Mi pretensión era hablarles del domingo pasado. Luisa, mi nieta, y yo, nos fuimos de patita. Dos cosas memorables ocurrieron, por primera vez, me subí a los “carritos chocones”. Nunca, nunca, nunca, me había subido a uno; pero ésa no es la novedad; la novedad es que me subí 4 veces. En todos los casos, a ruego de mi nieta que me decía: “¿Otra vez, abuelo?”. Y ahí voy. Ahí vamos, quiero decir, los dos. Esta nieta mía tiene una venita… De los libros que le compré, ¿recuerdan?, sólo quiso títulos extraños: Drácula, Frankenstein, el Fantasma de Canterville, lo más decentito fue el Quijote de la Mancha. Pues bien, el domingo, Luisa fue la más entusiasta en irle a partir su mandarina en gajos al resto de los conductores. “¡A ése abuelo, a ése!”; y como yo no soy, precisamente, un alma buena, iba tras el inocente -objeto de la misteriosa inquina de mi nieta- y ¡zas! Admitámoslo, con la excusa del entusiasmo de mi nieta, me aloqué. Me aloqué yo y toda la bola de mentecatos que compartíamos el circuito. Porque los que más nos divertíamos éramos los adultos, particularmente los papás (las mamás como que se mostraban más cautelosas y escépticas). Vi a dos con sus hijitas llorando a moco tendido, por los golpes que se dieron con la barra de protección en la nariz o en el labio, vueltos locos detrás de sus elusivas víctimas; con un rictus de júbilo cruel y el salvajismo brillando en sus ojos, mientras no hallaban cómo controlar a su mocosa. La mía no. No más se agarraba de la barra con una mano y con su inapelable y devastador dedito extendido -sentíame yo auriga en el circo romano- me señalaba al siguiente blanco, mientras ella misma pisaba a fondo el acelerador.
La segunda cosa memorable, fue que la llevé a un salón de belleza (para niñas). Ahí quiso que la peinaran y cuando ya íbamos a hacer trato me susurró: “El ‘paquete’ abuelo”. “Adió -dije yo-, ¿el paquete? ¿Cuál paquete?”; pues sí, había “paquetes”, así que la peinaron, le pusieron brillitos en los párpados, unas piedritas exóticas en los pómulos y le arreglaron las uñas… De eso les iba a hablar yo con todo detalle. Del delicioso y frívolo domingo anterior.
Pero a media semana se me atravesó una librería; lo vi y lo compré. Excepto las pausas necesarias que el trabajo o las clases marcan, lo abrí y no paré de leer hasta que lo terminé. ¿Su título? El mismo que encabezan estas líneas: “Los Doce Mexicanos más Pobres. El Lado B de la Lista de Millonarios”.1 En la contraportada del libro se lee lo siguiente: “Más de la mitad de la población mexicana está en situación de pobreza. El reporte ‘desigualdad extrema en México’ (Oxfam, México, 2015) revela que el 1% de la población concentra el 43% de la riqueza del país”.
¿Algunos datos perturbadores? Helos aquí:
Ø “Ellos viven con menos de un dólar al día, no comen diario y, cuando enferman, toman agua hervida para paliar el dolor”;2
Ø “Mientras que la fortuna de Slim, Bailleres, Larrea y Salinas Pliego pasó del 2% al 9% del PIB en una década, la desigualdad en el País escala aceleradamente posiciones en los rankings mundiales. México se encuentra entre los 25 países con mayor desigualdad del Planeta, sólo superado por naciones africanas y países latinoamericanos como Haití, Honduras o El Salvador”;3
Ø “El último informe del Consejo nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) señala que dos millones de mexicanos se sumaron recientemente a la categoría de pobreza, al pasar de 53.3 a 55.3 millones, entre 2012 y 2014”;4
Ø Los olvidados de los olvidados “forman parte del segmento con más carencias y, aún peor, están entre los diez millones de mexicanos que padecen pobreza extrema. Algunos, como Antonio López Velasco (Chiapas), se las arreglan con un peso al día”;5
Ø “Además, en 2010, según el informe de CONEVAL, el rezago educativo afectó a un 26.3% de la población” (de Huimanguillo, Tabasco); en tanto que el 10% es analfabeta;6
Ø “Entre todos esos pobres, San Simón Zahuatlán (Oaxaca)es el que representa más carencias: 96.4% del total de la población está en situación de pobreza, y 80.8%, en pobreza extrema; es decir, sus ingresos son tan bajos que, aun cuando lo dedicasen por completo a la adquisición de alimentos, no podrían absorber los nutrientes necesarios para tener una vida mínimamente sana”,7 y
Ø “La choza de Claudia no tiene luz ni agua corriente. ¿Refrigerador, televisión? Ni aspira a ello. Tampoco conoce una lavadora. Y toda la vida ha cocinado en un fogón con leña” (Municipio de Tahdziú, Yucatán).8
Ésa es la realidad en la que viven buena parte de los millones de mexicanos que pueblan la patria; ése también es México, nos guste o no, con cifras alegres o sin ellas. Me quedo con estos datos demoledores: Más de la mitad de la población está en situación de pobreza, el 43% de la riqueza del País lo posee el 1% y la tendencia de desequilibrio va a la alza con la “brecha social más amplia”, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).9
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Luis Villegas Montes.