Lizalde, el abuelo

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Sumario: El poeta Eduardo Lizalde murió en mayo de 2022. Su fallecimiento me recordó los asesinatos políticos de su abuelo, don Juan Ignacio y del exgobernador Trinidad García de la Cadena, en 1886.

Marco Antonio Flores Zavala

Hace tiempo no miraba un reconocimiento casi unánime a un poeta mexicano, como ocurrió con Eduardo Lizalde -luego de su fallecimiento-. En su momento ojeé en Proceso testimonios; en Laberinto el texto de José Ángel Leyva; y, Confabulario está dedicado al escritor.

No me atreví entonces a exponer impresiones, libros o tal sobre él. En mi haber está un volumen con afecto especial: Siglo de un día, la única novela de Lizalde. Tengo la primera edición (Vuelta, 1993) –no sobra señalar que allí metí la reseña de Mauricio Flores (Milenio, junio 23 de 2014), como separador; él atiende la edición de Jus de 2009-. Siglo de un día es sobre la toma de Zacatecas de 1914 y una familia –su pasado-. En ese cruento enfrentamiento “pasaron mucho más cosas que en un siglo”. No haré spoiler.

La ocasión que el escritor presentó la novela en Zacatecas, estuve allí. Hubo quienes fueron por el poeta, yo lo hice por la narración y conocer a un hombre de culto, cuyo vozarrón era del tipo de su hermano Enrique, el actor. En aquella ocasión me enteré que era descendiente de Juan Ignacio Lizalde –político decimonónico y auxiliar principal del general Trinidad García de la Cadena, tanto como alguna vez lo fue Jesús Aréchiga-.

Hace días, conversando con Matías Chiquito Díaz de León –amigo y condiscípulo universitario- vino a cuento Lizalde, el abuelo. En el sanedrín comentó sobre las ediciones de las memorias del expresidente don Sebastián Lerdo de Tejada y cómo se trata el episodio los asesinatos del exgobernador y su leal amigo: Ignacio Lizalde –algunas veces jefe político de la capital estatal-.

Las fuentes Chiquito Díaz de León es que no fueron asesinados en estación Opal o González –vecina de estación Camacho-, sino en las inmediaciones de la ciudad de Zacatecas. Para constatar su dicho, me envió copias de una edición hecha en Estados Unidos (Adolfo Rogaciano Carrillo: El Mundo, 1890) y copias manuscritas de la edición –por cierto con algunas variantes al impreso-. Esta información me parece verosímil, pues no era dable situar el asesinato en las lejanías del semidesierto, sino que esa versión se construyó para hacer coartada del por qué no se atendió el salvoconducto del general Porfirio Díaz a los asesinados. A éstos los mataron y les condujeron en ferrocarril hasta Opal, donde los enterraron.

Escribió Rogaciano Carrillo en las memorias de Lerdo de Tejada: “El primero de noviembre (1886), en la madrugada, el general, acompañado de Lizalde, subió a una carretela tirada por un tronco de mulas, mandando al cochero que se detuviera en la primera estación del Ferrocarril Central, que distaba de allí unas cuantas leguas. Hacía un frío terrible; el general, profundamente abatido y febricitante, yacía aletargado en el fondo del carruaje, envuelto en dos grandes cobertores. Lizalde, sombrío y pensativo, no cesaba de azuzar al cochero para que apresurara el paso de las mulas. El sol radiaba ya en los campos y la jornada estaba por terminarse, cuando del recodo del camino surgió de improviso una partida de jinetes pertenecientes a las fuerzas del Estado, los que, rodeando la carretela y apuntando con los rifles a los viajeros, les ordenaron echar pie a tierra, profiriendo las más atroces blasfemias. Lizalde, que a primera vista había confundido aquella turba de asesinos con una partida de ladrones, se tranquilizó al ver que vestían el uniforme de los soldados del Estado, y juzgando que aquello era una equivocación, explicó quién era él y quién la persona que lo acompañaba. —Precisamente, andamos en busca de García de la Cadena, respondió el que hacía de jefe de aquellos salteadores. Y acercando su caballo al carruaje, inclinó la cabeza diciendo: —Baje usted, general, no se trata de hacerle daño. El general bajó, apoyándose de los hombros de Lizalde: tanto él como el coronel estaban desarmados. Apenas pisó el suelo García de la Cadena, que estaba muy débil, se apoyó con las dos manos en los rayos de una de las ruedas. No bien lo había hecho, cuando una descarga cerrada disparada por detrás le tendió en tierra acribillado a balazos, lo mismo que al malogrado coronel Lizalde. El cráneo de García de la Cadena estaba completamente deshecho: los dos cayeron de frente. Los asesinos pasaron a caballo sobre los cadáveres, lanzando alaridos siniestros y gritos salvajes de ¡Viva Porfirio Díaz!”

A Trinidad García de la Cadena e Ignacio Lizalde los asesinaron en el contexto de la reforma constitucional que facilitaba la reelección inmediata del general Díaz y en el fortalecimiento de la autoridad política y militar de Jesús Aréchiga en Zacatecas. Las lamentables muertes marcaron a los descendientes Lizalde y, por supuesto, a los García de la Cadena, uno de los cuales es el famoso cantante, también fallecido Óscar Chávez, el cantante.

Imagen: “Crosses Making Sopt Where Gov. Of Zacatecas and Son were Shot for Treason”, ca 1906. (Cruces que marcan el lugar donde el gobernador de Zacatecas y su hijo fueron fusilados por traición). Agradezco a Daniel Miranda por proporcionarme esta imagen.

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