Tras vivir muchos años atrapado en un limbo de prosaísmo en el que parecía, y muchos lo aseguraban, que su carrera estaba acabada, el director M. Night Shyamalan regresa de forma casi triunfal con, irónicamente, el filme más sencillo de su carrera: The Visit, traducida en México como Los Huéspedes.
Y cuando digo sencillo, me refiero no sólo al presupuesto y diseño de producción, sino a la historia misma. Los Huéspedes no tiene nada que ver con el Shyamalan que cada película luchaba (y se forzaba) por replicar su mayor éxito, El Sexto Sentido (1999), ni tampoco con la ambición argumental de piezas como Lady in the Water (2006) o The Happening (2008), fallidas para algunos, mal apreciadas para otros. Y, afortunadamente, tampoco es el Shyamalan que intentó un cine épico a la Spielberg (su mayor ídolo) con producciones como The Last Airbender (2010). No, el cineasta de The Visit es uno que regresa a los básicos y que, sin embargo, se apoya en formatos modernos para contar una historia muy efectiva y con más lecturas de las que su estructura ofrece inicialmente.
Becca (Olivia DeJonge) y Tyler (Ed Oxenbould) son dos hermanos que pronto viajarán a Pennsylvania para conocer por primera vez a sus abuelos maternos. La razón: la madre de ambos (Kathryn Hahn), huyó de la casa cuando era una adolescente enamorada con un embarazo a cuestas, y aunque ya nunca volvió a tener contacto con sus padres, desea que sus hijos los conozcan. Los chicos por fin emprenden el viaje mientras la madre se embarca en unas mini vacaciones en crucero con su novio, siendo las videollamadas el medio por el que se van ir narrando sus respectivas anécdotas.
Una vez instalados en casa de Nana (excelente Deanna Dunagan) y Pop (Peter McRobbie), los abuelos, todos comienzan a tener un tipo de convivencia familiar en la que el mutuo interés en saber uno del otro es el factor predominante, aunque la maravilla de este encuentro se rompe cuando Becca y Tyler comienzan a notar los súbitos cambios de humor y comportamiento de los abuelos. Y dicho desconcierto no hace sino incrementarse con la estricta regla de no salir del cuarto bajo ninguna circunstancia una vez que dan las nueva treinta de la noche, tiempo en el cual se apagan las luces y, naturalmente, escuchan y ven cosas extrañas como a la abuela paseando en camisón y hablando sola. A partir de estas sospechas los chicos comienzan a investigar qué es lo que padecen sus abuelos dando así pie al nudo de la cinta.
Si bien esta sencilla premisa podría emparentarse con la mayoría del cine clásico sobre posesión o hasta casas embrujadas, Shyamalan se aventura por el camino del found footage como primer distintivo. Formato tan socorrido hoy en día, particularmente en el cine de terror, el found footage enriquece la historia de tal forma que se percibe como el tradicional registro-investigación, sin embargo, el otro acierto del director está en la construcción de los personajes, específicamente los hermanos.
Becca parece la típica adolescente si no fuera porque su principal objetivo no es tanto conocer a los abuelos, sino la realización de un documental que como agenda alterna quiere averiguar si los abuelos siguen enojados por el abandono de la madre y el rechazo a contactarlos. La cinta comienza, de hecho, con una entrevista a ella donde narra brevemente cómo se enamoró, huyó y fue cambiada por otra mujer que el entonces novio conoció en un Starbucks. Lo único que no revela es la razón por la que súbitamente se fue sin dar explicaciones. Becca desea saberlo y de alguna forma incitar un encuentro. Y es que es justo en este aspecto en el que los chicos “no son normales”, ya que al distanciamiento familiar, se suma la ausencia de un padre que en apariencia dejó más malos recuerdos que buenos. Elemento del que Shyamalan saca provecho más adelante.
Así pues, con este par de millennials y sus complejos emocionales, en un ambiente ajeno (aparte de todo la casa está en un pueblo solitario en pleno invierno, lo cual es un escenario ideal para la historia), con aburridos juegos de mesa como principal atracción, y con adecuados saltos cronológicos sumados a la computadora para editar y videollamar, Shyamalan justifica esa cámara personaje-testigo que explora a los abuelos, pero que también trabaja como válvula de escape de estos chicos; se entrevistan entre ellos, confiesan sus sentimientos, dirigen sus inquietudes hacia la lente y, por supuesto, sirve como espía de lo prohibido, para saber qué hacen los cada vez más erráticos abuelos por las noches. Siendo este el campo de Shyamalan, lo paranormal y demás, es de resaltar que haya logrado desprenderse de sus rasgos a favor de una narrativa “moderna” y ágil sin dejar que ello afectara la producción o terminara saliéndosele de las manos.
La sutileza del misterio, el incremento de la tensión, los detalles, las referencias pop y la proximidad de la historia al folclor de los cuentos de hadas, hacen de The Visit un filme logrado que a pesar de su forma tiene mucho más mérito que la displicencia de sus semejantes, (entiéndase Grave Encounters et, al). Una apuesta osada por parte de Shyamalan, sin duda alguna, tal vez jugándose una última carta que afortunadamente le resultó. Queda esperar la continuidad de ese talento redescubierto y nuevas obras como The Visit, que son más que adecuadas para estas fechas.