Ladydi: un grito desesperado desde el infierno guerrerense

Share on FacebookTweet about this on TwitterShare on Google+Pin on PinterestShare on TumblrShare on LinkedInEmail this to someone

neriAlejandro Ortega Neri

 

“Ahorita te ponemos fea, dijo mi madre. Estaba silbando. Tenía la boca tan cerca de mí que me salpicaba el cuello con su sonora saliva. Olía a cerveza. En el espejo la vi pasarme un pedazo de carbón por la cara. Qué vida tan repugnante, susurró.

          Ése es mi primer recuerdo. Me puso un espejo viejo y cuarteado frente a la cara. Yo tendría unos cinco años. La cuarteadura hacía que mi cara se viera como si me la hubieran partido en dos pedazos. En México lo mejor que te puede pasar es ser una niña fea”

Así rezan los dos primeros párrafos de la maravillosa novela Ladydi (Lumen 2014) de la escritora mexicana Jennifer Clement, autora de otros títulos como La viuda Basquiat, El veneno que fascina y Una historia verdadera basada en mentiras.

Quien narra los párrafo anteriores es Ladydi García Martínez, una niña de ojos color café que habita junto a su madre Rita en las montañas de la sierra de Guerrero, en México, un lugar que se ha quedado sin hombres, sin padres y sin maridos que han ido a buscar un mejor lugar para vivir y trabajar. Pero también un lugar peligroso, acosado por el narcotráfico.

Y es debido a esto  que las niñas se preparan para ser feas, porque aquella bonita que sea identificada por los narcos será raptada y jamás se volverá a saber de ella. Por eso las madres de esos lugares afean a sus hijas y las visten como niños.

“Si era niña, me raptarían. Todo lo que necesitaban los narcotraficantes era saber que por acá había una niña bonita, y se dejaban venir a nuestras tierras  en sus Escalade negra y se la llevaban”, como le paso a Paula, amiga de la infancia de Ladydi, quien si regresó aunque ya no fue la misma, pues su mente estaba en otra parte y su cuerpo lleno de tatuajes y cicatrices que la identificaban como propiedad de un capo de la droga.

La novela de Jennifer Clement apareció justo cuando los ojos de todo México y el mundo estaban posados sobre Guerrero, pues la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa nos volvió a recordar que ese territorio es un infierno.

La obra es ficción en cuanto a los personajes, pero detrás de ellos, la situación que narra Clement sabemos que lamentablemente es real. El Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública en sus estudios sobre los índices de violencia en los municipios de 100 mil habitantes o más ha ubicado tan sólo detrás de Cuernavaca, Morelos, a Acapulco y Chilpancingo, Guerrero, como dos de los municipios más violentos del país.

Mientras que el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio dice que en sólo nueve estados del país, han desaparecido 9 mil 200 mujeres y niñas. El estado de Guerrero se encuentra entre los primeros cinco de esos nueve.

Otra cifra interesante es que en los últimos años, el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual ha pasado a ser el segundo negocio más lucrativo en México después de tráfico de drogas, según informes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y el Centro de Estudios e Investigación en Desarrollo y Asistencia Social.

El principal modus operandi del narco para el tráfico de mujeres en México ha sido el llamado “levantón”, y es como Jennifer Clement lo narra en su novela, pues sabedora de esta  grave problemática en el país, lo refleja a través de sus letras y de la historia de esta singular niña llamada Ladydi.

El estilo de Clement, quien ha incursionado en el género de la poesía, es sutil y lleno de imágenes poéticas que sólo el dolor de vivir en un país sin justicia, en el que impera el miedo y la desgracia, como en los lugares alejados de la montaña guerrerense, puede ocasionar, y Clement pone ese grito poético y desesperado en la voz de Ladydi

“Desde que yo era chica mi madre me enseñó a rezar por algo. Siempre lo hacíamos. Yo había rezado pidiendo nubes y pijamas. Había rezado pidiendo bombillas y abejas” dice el personaje principal.

Para contrarrestar la crudeza del relato de la niña, y de una de las tantas historias que padece el país, Clement creó un personaje maravilloso en la madre de Ladydi, Rita, una mujer irreverente que llena de humor muchas de las páginas del libro.

Rita es una madre fodonga, borracha, cleptómana y admiradora de Oprah Winfrey a quien le tiene un altar al lado de la Virgen de Guadalupe, y que conoció gracias a la antena parabólica que le compró su marido ausente la primera vez que volvió de Estados Unidos.

Pero no sólo admira a Oprah, u Ópera, como ella le dice, sino también a la Princesa Diana por ser una mujer que sufrió. De ahí el nombre que le pone a su hija, a quien cuida tanto para que no se la roben los narcos afeándola, cortándole el cabello como niño y pintándole los dientes con un marcador negro para que parezca que los tiene podridos. Y lo más escalofriante, cavando un hoyo en la tierra para que se esconda cuando llegan los narcos, en lo que podría ser una alegoría a las fosas clandestinas o bien un estremecedor oxímoron de estar enterrados para estar a salvo.

Rita, como toda madre, es sabia, y lo deja entrever en los consejos que le da a su hija con un marcado tinte de humor, Ladydi lo platica así “Nuca pidas salud y amor, decía mi madre. Ni dinero. Si Dios oye lo que deveras quieres, no te lo va a dar, te lo aseguro…Cuando mi padre se fue, mi madre dijo: híncate y reza por  unas cucharas”.

Pero su sabiduría también se refleja cuando hace referencia a la plaga que carcome al país: “Mi madre decía que toda la gente era del narco, incluyendo a la policía, por supuesto; al presidente municipal, seguro, y hasta el pinche presidente de la república”  Y los hechos acaecidos en Ayotzinapa, Guerrero el pasado 26 de septiembre le dieron a Rita, y por ende a Jennifer Clement, la razón.

Jennifer Clement logró una novela, como lo señaló el escritor Yan Martel, “trágicamente hermosa”. Logró trasladarnos a un lugar donde coexisten el humor y la desesperación, el miedo y las ganas de vivir, y donde las mujeres enfrentan solas, solidarias y dignas,  las tragedias de un país sin rumbo. Clement logró un grito desesperado desde el infierno que habita en nuestro país y que se llama Guerrero.

Vale la pena leerlo.

 

Calificación: Muy bueno

Deja un comentario