La Revolución Inacabada. Colaboración de Wendy Dinora Huerta

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¡Hombre, Anastasio, no seas malo!…Empréstame tu carabina… ¡Ándale, un tiro nomás!

Los de Abajo, Mariano Azuela

Con una distancia  de cien años, México padece dos guerras que afectan los intereses de los diferentes sectores sociales, provocan muerte, miseria y temor, y vulneran el papel de las instituciones públicas. La de hace un siglo, fue una guerra contra el autoritarismo, la marginación y el latifundio; la de ahora, es una batalla por el poder de distribución de drogas y obtención de dinero a costa de secuestros, extorsiones y asesinatos, que tiene como fondo la misma pobreza y falta de oportunidades que no fueron resueltas por los gobiernos postrevolucionarios y que se han acentuado en una política mundial de libre comercio  y concentración de la riqueza que contrasta con la  pauperización de las clases sociales medias y bajas.

Dicen que la historia es cíclica y tal parece que este país está sometido al estigma de la guerra y la violencia cada cien años. Hace 200 años, inició una guerra por la independencia, en la que los despojados campesinos indígenas se sumaron a los criollos, algunos idealistas, otros inconformes por la reducción de sus privilegios, para separarse de la corona española; hace una centuria, los campesinos sometidos a las precarias condiciones de vida impuestas por los hacendados que se adueñaron de la tierra, se incorporaron al llamado de Madero para derrocar al régimen porfirista que propició el enriquecimiento de unos cuantos y se mantuvo en el poder gracias a una paz  superficial que opacó la miseria de las mayorías.

La Revolución, cuyo inició ahora rememoramos en medio de festejos, verbenas y desfiles, pese a su complejidad, dadas las diversas facciones que en ella participaron con intereses que en muchas casos divergieron, significó la superación del status quo de la dictadura porfirista y sentó las bases para la consolidación del Estado-Nación en México ante la implantación de medidas como la repartición de tierras, la renovación de los poderes públicos  y la creación de un régimen estatal que durante varias intentó regular la vida pública del país basado en un pacto social con los sectores campesino, obrero y empresarial.

Pero hay que decirlo, a la par de la función primordial de dicho Estado de regular la vida pública en condiciones más o menos equilibradas para todas las clases sociales, surgió la hegemonía priísta que gobernó de manera autoritaria, pese a la sucesión presidencial y las “elecciones libres”,  gracias a la institucionalización de las organizaciones sociales y a la censura de los opositores. Esa misma hegemonía que a su conveniencia dejó de lado los postulados revolucionarios para adoptar, desde finales de la década de los setenta, los postulados de los organismos financieros mundiales que apostaban por el adelgazamiento del estado y con ello la desprotección  de miles de familias mexicanas que perdieron empleos y asistencia social frente a una cada vez más disminuida clase social pudiente.

Los alcances de la Revolución Mexicana se limitaron a unas cuántas décadas  y los ideales de justicia no lograron permanecer por mucho tiempo. La pobreza, la marginación, la corrupción, la desintegración familiar, la desesperanza, el consumo de drogas y la ambición desmedida son los  males de la época actual. Y muchos de quienes ahora pertenecen a las filas de la delincuencia fueron parte del desempleo y la falta de oportunidades, de hogares disfuncionales y amistades ligadas al consumo de sustancias, para ser cooptados luego por el crimen organizado hasta llegar a participar en una guerra  que tiene diversos frentes: los capos y cárteles por un lado, el gobierno y sus instituciones por el otro.

Esta guerra  tiene un matiz económico, pero no uno de reivindicación social como el de 1910: la lucha por el poder es la que controla a los combatientes. Tampoco conlleva los ideales revolucionarios tendientes al cambio; se limita al control de plazas, la obtención de recursos a costa de lo que sea y a un nuevo tipo de cacicazgo delincuencial, mientras que al igual que hace 100 años, “los de abajo”:  los que no hacen esta guerra pero que por diversas circunstancias se ven obligados a participar, los estudiantes, los niños, las mujeres, los pobres, los policías y militares que sólo cumplen con el trabajo, los que a base de trabajo logran hacerse de un bien material, son secuestrados, extorsionados, levantados y asesinados día con día.

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