En esta ocasión, me gustaría tratar el tema de la violencia contra la mujer. Para empezar, me gustaría que, como hombres reflexionáramos el por qué, en muchas de las ocasiones, nos molesta y hasta nos hace rabiar este tema y otros relacionados con cuestiones de género y de sexismo.
Así, comenzaré por citar al filósofo Slavoj Zizek (Defensa de la Intolerancia), quien asegura que “un rasgo de la vida contemporánea sería la crueldad excesiva y no funcional: una crueldad cuyas manifestaciones van desde las masacres del fundamentalismo racista (agrego sexista) y/o religioso hasta la violencia insensata protagonizada por adolescentes… (la cual) cabría calificar como Id-Evil, el mal básico-fisiológico, una violencia sin motivación utilitarista o ideológica… El Id-Evil representa así el cortocircuito más elemental en la relación del sujeto con la causa-objeto inicialmente ausente de su deseo: lo que nos molesta en el otro (el judío, el japonés, el africano, el turco… -la mujer, agregaría yo) es que aparenta tener una relación privilegiada con el objeto: el otro posee el objeto-tesoro, tras habérnoslo sustraído (motivo por el que no lo tenemos), o amenaza con sustraérnoslo.” Y ¿cuál es el objeto-tesoro que nos lleva a descalificar la lucha de la mujer por el respeto más básico de su humanidad? ¿El poder?, ¿Los privilegios?
Y, ya en los hechos, en Zacatecas, según nota de NTR, “En los últimos tres años… se registraron 38 homicidios de mujeres, de los cuales 10 ya fueron reclasificados como feminicidios y 28 están en análisis para ser tipificados como tales. Por lo anterior, esa decena de expedientes ya son atendidos e investigados como feminicidios y no como homicidios, ya que los primeros tienen sanciones mayores, que van de 20 a 30 años de presión o de 20 a 40 años, cuando el agresor tenía relación de confianza con la víctima…”
Emilia Pesci asegura que, según sus investigaciones, en lo que va del año han desaparecido más de 300 mujeres en el país y que, según Mara Muñoz, directora del Centro de Justicia para las Mujeres, en muchos de los casos, esas mujeres desaparecidas son obligadas a prostituirse.
Los Estados han optado por crear los tipos penales llamados Feminicidios que, desde mi punto de vista, no disminuirán los asesinatos con saña y odio contra las mujeres porque, sencillamente, la impunidad es la moda en todo el país y está claramente demostrado que ésta va ligada al aumento de la criminalidad más que cualquier otra cuestión. Han optado también por aumentar las penas, pero, según criminalistas, el delincuente no teme la pena, sino la posibilidad de ser castigado. Se han creado, con la misma finalidad, centros o fiscalías especializadas en resolver el problema de la violencia contra las mujeres y es de admirar el trabajo de las personas que laboran en estos lugares, pero el problema es de más fondo porque es sistémico, entonces creo que aunque mucho, es poco lo que se podrá hacer. Y, no podemos olvidar la supuesta paridad para los cargos de elección popular –que se batalla para que se cumpla-, pero creo que hay mucho que cuestionar sobre el poder; como decía Sócrates, una sociedad ideal sería aquella en la que sus miembros huyan del poder tanto como ahora corren para conseguirlo.
Entonces ¿qué nos queda? Hace días llegó a mi correo una carta pública que envió el sub comandante insurgente Galeano, antes Marcos, a Juan Villoro. En ella menciona la propuesta Zapatista de cambio, basada en las Artes abandonando a la élite cultural, las Ciencias hechas por las personas y no para las personas, y las resistencias que pueden enseñarnos los pueblos originarios y otras experiencias exitosas de autonomía (los sótanos de humanidad, así los llama).
“¿Qué queremos?… –nos dice Galeano, o Marcos, o los y las compas.
“Imaginar lo que, por necesario y urgente, parece imposible: una mujer que crezca sin miedo.
“Claro que cada geografía y calendario agrega sus cadenas: indígena, migrante, trabajadora, huérfana, desplazada, ilegal, desaparecida, violentada sutil o explícitamente, violada, asesinada, condenada siempre a agregar pesos y condenas a su condición de mujer.
“¿Qué mundo sería parido por una mujer que pudiera nacer y crecer sin el miedo a la violencia, al acoso, a la persecución, al desprecio, a la explotación?
“¿No sería terrible y maravilloso ese mundo?
“Así que si alguna vez me pidieran a mí, sombra fantasmal de nariz impertinente, que definiera el objetivo del zapatismo, diría: “hacer un mundo donde la mujer nazca y crezca sin miedo”.
“Ojo: no estoy diciendo que en ese mundo ya no habría esas violencias acechándola (sobre todo porque igual se puede acabar varias veces el planeta, pero no lo peor de nuestra condición de varones).
“Tampoco digo que no haya ya mujeres sin miedo. Que su empeño rebelde les haya conseguido esa victoria en la batalla cotidiana, y que sepan que ganan batallas. Pero no la guerra. No, hasta que cualquier mujer en cualquier rincón de las geografías y calendarios mundiales crezca sin miedo.
“Hablo de la tendencia. ¿Podríamos afirmar que la mayoría de las mujeres nacen y crecen sin miedo? Creo que no, y probablemente me equivoque y es seguro que arribarán cifras, estadísticas y muestras de que estoy equivocado.
“Pero, en nuestro limitado horizonte, percibimos el miedo, miedo porque pequeña, miedo porque grande, miedo porque delgada, miedo porque gorda, miedo porque bonita, miedo porque fea, miedo porque embarazada, miedo porque no embarazada, miedo porque niña, miedo porque joven, miedo porque madura, miedo porque anciana.
“¿Vale la pena empeñar el paso, la vida y la muerte en tal quimera?
“Nosotras, nosotros, zapatistas, decimos que sí, que vale la pena.
“Y en ello ponemos la vida que, aunque es poco, es todo lo que tenemos.”
Me paro y ovaciono. Y nos digo, como l@s compas, el cambio está en las geografías y los tiempos personales, no en aceitar la maquinaria.