La primera vez que escuché la palabra “feminazi” fue durante mi paso por Radio Zacatecas, (2010 -2012) como conductora del noticiario vespertino A tiempo. Recuerdo que nuestra coordinadora de entrevistas programó a una conferencista (les debo el nombre, afortunadamente lo olvidé) “experta en temas de la mujer y el aborto”. Honestamente desconocía información sobre ella, pero gracias a internet pude salpicarme con algunos datos personales y laborales de nuestra invitada. Llegó la hora de la entrevista, mi compañero y yo comenzamos con las preguntas. De repente, la respetable señora inició una serie de agresiones verbales contra el feminismo y las feministas. Entre otras cosas las llamó “feminazis”, lo cual me irritó bastante.
No sabía la causa de mi molestia, era un término que escuchaba por primera vez, sin embargo, me pareció ofensivo porque independientemente de si se está de acuerdo o no con la interrupción voluntaria del embarazo, una cosa es argumentar científica, teológica, éticamente acerca del tema en cuestión y otra emitir juicios de valor con la intención de denigrar u ofender a alguien. De tal manera que con ese sólo hecho, el nombrar “feminazis” a las mujeres que defienden un derecho humano, me avergoncé con nuestra audiencia, porque la intención era presentar una opinión documentada, responsable y respetuosa acerca de un tema de interés social.
Usted sabe que la persona que conduce un noticiario no debe emitir opinión alguna sobre el tema al que se convocó, por ello mi compañero y yo nos dimos a la tarea de buscar en ese momento la participación de alguien más, que ofreciera datos estadísticos, que pudiera hablarnos del aborto desde el punto de vista social, político, jurídico, económico o médico, que mostrara una práctica, lamentablemente cotidiana, que se ha convertido en un grave problema de salud y que cuesta la vida de muchas mujeres, pero sin denostar el trabajo o la ideología de nadie.
De tal manera que logramos que Patricia Olamendi entrará al aire vía telefónica (por cierto, Olamendi es Doctora en Derecho, fue consultora internacional de ONU-Mujeres, ha trabajado a favor de los derechos humanos de las mujeres y fue una de las candidatas para presidir la Comisión Nacional de Derechos Humanos) y pudo hablar acerca del derecho a la no discriminación, a vivir una vida libre de violencia, y en general sobre los avances en materia de igualdad entre hombres y mujeres que se habían logrado no sólo en México, sino también en nuestro Estado y emitió su punto de vista acerca de la interrupción voluntaria del embarazo desde la perspectiva de los derechos humanos. Creo que salimos bien logrados.
A partir de entonces, comencé a darme cuenta que tanto en la radio, como en la prensa escrita, en los discursos, en las charlas de café, en reuniones de amigos, era común leer o escuchar ese término. Entonces mi irritación creció. ¿Por qué llamar “feminazis” a las mujeres que abogan por los derechos sexuales y reproductivos? ¿Por qué llamar “feminazis” a las feministas? ¿No estaremos demostrando con ello nuestra intolerancia hacia un tema y hacia personas que desconocemos?
No soy feminista, pues, para serlo se requiere ser activista, participar en foros, manifestaciones y actividades constantes y desde cualquier trinchera para lograr la igualdad entre los géneros, es decir, se necesita una convicción teórica, política y práctica que no es fácil de lograr, debido a la cultura que se nos hereda. No he participado como activista pero sí comulgo con el feminismo. Me gusta, porque lejos de proponer hacer un daño a nuestros semejantes, proponen un mundo donde las diferencias sexuales, ideológicas, políticas, religiosas, raciales, étnicas, etc. no se conviertan en tratos desiguales, discriminatorios o violentos.
Conozco feministas, tengo amigas feministas, he platicado con ellas y sus conversaciones son un verdadero placer. Siempre aprendo de ellas, las considero vitales e indispensables para este México que se ahoga y desangra por la violencia que ejerce contra las mujeres y las niñas.
Ellas, me han acercado a escritoras como Virginia Woof con La Sra Dalloway, a Simone de Beauvoir con sus obras El segundo sexo o La mujer rota, Marcela Lagarde con Para mis socias de la vida, Caitlin Moran con Cómo ser mujer y Diana J. Torres con Pornoterrorismo, entre otras grandes feministas. Jamás he escuchado que utilicen el término “feminazi”. En ningún momento han sido violentas con el semejante, por el contrario, se muestran respetuosas y con voluntad de señalar algún error a través de propuestas de lecturas o argumentos académicos. En lo general (no dudo que existan feministas que no logren una congruencia entre la teoría y la práctica), son justas y pacíficas, sin embargo, no temen en señalar, de inmediato, cuando detectan algún gesto, término o actitud machista o violenta en contra de ellas o de cualquier otra persona. Las admiro.
Sinceramente me incomoda cuando leo o escucho que alguien intenta referirse a las feministas como feminazis. Por eso, estimad@ lector@, permítame compartirle un texto que puede serle de gran ayuda. Ahí puede encontrar el significado que se le ha dado a dicho término, el artículo se denomina ¿Qué ignoramos cuando decimos Feminazi? En él podrá encontrar que quienes utilizan el término “feminazi” comparan una teoría, política y práctica de la igualdad con el nazismo, ideología que buscaba todo menos relacionarse en condiciones de igualdad, o con Hitler, quien no era feminista sino que consideraba a la mujer como un ser inferior. Catharine Mackinon, por ejemplo, dice que el feminismo está en contra de la desigualdad y no en contra de los hombres (como muchas personas lo creen por falta de información mínima).
Por ello, apreciable lector, lectora, invito a no utilizar el término feminazi. No es gracioso ni chistoso hacerlo; en cambio sí es violento y muestra ignorancia e intolerancia. Alex Grijelmo en su libro La defensa apasionada de la lengua española exige a quien lo lee que utilice las palabras exactas, justas. Todo tiene su nombre. Llamémosle feminismo al feminismo y feminista a la feminista. No hay razón para cambiarle el nombre, a menos que tenga la intención de ofender a alguien. En ese caso, nada puede hacerse más que recordar lo que un destacado lingüista dijo: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.”
Claro ejemplo de una feminazi