LAS NIÑAS BIEN

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Por: Sergio Bustamante.

Durante la promoción de «Pop», noveno álbum de estudio de la banda irlandesa U2, Alfredo Lewin, VJ del extinto MTV Latino, hizo una entrevista a Bono y Larry Mullen (baterista) a bordo de una van con la temática del álbum, el “disco bus”.

Dicha camioneta recorría las calles de Dublín mientras Bono y Larry hablaban de los procesos de grabación, la gira y demás temas. En un momento de la entrevista Bono se pone a describir lo que según él es parte esencial de la idiosincrasia irlandesa, poniendo como ejemplo las aspiraciones de clase y su singular perspectiva de vida con respecto a los americanos.

A diferencia de Estados Unidos, dice el vocalista, cuando los dublineses pasamos frente a una gran mansión con auto de lujo y demás, no pensamos: “algún día, trabajando fuerte, tendré una casa así”. No, nuestro primer pensamiento es: “algún día ese hijo de perra me las va a pagar”.

Independientemente de que su razonamiento sea cierto y aplique al ciudadano promedio de Irlanda, hay algo de comprobable en sus afirmaciones en cuanto al resentimiento discrecional (o explícito) que siempre está presente en la llamada lucha de clases.

Al millonario le gusta ser ostentoso y déspota; al desfavorecido le satisface ver caer en desgracia a ése millonario. Tal y como la tesis de Bono, esto no siempre es cierto, pero sí es un argumento cliché que la cultura popular ha comercializado a placer, específicamente la televisión y el cine.

Todo esto viene a colación porque dicho estereotipo narrativo está demasiado arraigado en el espectador, y siendo particulares, es un modelo que el cine mexicano ha explotado con tremendo éxito a lo largo de su historia y de forma más burda en fechas recientes, como bien comprueban los taquillazos de Nosotros los Nobles (Gary Alazraki, 2013) o Mirreyes contra Godínez (Chava Cartas), apenas éste 2019.

Ese es el lamentable antecedente (u obstáculo) que la extraordinaria película Las Niñas Bien tiene que vencer en cartelera, pues aparte se vende como una comedia simil que al estar basada en el famoso libro de Guadalupe Loaeza, parecería aprovechar el conflicto de ricos vs pobres. Sin embargo, el trabajo de Alejandra Márquez Abella, directora, es diametralmente opuesto y escoge el camino menos esperado (y más arriesgado), dando como resultado un filme fantástico.

Nos presenta de inicio a Sofía (Ilse Salas impresionante), el alter ego-espía con el que Loaeza describía las superficiales vicisitudes de la clase alta en el México de los ochenta. Superficial, precisamente, resulta su introducción cuando la vemos navegar entre los invitados a su fiesta de cumpleaños, ya sea agradeciendo los cumplidos a su vestido importado, al menú de la noche y su pulpo perfectamente cocinado, o escuchando chistes clasistas que solo un graduado de la Ibero o la Anahuac ¿comprendería?

Curiosamente ni la misma Sofía parece encontrarle gracia y eso es porque ella está absorta en una ensoñación que Márquez Abella plantea a forma de contrariedad.

¿Por qué esta joven mujer que lo tiene todo sueña con fiestas del jet set europeo donde Julio Iglesias es su pareja sentimental? ¿Por qué parece no disfrutar completamente su estatus? La respuesta puede o no estar en el breve vistazo a su vida. Una vida que transita entre mansiones, clubes deportivos, tiendas departamentales y charlas cizañosas de amistades falsas.

Esta burbuja que es el día a día de Sofía se siente frágil, pues afuera, en la realidad del país, están sucediendo  que amenazan directamente su bienestar. Pero no son únicamente esas circunstancias, hay un vacío que obedece a otro aspecto que desconocemos. ¿Intuye algo más y de ahí su constante incertidumbre o simplemente es una mujer aburrida?

El resto de las niñas bien, sus supuestas amigas, tampoco parecen comprender de realidades, pero se muestran más cínicas y voraces a las primeras señales de cambio. Es decir, mientras Sofía se niega a ver que los cortes de agua en las Lomas son una señal inequívoca de crisis, o no cree, como le dice el socio de su marido, que es inminente que tendrán que “apretarse el cinturón”; las otras chicas, específicamente su dizque mejor amiga Alejandra (Cassandra Ciangherotti), voltean sin pena hacia dónde está el dinero, que en este caso es Ana Paula (Paulina Gaitán), la nueva rica del grupo cuyos modos y dizque malos gustos no checan con la idea de lujos y el estilo sofisticado de Sofía.

Como la mariposa negra estacionada en una pared de su casa y la cual no quiere mover por razones cabalísticas, Sofía se muestra incólume y negada ante una fachada que cada día es más difícil de sostener. ¿Cómo seguir siendo una pinche soberbia, como le dice Ana Paula, cuando todos saben que Sofía ya no es la abeja reina de ese grupo?

Fácil hubiera sido en éste sentido elaborar un melodrama revanchista cuyo clímax emocional sea atestiguar la caída en desgracia del rico. Ese sentimiento válido que describía Bono pero que trasladado al cine no propone ningún tipo de reflexión y mucho menos punto de conciliación.

Sin embargo, las viñetas de aparente superficialidad y mala vibra que propone Marquez Abella no desean ser eso ni tampoco un filme que nos involucre sentimentalmente con el mal momento que atraviesa esta mujer (aunque sí lo logra y buena parte ello se debe al asombroso trabajo de Ilse Salas), sino uno que hace hincapié en lo que significa ser una “esposa trofeo” en un estrato de riqueza cuya exclusividad no va con muchas de las convenciones sociales que conocemos.

Las Niñas Bien no exalta esa condición, sino cómo se siente perderla y darse cuenta de la soledad y ansiedad que provoca no tener nada ni a nadie. Si Sofía en determinado momento comprende que sus amigas ni lo son en verdad, la dosis de aflicción se acrecienta con una madre distanciada e indiferente al dolor, o cuando ve que el borracho de su esposo Fernando (Flavio Medina) no sabe cómo actuar ante la crisis ni tampoco tiene la capacidad de responder a ello.

Se entiende que las fantasías de Sofía eran el recurso de una mujer que nunca fue feliz pero que ahora no tiene los privilegios ni comodidades para sobrellevarlo. ¿Qué hay entonces para esta mujer cuando ya ni soñar despierta sabe? ¿Qué aspiraciones quedan? O más aún, ¿dónde encontrarlas? Cómo darle sentido a una vida vacía.

Esas son cuestiones que cualquier mujer se puede preguntar sin importar su lugar, condición, etc. Destacar ese subtexto requirió un trabajo que le dé vuelta a la comedia ligera y clasista. Un filme que evite los blancos y negros.

Si el tono de la cinta narraba sobriamente los conflictos vía una excelente fotografía de Daniela Ludlow, en el tercer acto sube la apuesta estilística para mandar un mensaje de desencanto que sabe a triunfo agridulce. No porque el argumento tenga la intención de darle un cierre o premio de consolación a su protagonista, al contrario, nos hacen saber que la odisea apenas ha comenzado, sin embargo, queda claro que ese sistema que coartaba su capacidad de decisión ha sido quebrado.

Queda claro que Sofía ya no es esa mujer que, como dice Julio Iglesias, se había olvidado de vivir. La catarsis que le (nos) ofrece Márquez Abella es simplemente brillante.

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