Durante muchos años el discurso fue “los jóvenes son el futuro de este país”. En la actualidad, cuando vivimos en medio de una guerra desigual cuyos actores son el narcotráfico, el aparato estatal y la sociedad civil, los adolescentes y veinteañeros son carne de cañón para el crimen organizado que no sólo los engancha a sus filas, sino los asesina con violencia aunque muchos de ellos ni siquiera tengan algún nexo.
Las masacres contra grupos de jóvenes que conviven en fiestas, trabajan en autolavados, se regeneran en centros de rehabilitación y hasta se reúnen en la calle son el pan de cada día. Los asesinatos violentos en menos de una semana de casi medio centenar de jóvenes de entre 12 y 29 años evidencia la deplorable situación que vive este país en medio de la inseguridad y la falta de oportunidades.
El viernes 22 de octubre fueron 14 los jóvenes –hombres y mujeres- ultimados durante una fiesta en Ciudad Juárez ; el lunes 25 fueron asesinados 13 jóvenes de un centro de rehabilitación en Tijuana; la mañana del 27 de octubre 15 adolescentes fueron acribillados en un autolavado de Tepic; ese mismo día por la noche siete jóvenes (oficialmente dicen que seis) fueron asesinados en Tepito. En todos los casos los sicarios fueron comandos armados mientras que las autoridades hicieron conjeturas que ligaban a estos jóvenes masacrados con la delincuencia (aunque en el caso de Ciudad Juárez se admitió que las balas alcanzaron a mujeres y adolescentes sin ningún nexo).
Pero tenemos otra característica común: los jóvenes asesinados vivían en las zonas con mayores índices de descomposición social, marginación y pobreza. Y como siempre, la explicación va más allá de ligarlos al crimen organizado y afirmar que tenían antecedentes delictivos. Es más, ni siquiera las actuales autoridades mexicanas son las únicas culpables del clima de violencia de este país sino todo todo un sistema económico mundial que ha dejado fuera de los niveles aceptables de bienestar a millones de personas que hoy ya no pueden ni acceder a fuentes de empleo dignas para procurarse una mejor vida. Así, mientras los padres buscan alternativas de trabajo que les permitan comer, las cuales en la mayoría de los casos son tan demandantes que propician la desatención a los valores y convivencia familiares que antaño se fomentaban en los hogares, los niños crecen al amparo de los medios de comunicación, los amigos y otros factores de influencia no tan favorables como las adicciones. La pobreza y la desintegración familiar son por lo tanto una de las principales puertas a la criminalidad.
Y es que el narcotráfico aumentó de forma impresionante en los últimos diez años, y en ello tienen gran culpa los gobiernos que se hicieron de la vista gorda durante décadas, pero también debido al incremento del consumo desde temprana edad ante la pérdida de valores tradicionales, la desesperanza, la depresión, la marginación y otros males que en la actualidad nos aquejan. En Estados Unidos aumentan los adictos pero también en nuestro país donde la droga se coloca con mayor fuerza ante las barreras de seguridad de los gringos.
Por un lado, los niños inician el consumo a una tempranísima edad y la demanda de droga aumenta todos los días y por el otro, la lucha de los cárteles por apropiarse del monopolio de la distribución se ha tornado intestina y la contratación de jóvenes y adolescentes que sirven de burreros y halcones les resulta lo más redituable ya que por ser menores de edad corren menos riesgos de ser encarcelados.
La precariedad con la que estos jóvenes viven es la causa más común por la cual se suman a las filas de la delincuencia. No están ya conformes con lo que sus familias les pueden dar. En muchos casos prevalece el resentimiento social por la falta de atención que sienten y ante ello, los riesgos de ingresar al crimen organizado se minimizan pues siempre existe la perspectiva de acceder a mejores ingresos económicos.
Es un círculo vicioso en el que, como arriba se mencionó, predominan la pobreza y la desintegración y al cual se sumado una ola de violencia que ya no respeta edad, sexo o profesión. Ya no respeta ni siquiera a quienes salen a trabajar, estudiar o viven un momento de recreación. Y lo más lamentables es que la plaga de crímenes y asesinatos se extiende como una plaga a toda la República y estados como el nuestro, dejan de ser aquellos lugares seguros donde niños y jóvenes tenían más oportunidades de acceder a un desarrollo tranquilo y favorable.