Cuando leí que Vladimir Dimitrijevic combinaba sus dos pasiones en un libro, el futbol y la literatura, el libro La vida es un balón (Sexto Piso 2010) se me antojaba como un partido tremendo, casi como una final de la Champions, pues tanto el uno como lo otro tienen armas potentes para poner los pelos de punta. Los dos son poesía.
Pero al sumergirme en sus páginas, paulatinamente me fui dando cuenta de que el partido prometió mucho y mostró poco. La expectativa era de un encontronazo entre dos potencias europeas y la realidad casi resultó tan insípida como un partido entre el Pachuca y los Gallos Blancos de Querétaro. A Vladimir Dimitrijevic no se le notó la pasión ni por la literatura ni por el futbol, bueno, al menos esa fue mi impresión.
Vladimir Dimitrijevic vio truncada su carrera como futbolista cuando sufrió una lesión en la rodilla. La primera vez que tocó un balón de futbol sintió, cuenta él, como si tocará algo sagrado, pero de repente sobre su cabeza, en el cielo de Belgrado, comenzaron a sobrevolar aviones bombarderos, era la Segunda Guerra Mundial.
Tras ver quebrado su sueño su otro refugio fueron los libros, y en la madurez se convirtió en uno de los editores más prestigiados de Europa, lo que lo acercó mucho más a los grandes autores. En La vida es un balón redondo Dimitrijevic se propuso plasmar sus pasiones abordándolas desde una perspectiva en la que habla de las relaciones existentes entre el futbol y la literatura.
Así se da la libertad de afirmar que hay jugadores que son como Don Quijote, luchando solos contra molinos de viento, pero también que en la cabeza de grande futbolistas como Don Diego (como le llama a Maradona) había una sola idea como la tienen los grandes poetas o novelistas. Igualmente compara a los hinchas del futbol con los lectores, los cuales desbordan una pasión inefable cada quien a su más puro estilo.
Puede sonar interesante, sin embargo opino que a la prosa de Dimitrijevic le falta la emoción que provoca un gran gol. Si bien realiza las interesantes comparaciones, éstas se quedan planas ahí y de ellas se puede extraer poco. Así como de un partido de futbol siempre nos quedamos con una jugada mágica y de un libro se nos queda una frase o una reflexión para siempre, de La vida es un balón redondo no recuerdo algo así. Lejos está de hablar del futbol con la magnificencia a que nos tienen acostumbrados por ejemplo Juan Villoro en Dios es redondo o Jorge Valdano El miedo escénico y otras hierbas.
Quizá lo más destacable es que Dimitrijevic escribe la historia de un país que ya no existe, Belgrado, por ende, la nostalgia que puebla el libro y lo que fue de los jugadores de aquella época es más intensa que las reflexiones sobre el futbol y la literatura. Dimitrijevic nos estruja con sus recuerdos con los que nos dice que hay mucha más historia más allá de occidente, historias de pueblos devastados por el plomo, por las guerras, historias de lugares que alguna vez tuvieron grandes jugadores de futbol que jamás conocimos pero que, según el autor, merecían que se les invitara a un copa en un bar.