LOS LIBROS DE LAS BUENAS MEMORIAS

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seduzac_entrega_libros_26092013Francisco González Romo

El vino entibia sueños al jadear

Desde su boca de verdeado dulzor

Y entre los libros de la buena memoria

Se queda oyendo como un ciego frente al mar.

 

-Luis Alberto Spinetta-.

 

No sé cuántas personas tengan la oportunidad de compartir lecturas. Sé que, por lo menos en México, no son muchas: las clases con ese privilegio no hemos sido capaces de masificar la cultura o, simplemente lo hemos impedido. No sé tampoco cuántas pueden compartir una buena copa de vino y una buena lectura. Pero, en definitiva, no sé cuántas personas tengan la suerte de sentarse a la mesa con una buena copa de vino, una buena plática en torno a una agradable lectura y en la (¿cómo llamarle?), hermosa, reconfortante, amena, cariñosa y hasta invaluable compañía de un amigo, de esos de verdad.

Un libro que me recomendó precisamente mi padre, dice que si tienes un amigo es suficiente, con eso basta para la vida, hay que esmerarse a cuidarlo. Creo tener más de un amigo, sé de algunas amigas y sin duda ando con menos de diez de ambos, seguramente, pero tengo uno con el que comparto lecturas y una copa de vino a la sombra de una enredadera: mi padre.

Es, desde hace poco, que creo que comenzamos a compartir. Quizás él más tolerante o quizá yo más estoico, quizás él más romántico o yo más “maduro”, hemos comenzado a dialogar entre nosotros y con grandes hombres y mujeres que han interpretado el mundo, que lo han desvelado: él insiste y yo accedo; yo propongo y el acepta. Y así se crea el diálogo que hemos llevado hasta la sobremesa.

Ésta vez, y casi de un “jalón” me he leído el libro que abrirá el diálogo propuesto: ¿Quién hablará por ti? Un recuento del Holocausto en Polonia, de Arnoldo Kraus, quien asegura que el diálogo rompe con el silencio cómplice, con la gran maquinaria del olvido. Es por esto que agradezco su invitación, la del Arnoldo y la de mi padre, ya que hablar del vecino es hablar de uno mismo, sobre todo en tiempos de guerra y, ¿qué se vive en el mundo, qué se vive en México, sino la guerra? ¿Cuántos desaparecidos hay sin tumba? ¿Cuántas madres y padres sin certeza, sin lugar preciso para el rezo? Agradezco el diálogo y empiezo también a compartirlo. Ojalá se acerquen a buscarlo, que el diálogo les pisa los pies.

Lo interesante de éste libro, además de cada una de sus páginas, es la manera en que invita a reflexionar el porqué de la propia existencia a través de reflexiones muy profundas y sencillas, en el sentido de que tod@s las realizamos en algún momento. Alguna vez escribí que vivir era perder vidas y, en efecto, no hay mejor manera de acercarse conocerla (la vida) que recorriendo cada muerte, ya sea propia o ajena, de las cosas o de la memoria.

¿Qué somos, a qué nos limitamos? Basta abrir el cofre o el cajón de los recuerdos para responderlo: ¿cuántas vivencias se encierran en una carta que tiramos, en una fotografía que desgarramos, en un presente que así mismo regalamos? Y, entonces, ¿quién nos estará matando ahora, a quién arrojamos al olvido?

Pero si pensamos en nuestro entorno social podríamos preguntarnos: ¿quién estará a punto de disparar ahora?, ¿será firme o temblorosa la mano con la que se accione el gatillo que llamará con un estruendo fulminante a nuestra muerte? O, acaso será una certera, silenciosa puñalada que nos arrebate el encuentro con nuestros seres amados? Lamentablemente es cierto lo que dice Helen (o Arnoldo, o Anchul), sigue habiendo gente que decide cuándo han de acabarse las vidas de otros seres, incluso el genocidio.

Arnoldo logra también que me pregunte qué tanto he dialogado con mi madre sobre su vida y sobre su muerte, qué tanto con mis hermanos y hermanas, con mi pareja, con el pedacito de humanidad que me rodea. Al parecer nunca sobra tiempo, aunque puede ser suficiente para estar tranquilo y vivir (o morir) feliz. Pero es necesario comenzar ahora.

En fin, no creo poder abarcar, ni creo haber abarcado lo suficiente, sobre lo que este libro significa. Creo que no he entendido mucho. Sé que lo leeré en años venideros y recomenzaré el diálogo. Sólo intenté compartir lo provocado.

Volviendo al comienzo, agradezco a mis amigos y a mis amigas por SER y ESTAR. Y agradezco al destino por la sobremesa que espero que llegue (¡tantas cosas nos toman por sorpresa!, como la muerte, que es el Destino). Por lo pronto, entre los libros de la buena memoria, me quedaré oyendo, como un ciego frente al mar.

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