LORD OF CHAOS

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Por: Sergio Bustamante.

Una de las tantas y más importantes lecciones que dejó la deplorable Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018), es lo difícil que resulta salir bien librado cuando de biopics musicales se trata.

Y no es por el hecho de las escandalosas acusaciones contra Singer, o por la pésima edición que hasta el mismo John Ottman (editor) reconoció no era lo mejor, sino porque la naturaleza del, podemos decir, subgénero, es tramposa e intrincada.

De entrada, cualquier biopic exige una impecable capacidad de síntesis por parte del guionista y director. ¿Resumir una vida en, más o menos, dos horas? Imposible. Así que la primera encomienda es decidir qué aspecto de dicha biografía quieren destacar o cuál es el eje sobre el que se narrará la historia. Las cintas basadas en hechos históricos, bélicos o algún personaje político y similares, tienen la ventaja de que existe una gran documentación en la cual apoyarse y por ende, vía un sesudo trabajo de investigación, hay caminos para realizar una buena cinta. Ahí está, por ejemplo, el Lincoln (2012) de Spielberg que nos presenta al ex mandatario en la etapa más crítica de su trayectoria sin necesidad de describir muchos antecedentes. Las biografías musicales, sin embargo, son una bestia diferente.

El rock, específicamente, es controversial por esencia. Es rebeldía. Cuántas leyendas sin comprobar, buenas y malas, no existen alrededor de sus figuras. El rockstar es sinónimo de mito y es un aspecto inapelable a la hora de realizar una cinta sobre su vida. De ahí quizás la escasez de biopics rockeras realmente logradas.

En general se tiende a sobreretratar, caricaturizar o, en el lado opuesto, deslactosar una figura cuyos matices podrían apuntar a un buen drama sin necesidad de enfocarse completamente en la vida musical, o en su defecto, en la música misma como protagonista. Por ejemplos no pararíamos.

Traslademos este precedente a la escena escandinava del metal y agreguemos la negativa tajante de sus protagonistas a ser retratados en una película. Ese es el adverso escenario con el que se topó el cineasta sueco Jonas Akerlund cuando decidió tomar la adaptación del proyecto Lords of Chaos, basado en el libro homónimo de Michael Moynihan y Didrik Søderlind. y el cual pasó por varias manos sin que nadie se comprometiera. Después de todo, para qué hacer una película sin siquiera los derechos musicales de las bandas aludidas. ¿Y qué hizo Akerlund como respuesta? Primero, “curarse en salud”.

Al no haber una versión definitiva sobre la polémica escena noruega del black metal (y el libro de Moynihan/Soderlind tampoco lo es) existen un montón de sucesos y declaraciones flotando que nadie termina por verificar y que con el paso del tiempo se convirtieron en el “qué” y no el “por qué”, es decir, el morbo rebasó a la historia, así que con ello en mente, la película nos anuncia: Based on truth and lies. Estamos pues ante una adaptación totalmente libre.

Pero la genialidad de Akerlund no radica en la advertencia de ficciones disparatadas, eso sería irresponsable, sino en enfocarse en la complejidad adolescente de sus protagonistas y partir de ahí para contar algo inesperado, macabro y hasta humorístico.

En el Oslo de finales de los ochenta y principios de los noventa, ya reinaba el bienestar social que caracteriza la vida de los países nórdicos. Sin preocupaciones significativas, con educación garantizada y apoyados por familias estables y un infalible sistema de salud, una generación de jóvenes encontró en el heavy metal la fuga idónea a un estado donde en apariencia nunca sucede nada. Así conocemos a Øystein Aarseth, Euronymous (Rory Culkin), el chico de 17 años líder de Mayhem, banda pilar del llamado True Norwegian Black Metal y que sería fundamental para el black metal en general.

Desconcertadamente se nos presenta a un Euronymous que poco tiene que ver con su leyenda y que, fuera de su apariencia, pareciera un chico más de su edad con aficiones, quizás, algo excéntricas. Esa introducción de él bromeando con su hermana menor y comportándose como cualquier adolescente con el resto de su banda, pareciera exhibir la poca seriedad con la que Akerlund abordará el mito. Sin embargo, en realidad obedece a que su planteamiento busca darle sentido a las consecuencias en lugar de exaltarlas.

Contrario a la leyenda y/o las creencias populares, Euronymous y compañía no eran “malvados” por naturaleza ni tenían como objetivo ser criminales, sino simplemente eran unos chicos que encontraron en el black metal la necesidad de pertenencia y de identidad que conlleva la adolescencia.

La primera parte del filme se siente hasta cierto punto inocente porque Akerlund enfatiza esa búsqueda. Por un lado está Euronymous buscando “el” sonido para su banda así como el deseo de distribuir su propia música y hacerse famoso; y por otro tenemos a Pelle Yngve Ohlin (Jack Kilmer) “Dead”, el vocalista cuya voz le diera a Mayhem todo el poder y personalidad que les hacía falta para despegar como grupo. Dead, se nos cuenta, era un adolescente sumamente sensible y depresivo que nada tenía que ver con su dura apariencia, y es su suicidio el primer golpe de timón en esta escena metalera.

Si Mayhem (Euronymous, en realidad) encontraba a su vocalista muerto y en lugar de llamar a la policía deciden sacarle una foto al cadáver y usarlo como portada de disco, eso se tradujo en que estos chicos iban en serio y ello les sumó no únicamente fama, sino una gran cantidad de seguidores con el mismo sentimiento de toda su generación: pertenencia. Y aquí es donde entra a escena el otro componente que terminó de darle forma al movimiento: Kristian “Varg” Vikernes (Emory Cohen).

Vikernes, como Euronymous, es un chico buscando un sonido que lleve el black metal a otra frontera, sin embargo, a diferencia del primero, Varg no vive en la capital ni viene de una familia acomodada o tampoco tiene un sólido grupo de amigos, ya no digamos algún interés romántico. Ese desamparo sumado al rechazo burlón del mismo Euronymous, lo convierten en el clásico lobo solitario que se toma demasiado en serio los conceptos del black metal y los transforma en una doctrina que mezclaba ideas contradictorias. Más aún, Varg funda Burzum, la otra gran banda del metal noruego y que a la postre sería una especie de antagonista musical a Mayhem.

Varg y Euronymous son contrapeso; son el manifiesto intelectual y la práctica de una escena musical confusa que cuando menos se dio cuenta, quemaba iglesias por todo Noruega y estaba violentamente sugestionada por creencias que ni ellos mismo podían describir.

El aspecto musical (que no deja de ser importante) es el mero pretexto de Akerlund para atacar la historia por un flanco original. Si bien Lords of Chaos nos cuenta cómo nació el movimiento y quienes fueron sus protagonistas, el filme en realidad deja eso en segundo plano e ilustra las circunstancias en las que se dio el llamado True Norwegian Black Metal.

En otras palabras, desmitificar a estos chicos y mostrarlos como lo que eran: adolescentes en una coyuntura de extremos: rock pesado y lúgubre en un contexto de bienestar sumamente anodino.

No habría que ser genios para vaticinar que, al menos en esa época, las probabilidades de que se saliera de control eran altas.

Pero ojo, si bien la cinta es muy gráfica en cuanto a sus asesinatos, la misoginia, el racismo, etc., no criminaliza a esta tribu urbana más allá de lo evidente y también los dota de un halo artístico/emprendedor que, aunque entendemos estuvo mal encaminado, no deja de ser válido.

En esta era del streaming y el consumo inmediato sería imposible replicar una resonancia

e influencia como la de Mayhem y Burzum, pero no el deseo de crear o de cambiar las cosas.

Bien dice Euronymous: Yo fundé un sello musical y creé un género, ¿qué has hecho tú últimamente, poser?

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