NACIDO PARA SER REY

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Por: Sergio Bustamante.

Tras el fiasco que significó realizar una cinta de autor bajo las reglas de la maquinaria Marvel, léase Ant-Man, Edgar Wright se enfrascó en retomar un viejo proyecto titulado Baby Driver, una fábula criminal que, para sorpresa de nadie, tuvo bastante éxito de crítica y a la que el mismísimo Guillermo del Toro le dedicó una serie de elogios como pocas veces lo ha hecho.

El guión de Ant-Man, sin embargo, tenía otra víctima de las llamadas “diferencias creativas”, pues fue escrito en co-autoría con Joe Cornish, otro cineasta británico especializado en el género fantástico y cuya experiencia como escritor ha sido avalada por cineastas como Steven Spielberg o el mismo Wright, con quien aparte tiene una gran amistad.

No es extraño entonces que Cornish también decidiera quitarse el mal sabor de boca con una producción de perfil independiente, pero cuyos alcances son mayores al cine de superhéroes. Hablamos de The Kid Who Would Be King (Nacido para ser Rey), cinta que por fortuna aún ronda en cartelera y cuya revisión es por demás recomendada.

La historia no es otra que la ultra reconocida leyenda de El Rey Arturo, pero la aproximación infantil de Cornish no solo la dota de originalidad, sino que le permite ciertas libertades a favor del entretenimiento así como colar un interesante mensaje de unidad para los tiempos que corren.

Trasladando el medievo hacia los suburbios londinenses del siglo XXI, nos encontramos con Alex (Louis Ashbourne Serkis), un chico de 12 años cuyo aspecto físico y bondad, lo convierten en el blanco perfecto de Lance (Tom Taylor) y Kaye (Rhianna Dorris), los dos bullys de su colegio. Es en una noche cuando precisamente huyendo de ellos, se refugia en una construcción, lugar donde encuentra la célebre espada en la piedra y la cual logra sacar tal como dicta la leyenda de quien debe ser el legítimo heredero del Rey.

No tardará un joven Merlín (un muy notable Angus Imrie) en hacer su aparición para explicarle a Alex sus poderes adquiridos así como guiarlo en orden de conjuntar su propia mesa redonda con el fin de enfrentar a Morgana (Rebecca Ferguson), el mal que amenaza con cubrir de obscuridad y esclavitud el mundo.

Lo que Cornish realiza a partir de esta leyenda es un producto que funciona muy bien para introducir el género de aventuras en el público infantil, sin embargo, es lo suficientemente formal para gustar a adultos y jamás cae en la condescendencia que suelen tener éste tipo de cintas. La pura presencia de un divertidísimo Patrick Stewart (Merlin como mago viejo) y Rebecca Ferguson le dan el balance necesario junto con unos set pieces que nada le piden al cine hollywoodense de superhéroes.

Hablando de un cineasta cuyo antecedente en la dirección era la incorrectísima, divertida y gore Attack the Block (2011), es notorio que haya podido dosificar (más nunca perder) ese humor en una historia infantil que requiere otro tono. Cornish lo logra centrándose en el tan complicado como sencillo mundo de sus protagonistas.

Por un lado está la perspectiva de ingenuidad que ayuda a bien contrastar las circunstancias que vive no solamente Inglaterra, sino la humanidad. Y por otro tenemos que Alex y su mejor amigo Beders (Dean Chaumoo) ahora deben unirse a sus bullys para convencerlos de que existe una misión mayor y combatir juntos a un enemigo común. En otras palabras, pactar. Y quizás también dar el ejemplo de lo que los adultos verdaderos (sus políticos acaso) no pueden hacer.

Los guiños son obvios pero Cornish no está interesado en enfatizarlos y prefiere dotar su narración de valores con los que estamos familiarizados. Es notoria no solo la influencia de Wright en sus formas, sino también la de Spielberg (Cornish fue guionista de The Adventures of Tintin) y en general ese cine ochentero de aventuras que apelaban a peripecias donde la institución familiar jugaba un lugar central en las decisiones, véase por ejemplo The Goonies (Richard Donner, 1985).

En The Kid who would be King se puede percibir mucho ello sin que pierda su aire de leyenda antigua. Y más importante aún: sin que pierda su identidad británica.

No porque Cornish tenga un sentimiento revisionista ni mucho menos nacionalista (la cinta va de hecho en sentido contrario), sino porque desea que su conclusión temática cale localmente pero pueda ser comprendida por un público universal porque el contexto es demasiado similar en otros países y sus respectivas divisiones sociales.

A este pequeño Rey Arturo no le urge crecer ni reinar, sino reescribir la historia a como dictan los tiempos, y con ello manda un mensaje que mete el dedo en la llaga del brexit. En cierta escena climática Morgana cuestiona a Merlin sobre si “esas pequeñas ratas (los niños) merecen esta tierra; su herencia”, a lo que Merlin responde: “Sí lo creo. Tu y yo somos historia, el futuro es de ellos, no nuestro” .

Se lee fácil, pero pocos cineastas se hubieran contenido con la elegancia y eficacia de Cornish.

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