Por: Sergio Bustamante.
Con un agotamiento creativo a cuestas y la presión de Dimension Films por continuar exprimiendo la marca, Wes Craven y Kevin Williamson, director y guionista, respectivamente, decidieron que la cuarta entrega de la franquicia Scream era la ocasión ideal para relanzar el concepto original de 1996.
Si la primera Scream reescribía las reglas del slasher con base en un juego meta que con el tiempo perdió relevancia ante la parodia de los Wayans y sus Scary Movie, lo necesario era que esta cuarta parte volviera a cambiar las reglas del juego con una sátira aún más auto referencial que conjugaba la ficción dentro de la ficción de todas sus entregas anteriores.
El resultado fue estupendo porque Craven y Williamson tenían muy claro qué ya no servía, qué se podía refrescar; y, sobre todo, no traicionaron el espíritu slasher adolescente de la franquicia. Es decir, Scream ante todo siempre sería la simpleza del asesino ghostface acechando nuevas víctimas. Elevar la cuota de gore tampoco fue mala idea.
Partiendo de una inspiración similar aunque en circunstancias totalmente diferentes, el 2021 nos trajo la resurrección de la saga Matrix para una cuarta secuela que se antojaba imposible.
No solo porque sus protagonistas murieron en lo que se creía fue el punto final de la trilogía (Revolutions del 2003), sino que gran parte del éxito de Matrix estaba anclado a la angustia Y2K así como la coyuntura de nuevas tecnologías tomando un lugar preponderante en nuestra vida. Eso sumado a que en su año fue precursora de efectos innovadores en el cine de acción, hizo de Matrix un fenómeno cultural de un tiempo y sentir muy específicos.
Pero he aquí que la directora Lana Wachowski (ya sin la colaboración de su hermana Lilly), así como Craven y Williamson, está dispuesta a cuestionar y burlarse de su propia creación para darle nueva vida a la saga.
La primero que plantea su propuesta es: ¿cómo justificar la resurrección del título? Es decir, revivir de entre los muertos a Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss). Su respuesta es no hacerlo. No al menos de inicio.
Tal y como en 1999, esta nueva historia se nos presenta desde dos planos. En uno, Wachowski nos dice que la realidad virtual llamada Matrix continúa existiendo y es explorada (y explotada) por nuevos personajes. Nos invita a conocerlos como espectadores externos y vemos la misma película que ellos: un loop casi idéntico a la introducción de la primera cinta, a excepción de ciertas fallas cuyo origen se explicará en el otro plano.
En ese, Neo y Trinity son Thomas Anderson y Tiffany, respectivamente, dos desconocidos entre si que fuera de que frecuentan la misma cafetería, no tienen nada en común. Sus vidas separadas, él como un diseñador senior de videojuegos, ella como una madre dedicada a sus hijos, son las del adulto promedio en una ciudad de primer mundo.
Thomas (o Mr. Anderson para familiarizarnos), sin embargo, constantemente sufre de insomnio y alucinaciones sobre eventos que él duda si vivió, muchos de ellos relacionados con su gran obra: un videojuego llamado, faltaba menos, Matrix.
Todo el universo y personajes que conocimos en forma de tres películas ahora son esta serie de juegos cuya trama (la misma) funciona como el eje sobre el cual el guión de David Mitchell construye un muy buen intercambio de referencias.
Sucede que la empresa para la que trabaja Thomas, ha sido comisionada para realizar una cuarta parte del juego, y es precisamente el brainstorming de dicha creación el espejo de lo que Wachowski muy seguramente atravesó con su equipo creativo. ¿Qué significa la Matrix en esta era? ¿Cómo introducirla a nuevas generaciones? ¿Cómo continuar algo que había concluido?
Así como en Scream 4 los protagonistas tienen que explicarle a sus alter egos actores las reglas para sobrevivir un slasher, Thomas escucha las acepciones que cada quien tiene sobre la Matrix en orden de echar a andar una nueva historia.
El recurso meta sirve, y bien, a dos fines. Uno, refrescar nuestra memoria. No sólo sobre la trama de la trilogía, sino sobre lo que la cinta significó para cada uno de nosotros en su momento; aprendizaje, emociones, etc. La otra finalidad y acaso la más importante es dinamitar precisamente todas esas nociones cuestionando su propia existencia.
“Las historias nunca terminan del todo”, dice Smith (Jonathan Groff), el jefe de Thomas y eventualmente nuevo “Agente” Smith, tratando de justificar esta nueva entrega. Sin llegar a un tono cien por ciento cómico, esa reflexión sobre la cultura del consumo funciona y es divertida en un sentido que alude justamente al concepto de forzar una resurrección. ¿De qué sirve una cuarta parte si el concepto original ya se distorsionó? Lo mismo sucede con la cinta en la realidad, ¿para que queremos ver a Keanu Reeves volar y colgado de cables si ya tenemos, por ejemplo, un John Wick terrenal? ¿Para qué otro “bullet time” si Nolan ya llevó el juego del tiempo a una nueva escala?. Y ni hablar sobre redes sociales y realidades virtuales. El mundo ficticio de la Matrix nos alcanzó de varias formas y es obligación de esta cinta darle un sentido completamente fresco. En esa vena la historia va explorando un camino en verdad interesante… hasta que no.
Obviamente las alucinaciones de Thomas guardan relación con la distorsión del inicio, y a partir de que el guión conjunta esos dos planos es que la película abandona su innovación narrativa y pierde sustancia.
No es esto involuntario pues queda claro que Wachowski apunta a una, digamos, deconstrucción, en esta segunda mitad. Es, como bien menciona uno de los personajes, crear algo nuevo a partir de un código viejo.
El problema es que ese “nuevo” no se siente tanto así, sino que navega entre el reciclaje de su trademark como cinta de acción y una historia de amor metida con calzador.
Decididamente Lana Wachowski apunta a nuevas reflexiones como el control corporativo del entretenimiento, la identidad que nos fue impuesta o la liberación del status quo. Hay una nobleza palpable en ello, y viniendo de una cineasta con sus antecedentes, cobra aún más importancia. Sin embargo, pesa mucho la mitología de la Matrix como prescindir de la estructura de cine de acción, y esa es quizás la gran desazón de esta cinta: sus pobres secuencias (vaya que se extraña a Billl Pope, DP de la trilogía) nunca empatan con la audacia de su propuesta.
Tiene tantas buenas ideas, que chocan entre si. Y su cuestionable erudición abre paso a la duda: ¿hubo aquí un espíritu verdaderamente disruptivo o solo fue una continuación comercialmente cínica? Al tiempo.