ésas no son frases para WhatsApp. Uno agarra el teléfono y marca o le dice al de enseguida: “Eit, oiga, esto urge, no sea malito, présteme su celular”. Para todo lo demás, está el WhatsApp.
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Luis Villegas Montes.
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