Misión: Imposible – Rogue Nation

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missionPor: Sergio Bustamante.

 

Si uno hace un ligero ejercicio de memoria y se pone a pensar en cuáles son las sagas cinematográficas más exitosas desde 1996, encontrará realmente pocas que hayan llegado hasta una tercera parte sin haberse desgastado y manteniendo la calidad, y yendo más lejos, si nos ponemos a pensar en cuáles sobreviven hasta nuestros días, encontraremos que tal vez es Misión Imposible la única respuesta.

Desde aquella primera entrega de Brian de Palma (Mission: Impossible), hasta esta revolucionada quinta parte- y también curiosamente algo emparentada con Hitchcock, la franquicia Misión Imposible ha sido sin lugar a dudas uno de los más grandes éxitos de una de las ídem estrellas del Hollywood contemporáneo: Tom Cruise. Y su longevidad se debe en buena parte a él. Podrá tener sus tropiezos o malas decisiones, pero hablando de estas películas, no solo ha sido Cruise y su encarnación/evolución del agente Ethan Hunt el sostén de la marca Misión Imposible, sino que al ser también productor ha tenido el criterio adecuado en cuanto a tiempos de producción, reparto y selección del director/guionista.

En la primera parte fue Brian de Palma como alumno aventajado de Hitchcock quien nos introdujo al agente Hunt y su equipo en una aventura de intrigas donde la historia de espías internacionales predominada aunque también, y era mandatorio, incluyó buenas secuencias de acción que ahora a la postre se ven históricas, particularmente aquella en la que Cruise cuelga de un arnés al ras del suelo y no menos la del helicóptero en pleno vuelo dentro del Eurotunel. La segunda, tratando de distinguirse en cuanto a la cantidad de acción, fue encargada a John Woo, que por aquel entonces era un prestigiado director de acción en parte gracias al éxito de Face-off (1997). Woo no decepcionó, y aunque aquí la trama y su villano tuvieron sus abruptos, puso un punto y aparte con sus secuencias de acción perfectamente coreografiadas. La tercera parte tuvo sus problemas comenzando por un retraso de producción, y ello se vio reflejado en pantalla. No mucho pudieron hacer J.J. Abrams por la historia y Philip Seymour Hoffman con un villano desencantado dentro de una película que aunque aceptable, nunca terminó de alcanzar su cenit. Tal vez con ello mente, Cruise trajo a alguien relativamente nuevo en la acción como Brad Bird para la cuarta entrega, y su elección no pudo ser mejor. Ghost Protocol se erigió en ese 2011 como la posiblemente mejor parte de toda la saga. La combinación de una historia plausible y ágil, reparto de peso, un equipo carismático en el que Jeremy Renner y Simon Pegg jugaron papeles predominantes, más una filmación que iba de Rusia a Dubai aprovechando muy bien los escenarios, desembocó en una de las mejores películas de ese año.

Para este 2015 la idea de una nueva entrega ciertamente rápida y con similitudes a la cuarta no sonaba tan apetecible. Más considerando que el director, Christopher McQuarrie, no tenía una vasta obra en ese rubro a diferencia de su trabajo como escritor. Sin embargo, Cruise tuvo el buen tino de poner a McQuarrie también a cargo del guión haciendo de esta una cinta de autor que no le pide nada a la entrega de De Palma, aunque con una visión actualizada y acorde al cine de acción predominante. Más cercana, se podría decir, a Jack Reacher (2012) y hasta con dosis de Edge of Tomorrow (2014), ambos, filmes en los que Cruise y McQuarrie ya habían trabajado juntos. No son pues, dos desconocidos, y el resultado tendría de alguna u otra forma que funciónar en pantalla.

Y efectivamente, hay química creativa, pero lo que sorprende aquí es la madurez cualitativa de McQuarrie detrás de la cámara, revelándose como un cineasta en control absoluto del ritmo narrativo y el espacio, y no menos Cruise, quien a pesar de sus 53 años tiene una enorme capacidad de renovación y logra ser creíble una vez más en el papel de un Hunt, tan absoluto en su protagonismo como en su ahora vulnerabilidad.

De forma similar a Ghost Protocol, Rogue Nation nos presenta a una IMF (la “fuerza de misiones imposibles”, división secreta de espías a cargo de la CIA) en un momento delicado en cuanto a su existencia. Alan Hunley (Alec Baldwin) el jefe directo de Hunt, está impaciente ante la opacidad bajo la que trabajan en la IMF, así que cuando una misión sale mal, Hunley ve el momento oportuno para desintegrarla y reunir a todos sus miembros bajo su mando, a excepción de Hunt, quien es hecho prisionero en dicha misión fallida y donde una vez que escapa descubrirá que la IMF y toda su base de datos han sido infiltradas.

A partir de esa premisa ahora Hunt tiene que enfrentar un enemigo doble. Por un lado, el hasta entonces desconocido villano que evidentemente siempre está un paso adelante de todos, y por otro la CIA, que lo busca bajo la etiqueta de desertor, y por si fuera poco chantajeando a sus cercanos como Brandt (Jeremy Renner) y Benji (Simon Pegg), quienes ahora se debaten entre el deber o ayudar a su amigo.

Destaca la pasmosa facilidad con la que McQuarrie va desarrollando esta historia, intercalando perfectamente las secuencias de acción con la progresión de una trama que necesita descubrir dos cosas: quién le tendió una trampa y por qué, es decir, conocer al villano y su leitmotiv– y saber quién es la misteriosa mujer que ha estado ayudándolo.

Esta historia ha de ir develando una serie de personajes que giran alrededor de un grupo llamado “El Sindicato” y nos lleva de Paris a Estados Unidos, pasando por lugares como Viena, Cuba y Marruecos. Ciudades, no es casualidad, que ya habían sido escenarios de otras importantes películas de espías, y a las que Rogue Nation acude apropiándose de elementos que la convierten en un thriller efectivo, pero siendo sobre todo la marca de la casa que no descuida en ningún instante su atribulada historia y hasta logra desarrollar bien a sus protagonistas. Particularmente el de Ilsa Faust (Rebecca Ferguson), la mujer que ayuda a Hunt y cuyo misterioso contexto está relacionado (no podía ser de otra forma) con el llamado Sindicato y el MI6 del Reino Unido. Llama poderosamente la atención el foco que la historia de McQuarrie otorga a su personaje. No sólo es Faust la que salva a Hunt en más de una ocasión, sino también el vehículo de homenajes y hasta la figura alrededor de la cual giran algunos de los hechos más trascendentes de esta cinta. En una de las secuencias mejor confeccionadas, por ejemplo, Faust y Hunt emprenden una frenética persecución que no le pide nada a Mad Max: Fury Road y que, contrario a lo que pudiéramos prever, es ella la que se roba dicha escena. Y eso sin mencionar la escena bajo el agua que tanto repitió el tráiler o el gag de un Cruise torpe que bien hubieran hecho en guardarse.

A pesar de estas nuevas pinceladas del Bond mortal, Rogue Nation, al igual que sus antecesoras, ha de poner a Hunt como el gran héroe aunque en esta ocasión no absoluto. El filme, como tal vez ninguna de las entregas anteriores (mucho menos la segunda), regresa a sus orígenes televisivos en lo que se refiere a que las misiones imposibles eran trabajo de equipo. Tal vez porque el villano (fría y perfectamente construido por Sean Harris) y el llamado sindicato así lo ameritan, o porque Hunt entiende que ahora sí está en una posición verdaderamente vulnerable (recordemos que también tiene a la CIA tras de él) y que necesita más apoyo del usual, el punto es que da la impresión de que McQuarrie conformó una película donde los personajes no compiten por tener la mejor tecnología (la prueba de ello es un simple USB donde guardan dizque poderosos secretos gubernamentales) ni tampoco por matarse entre unos y otros, sino por ganar una partida de ajedrez ─que eventualmente involucra poderes, sí─ en la que el vencedor deberá ser aquel que piensa a más largo plazo y quién tiene el mejor talento a su alrededor. La escena del desenlace pareciera reforzar esta hipótesis, y la película en su conjunto deja una impresión tan buena que uno desearía que por primera vez y contradiciendo la regla, “la chica Hunt” tuviera cierta continuidad para la ya anunciada sexta entrega. Difícil considerando que esta franquicia vive de historias, no de secuelas, y que siempre se ha construido alrededor de Tom Cruise, y afortunadamente en las últimas partes también dando relevancia a personajes como Benji. Queda entonces sólo desear que el próximo director y/o guionista esté a la altura de esta exitosa y lograda franquicia, y que Cruise no pierda esa aura de la tal vez máxima estrella de acción que tiene el cine norteamericano en la actualidad. No parece que ello sea una Misión Imposible.

 

 

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