Por: Sergio Bustamante.
Ver el Unplugged de Nirvana y descubrir que “esa nueva” gran canción no es de la autoría de Cobain. El travelling en blanco y negro de una mujer corriendo por el Chinatown, elevado de escena a momento memorable gracias a Modern Love. La mordacidad crítica de Von Trier coronada por Young Americans. La nostalgia de Richard Curtis por Let’s Dance. Tesla como bienaventurada personificación y no como imagen de monografía. La magia de Jim Henson hecha carne y hueso. Iggy Pop, Reed, Reznor, la exploración andrógina… vampiro, duende, duque, alien…
¿Cómo englobas la trascendencia de un artista visionario dentro de la cultura popular del siglo XX? La posible respuesta de Brett Morgen, director, es: como un satélite. Un emisario exterior que transmite información y nuevas sensaciones al universo.
Dice el lugar común que David Bowie fue un extraterrestre, y este anti-documental lo reimagina precisamente como una fuerza creativa fuera de este mundo a la que ninguna descripción terminaría haciéndole justicia y por ello decide que sea la obra del cantante la que hable. Que a partir de su voz e ideas transformemos nuestros conceptos tanto de su música como el resto de sus encarnaciones artísticas, ya fuera pintando, actuando, produciendo y un extenso legado.
Cine de ciencia ficción. Fans ataviados como Ziggy Stardust. Videos caseros. Ruido blanco similar al de ajustar un viejo televisor. Una señal intermitente. El ensueño lunar del título como eje narrativo. Las cabezas parlantes, los testimonios 1 a 1 y la vida lineal son sustituidos por un collage de colores y música. De fondo escuchamos Hallo, Spaceboy (toda una declaración de principios comenzar con esa canción), pero las imágenes que vemos abarcan diferentes eras pidiendo así que hagamos a un lado la lógica y nos dejemos llevar por un tour de force psicodélico que reniega de las estructuras documentales. Para Brett Morgen esto no es una biografía, sino lo que su privilegiado acceso a archivos personales y material nunca antes visto de Bowie le reveló como los giros clave en la vida del artista.
Y el documental, si hemos de adherirlo a dicha convención, justamente conecta a manera de incidentes significativos dichos momentos realizando así una notable analogía. Cada vez que Bowie se sentía estancado creativamente o aburrido, se diluía de su personalidad y desaparecía en búsqueda de alguna nueva expresión que le reinyectara vida.
Moonage Daydream se enfoca en mostrar esa gran necesidad expresiva, desde una variopinta selección de entrevistas y varias reflexiones hasta la consabida música. Pero la mayor virtud es que en ese montaje sí logra colar aspectos biográficos que hablan mucho sobre sus influencias. Las artísticas, por supuesto, pero también las familiares y por ende de paso pinta un cuadro que podríamos decir es casi psicológico.
Si su medio hermano fue esquizofrénico, ¿Bowie entonces en algún momento sintió culpa y usó la música a manera de experimentar algo similar? ¿fue parte homenaje? O quizás, en el otro espectro, fue su canal de fuga consciente de que la locura también podría alcanzarlo a él.
No es un razonamiento que este filme prepondere, pero sí un prisma que redimensiona la música, las letras del artista y sobre todo su talento para crear. El mismo Bowie en algún punto menciona su hipótesis de que todos, incluso involuntariamente, tomamos fragmentos de la vida que nos rodea para ir construyendo nuestra propia existencia. Siendo él alguien que jamás estuvo en un solo lugar, que pasó por facetas tan diversas y que experimentó los géneros como pocos o ningún músico de su generación, se comprende mucho mejor de dónde venía, sus motores creativos y porqué llegó a fronteras artísticas que otros no fueron capaces de ver.
Con esas pistas entretejidas con situaciones donde habla sobre su amor por la vida y la mortalidad de experimentar y aprovechar cada día, es que Moonage Daydream hace un gran redescubrimiento de Bowie, el músico, pero en mayor medida del individuo.
Ese constante cosquilleo, impulso de movimiento, ir de un lado a otro, perderse en alguna ciudad y en general nunca estar quieto, explica en buena medida sus encarnaciones. Bowie fue un vehículo de ideas novedosas, y cuando dicha originalidad se volvía norma, era tiempo de gravitar nuevamente hacia lo desconocido y abrazar el caos.
Gravitar es quizás uno de los verbos más adecuados para este viaje. Moonage Daydream es una odisea caleidoscópica que nos lleva de lo minimalista a lo más teatral, del punk al pop, y de lo glam a lo refinado. Un filme máximo que recompensa en dos vías; como apabullante experiencia inmersiva, y como lecciones de un talento polifacético cuyo espíritu fue por demás atractivo y sin lugar a la indiferencia.
Cuenta en entrevista Morgen que tras sufrir un ataque al corazón se replanteó su modo de vida, y que fue precisamente Bowie lo que más le ayudó en la recuperación. Un artista del que aprendió a no aferrarse a tener éxito ni estar en una zona de confort, y cuya actitud hacia el arte es aplicable a cualquier aspecto de nuestras vidas.
Se entiende mejor porque Bowie fue un Zeitgeist desde su primer concierto hasta el final de sus días.