La anécdota cuenta que Las Nubes de María nació como una idea que Juliette Binoche le propuso al director, Olivier Assayas, para que éste la desarrollara en un guión y ver qué salía a partir de ahí. Lo mejor viene, sin embargo, en el doble trasfondo. Por un lado la supuesta discrepancia entre Binoche y Assayas durante la filmación de L’heure d’été (2008) respecto a la percepción y dirección del personaje femenino y que, sin confirmar, influyó en Assayas durante el desarrollo de Las Nubes de María casi en forma de refutación a Binoche y su visión. Y por otro, los paralelismos de la ficción con la realidad no sólo de la protagonista, sino abarcando al reparto principal con referencias donde hasta el mismo director refleja un poco de si mismo.
Este delicado terreno de la metaficción es trabajado por Assayas de forma tal, que la sutileza de sus dos primeros actos desembocan en un epílogo contundente que deja al espectador casi perplejo. De ahí la importancia de conocer el contexto del filme sin que esto rebase, claro está, la obra. O tal vez no. Y por eso Assayas es acertado desde la elección del reparto.
Juliette Binoche es Maria Enders, una primera actriz consagrada a quien se le propone retomar la obra de teatro que la lanzó a la fama, pero ahora interpretando otro papel. En la dramaturgia original (Maloja Snake) Enders era Sigrid, una osada joven que pone de cabeza el mundo de Helena, una ejecutiva que se enamora dolorosamente de ella. Ahora, con la edad, Enders es perfecta para interpretar el otro lado de la moneda, es decir, Helena, la víctima.
Independientemente de conservar su mito e integridad como artista, Enders se rehúsa a la idea (la cual también es un cliché comercial) casi como si fuera cábala debido a que en el texto original Helena termina suicidándose ante el rechazo de Sigrid, y también porque haber destruido en la ficción a ese personaje, le dejó una huella profunda que ahora se niega a revivir. En otras palabras, que no se lo hagan a ella. Sus planes cambian, sin embargo, cuando en la víspera de honrar a Wilhelm Melchior, el autor de la obra, recibe la noticia de que éste ha fallecido. Enfrentar el paso del tiempo y la fragilidad de la vida tan súbitamente aunado a una charla (muy persuasiva) con el joven director que pretende montar la nueva versión, hacen que Enders termine por aceptar el reto.
Para ir entrando en el papel Helena, Enders se muda temporalmente junto con su también persuasiva y joven asistente Valentine (Kristen Stewart) a la casa de Wilhelm, la cual está enclavada en la bella región de los Alpes llamada Sils Maria, donde con la ayuda de Val preparará al personaje.
Lo que en inicio es una especie de reclusión creativa y hasta desintoxicación de Enders respecto a su pasado y ahora futuro con la obra, va adquiriendo exactamente el mismo tinte conflictivo de lo que ensaya. Val, una adolescente no tan segura como la descripción de Sigrid, pero en la misma posición de ventaja, hace dudar a María respecto a sus enfoques en los personajes y/o sobre qué los motiva. Todavía más, al ser únicamente una asistente sin el conocimiento y antecedentes de María en lo que se refiere a actuación y construcción dramática (aunque no por ello sus ideas demeritan), posee una perspectiva fresca que vulnera a María y toda su experiencia. ¿Por qué de pronto esta chica que sólo lleva su agenda y sirve como confidente resulta tener la razón en cuestiones que se supone no le competen? María comienza a dudar de si misma como actriz y de la decisión que ha tomado ante los apuntes de Val sobre la actualización del personaje y, ahora se da cuenta, ante las circunstancias de Helena en el texto, las cuales ahora por primera vez comprende.
Para sumar desconcierto a la escena, María investiga a su co-protagonista (por medio de anécdotas de Val y después en Youtube), Jo-Ann Ellis (Chloë Grace Moretz), la joven actriz que interpretará en esta ocasión a Sigrid y cuyo desenfrenado estilo de vida y escándalos son el pan diario de la prensa de espectáculos.
Conocerla en persona se vuelve para María una aprensión ante la cual su asistente le sirve ya no únicamente como apoyo, sino guía. La juventud y confidencia de Val le son ahora más necesarias ante la avasallante personalidad de una Jo-Ann que ni siquiera es adulta. Y es que al miedo de María al fracaso de la obra, en parte porque cree que la chica es inexperta, también se suma un dejo de atracción ante el desdén que muestra esta actriz adolescente hacia todo lo que rodea su carrera, algo que a María jamás se atrevería (aunque lo desea) a hacer.
Con esta suma de miedos y desconciertos, es que Assayas desdibuja las fronteras entre la obra de teatro y el contexto de Enders. Y para agregar confusión tenemos a una Chlöe Moretz haciendo casi una parodia de Kristen Stewart y a la misma Stewart haciendo, bueno, digamos que algo diferente, sin embargo, muy acertado y casi por primera vez en su carrera creíble.
Este reparto, es evidente, no es coincidencia. Si Las Nubes de María es el vehículo de Juliette Binoche para demostrar la gran actriz que es y hacer una declaración sobre la madurez creativa de ella como artista, también Kristen Stewart saca partido en una escena logradísima donde Val y María, después de ver un filme donde Jo-Ann interpreta a una superhéroe mutante (en clara referencia a X-men) discrepan sobre el valor del personaje y la película misma. Mientras María no la baja de bodrio que no aporta nada, Val hace una defensa muy interesante de Jo-Ann como protagonista femenina y de que el compromiso en ese proyecto automáticamente dota a la película y su trabajo de valor y repercusión. Aparte, Val la defiende principalmente porque es un producto que le gusta, algo que, como dice ella, le habla a su generación. Una declaración que Assayas consolida más adelante con la introducción total de Jo-Ann al filme y sus problemas sentimentales y acoso de la prensa. Si bien, se supone, será ese conflicto el que nos lleve a un tercer acto donde el filme se transforma también en una mini crítica y parodia al star system, el impulso de ello y en general a la cultura de la celebridad, es en el desarrollo de la amistad entre María y Val donde se encuentra su parte más interesante y sólida.
Ahí el planteamiento expone el recelo y dudas en los que se basa la obra de Maloja Snake. Y ya en el absolutismo de la meta-analogía, si se quiere, presenciamos en todo su esplendor el fenómeno climático denominado precisamente “La Serpiente de Maloja”, el cual inspiró (y obsesionó) a Wilhelm a tal grado que título así su obra y pareciera no haber superado tal lucidez. La Serpiente de Maloja, se cree, es el augurio de algo malo. Al menos en cuanto al clima. Una obviedad casi infantil que Assayas transforma en rentabilidad por cómo desarrolla a María y Val. No con confesiones directas, ni involucrando inflexiones de atracción, sino colocando a los personajes en lugares que poco a poco se van alejando de esa sólida relación que se muestra en un principio.
Las cosas que Val hace por María y la burbuja de protección que construye alrededor de ella, se vuelven, muy sutilmente, un hastío. Y en el otro lado, María, que la ve como una asistente y si acaso amiga, comienza a necesitar más de ella que sólo ser quien le dé réplicas u organice su vida. El silencio y acomodamiento de los personajes es extraordinario. Desde María viendo a Val dormir (algo que se repite) hasta las posiciones de poder en los ensayos, en los cuales Val casi siempre termina, ya sea en un escalón o de pie, por encima de ella.
Aunque la película funciona mejor apreciándola como una abstracción del papel que juegan el trío de actrices protagonistas en la realidad, es en la ficción y el montaje donde debe sobresalir. No sólo por sus hermosos escenarios y por cómo Assayas los va moviendo y reduciendo conforme al momento del relato, sino por proyectar en tres diferentes mujeres un mismo deseo de individualidad y reconocimiento. Y aunque Assayas describe este proyecto como “una película de Juliette Binoche sobre Juliette Binoche con Juliette Binoche”, y refuerza su declaración al hacer mucho más plausible su personaje y actuación, Stewart y Moretz no se quedan atrás. Tal vez porque están bien dirigidas. Tal vez porque Binoche las apoya o porque las necesita. Después de todo, Las Nubes de María está más de este lado de la pantalla. Casi un psicodrama. Casi teatro.