LECCIONES DE LA TRAGEDIA DE MONTERREY

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César Camacho
 
 
Nunca estará de más expresar nuestra condolencia a los cientos de familiares, amigos y vecinos de las víctimas inocentes que murieron o resultaron heridas en la tragedia ocurrida el jueves pasado en Monterrey, aún a sabiendas de que jamás serán suficientes todas las expresiones de solidaridad para colmar el vacío que la brutalidad les ha dejado. Ni siquiera la sensación de coraje que en millones de nosotros ha provocado ese ataque abusivo y salvaje les servirá de mucho a ellos; sin embargo, de esta suerte de «estado de emoción violenta» -que a algunos haría reaccionar sin medir las consecuencias, que a la larga podrían perjudicarlos- que tantos compartimos, debería surgir un inteligente y articulado conjunto de acciones que afronten con mejores resultados la amenaza que ahora representan los criminales. Si bien debe ser momento de templanza, también lo debe ser de acciones acertadas y trabajo eficaz.
 
  Una vez más, el gobierno federal reaccionó tarde y mal. Primero por un escueto mensaje en Twitter, como si la emergencia no ameritara más. Después, con una equivocada alocución en la que el Ejecutivo federal trató de reducir la explicación del fenómeno al hecho de «…que vivimos al lado del mayor consumidor de drogas en el mundo y del mayor vendedor de armas del mundo». ¡Y para más, la impertinencia de Vicente Fox!, que nos ofende a todos y deshonra la memoria de las víctimas, al llegar al exceso de sugerir una tregua y peor todavía, una amnistía para criminales de la peor ralea que tanto han ofendido a tantos.
 
  La tragedia exige una mejor respuesta, los mexicanos esperan una reacción seria, razonable y eficaz de los políticos. Como lo he expresado en reiteradas ocasiones, en la lucha por la seguridad y la justicia en México, el Presidente de la República no está solo. Es momento de unir todas las fuerzas políticas, los gobiernos municipales, estatales y federal, el Congreso de la Unión, el Poder Judicial, las organizaciones civiles y todos los mexicanos, sin olvidar que la unidad es fuente de poder invencible cuando surge de la adhesión libre y comprometida en torno a una respuesta institucional que cohesiona voluntades y encauza los esfuerzos, a consecuencia de sus buenos resultados.
 
  Para ello, el Ejecutivo debe comprender que promover seguridad sin justicia es acercarnos al autoritarismo, y justicia sin seguridad parece imposible; que ambas son extremidades de una misma pinza. Una de las lecciones de la tragedia de Monterrey indica que con impunidad, la tranquilidad será un sueño; que la sangre de militares, marinos, policías y ciudadanos no servirá mientras no sean acompañados, vigilados y protegidos por la justicia; justicia que castigue y sancione con rigor a los delincuentes, y proteja y reivindique a las víctimas.
 
  Comprometámonos para que, como en Monterrey, la justicia impere en todo México, también en otra de sus acepciones, como esa justicia social que genera más y mejores oportunidades para todos. 

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