Por Francisco González Romo.
El día domingo tuve la oportunidad de asistir a dos asambleas: la de MORENA en la que resultó electo David Monreal como precandidato a la gubernatura y a otra, que se celebró con motivo de la alianza-convenio que celebran Pedro de León y José Narro, con los mismos motivos de elegir abanderado (de otra alianza, por cierto).
Sucede que a la de MORENA, se presume, no llegaron los Delegados, por lo que puede considerarse como espuria, ilegítima, criticable la elección de David (vaya lío repetir lo que se critica) y, a la otra, la del PRD-PAN, le sobró sinceridad cuando Pedro de León le dijo a Narro que ya aceptara la Senaduría y le dejara la candidatura. Pero no bastan estos ejemplos: en la del PRI-Verde dicen que aún surgen enconos, y hay quien asegura que la alianza se encuentra en peligro porque, más allá de lo que dice Tello sobre mantener las miras en la realización del bien común y no en la de proyectos personales, hay quien quiere brincarse la tranca y agarrar hueso e, incluso, hay quienes aseguran que el mismo Tello es la continuación de algunos proyectos personales.
Mientras estas alianzas se dan, ha habido otras “por abajo del agua” que, despacito van tomando forma y no se dejan ver. Así como las toman a la ligera, así se crecen y se desarrollan, como raíces invadiendo las tuberías viejas.
Durante las dos semanas pasadas pude visitar lugares incómodos para el poder, autonomías nacientes esperando a ser vividas por quien guste hacerlo; justo aquí, a la vuelta de la esquina. Estas autonomías no son las revueltas violentas que esperan los antimotines del general Pinto o la Policía Militar con sus diez mil escudos eléctricos comprados en noviembre del año pasado. Las autonomías de las que hablo no atacan el poder porque de él no se ocupan. Están en los periódicos, en las redes sociales, las patrocinan las instituciones estatales y las empresas, son como fantasmas que acechan su confianza (l@s “he visto en el cine, en los tranvías”, como diría el poeta): son las alianzas que hacemos a diario, tan comunes que pasan inadvertidas a los candidatos, a las autoridades, a l@s que saben, a l@s que ejercen la legítima coerción. Las hacemos crecer tú y yo, nosotr@s tod@s a diario sin darnos cuenta (así como no nos damos cuenta que pagamos para que nos exploten y nos repriman). Así de invisible va la cosa.
No diré cuáles son para que no manden a su policía política que se disfraza de reporter@s, de estudiantes o de obrer@s.
Aquí está ya el cambio inalcanzable, “la utopía”. Bienaventurada y bienvenida sea. No la ha de bendecir el papa ni va a canonizarse por el clero, no ha de reconocerla Peña Nieto, ni el otro diminuto que se asomaba por la presidencia de la capital. En cambio será tema de todos los días para nosotr@s, que la esperamos, y la hacemos, y la vivimos.
¡Que viva la RESISTENCIA!