NEVER RARELY SOMETIMES ALWAYS

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Por: Sergio Bustamante.

Hay tantos aciertos en Never Rarely Sometimes Always que resulta complicado centrarse en solo uno o sintetizarlos, sin embargo, a segundas revisiones queda claro que el mayor de ellos es eludir su tema: el aborto.

Delicado y no menos controversial, el cine que aborda estas cuestiones suele instalarse en la radicalidad del espectro. Por un lado tenemos el que condena la interrupción del embarazo y defiende la “vida”, y por otro el que aboga por los derechos de la mujer sobre su cuerpo. En ambos casos, sin embargo, la mayoría de las historias suelen tejer una red de seguridad alrededor de la protagonista, llámese amigos, familia, posición económica, etc. Si bien esto no es problema, en ocasiones puede desvirtuar el contenido a lo que de por si ya implica una ficción con sus licencias dramáticas.

Peinando apenas ese terreno pero jamás militando en un discurso adoctrinador, Eliza Hittman, directora y guionista, nos presenta a Autumn (Sidney Flanigan), una adolescente que, al enterarse que tiene diez semanas de embarazo, busca un lugar dónde practicarse un aborto seguro y anónimo, pues en su rural Pennsylvania las opciones son casi nulas y aparte necesita el consentimiento de su madre o padre.

La solución más viable y segura: trasladarse a una clínica en Nueva York donde pueden practicarle el procedimiento de entrada por salida y sin necesidad del permiso de sus padres.

Es así que el filme se convierte en una road movie en la cual Autumn, acompañada de su también adolescente prima Skylar (Talia Ryder), viajan hacia Manhattan con los recursos mínimos para apenas sobrellevar un día en dicha ciudad.

La cuestión se complica un poco más cuando se entera que las diez semanas de embarazo en realidad son dieciocho, lo cual las obliga a quedarse un día extra.

Ese tiempo aparentemente muerto es la clave del relato para narrarnos una historia de adversidades que parecen cotidianas, pero que en la piel de estas dos chicas equivale a exhibir un sistema que tiene bien arraigados sus prejuicios y su machismo.

Aunque desde el inicio el guión establece algunas de esas condiciones con la figura del padrastro misógino de Autumn, las etiquetas sexistas de sus “compañeros” del colegio, o incluso con la recepcionista de la clínica local mostrándole un video propagandístico de claro corte conservador, es en Nueva York dónde la narración toma mayor fuerza.

Sin dejar de lado el conflicto de una adolescente con un embarazo no deseado, el objetivo de Hittman es ponernos (y entender) en la perspectiva de estas dos chicas.

En un aparente absurdo de la odisea citadina, la abnegada prima Skylar carga con una enorme maleta que pareciera un error de juicio (llevar algo tan grande a un viaje corto). Esa disrupción visual que tanto estorba para transportarse en el metro o esperar en alguna sala, la cineasta lo emplea como el simbolismo de la carga emocional que traen consigo.

No es únicamente por el hecho de que Autumn no tenga permiso de sus padres, que se haya ido a escondidas o por tener un trabajo donde no pueden completar una simple transacción sin recibir el repugnante agradecimiento de su jefe, sino también el sentimiento de atravesar por una situación que ninguna chica de su edad debería.

Esto se materializa en la escena que le da título a la cinta, en la cual Autumn debe responder un cuestionario de opciones múltiples respecto a su vida sexual con el fin de darle una atención más precisa. Dicha escena es simplemente brutal porque ahí la historia muestra las cartas que sus acciones únicamente sugerían y no menos por la actuación de Flanigan, quien sostiene las emociones como toda una veterana.

La sensibilidad de la trabajadora social que entrevista a Autumn es básicamente una extensión del guión de Hittman, quien jamás juzga a su protagonista ni busca colocarla en una posición combativa.

Aunque es muy claro donde están las simpatías de la cineasta, su lenguaje no es amarillista ni de explotación, no nos ofrece detalles de la vida de los personajes así como tampoco ahonda en descripciones de su contexto. No los necesita; el seguimiento que les da y el estilo con que lo hace es suficiente para exponer con creces su argumento.

A decir de Sean Baker, director de cintas con el mismo corte como Tangerine (2015), dicho estilo se asemeja mucho al rodaje guerrilla y esto es cierto, pero no en el sentido de ser ilegal o tener un crew paupérrimo, sino porque esa cámara de 16 mm que lo mismo sostiene grandes planos, se esconde en emplazamientos discretos o en el otro lado de la moneda nos invita a su intimidad, ofrece una sensación de extravío digna del momento psicológico por el que atraviesa Autumn.

El pedazo de obra mayor que se privó de ver el ridículo miembro de la Academia que, poniendo sus creencias religiosas por encima de su labor, escogió ignorar únicamente porque tocaba el tema del aborto.

Aunque la verdad es que a Eliza Hittman y compañía les debe ser muy indiferente su opinión. Saben que son esa corriente fresca que ojalá más pronto que tarde desplace a esa rancia generación.

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