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Menudo embrollo diplomático, de seguridad y desafío al Estado de Derecho, en que nos ha metido una nueva caravana de centroamericanos que irrumpieron ilegalmente en México para intentar ingresar a los Estados Unidos.
No es la primera vez y muy probablemente sean más frecuentes dada las facilidades con las que se encuentran al cruzar la frontera sur del país.
Las duras condiciones de vida que enfrentan ciertos países centroamericanos, a excepción de Belice, Costa Rica, Panamá y Guatemala que guardan una endeble estabilidad económica; Honduras y el Salvador se encuentran inmersos desde hace décadas en un inexorable deterioro de sus instituciones públicas, esencialmente las de seguridad.
En Nicaragua el excaudillo Daniel Ortega se ha convertido en un dictador que ha llevado a su nación al retroceso democrático, emulando a su par en Venezuela, Nicolás Maduro, cuyos paisanos huyen en masa hacia Colombia, de la miseria y el hambre.
México es un país de donde han migrado millones de compatriotas hacia el vecino del norte; más de 12 millones se encuentran en situación de indocumentados y 30 millones se contabilizan con ascendencia en estas tierras.
La naturaleza y la historia nos colocaron en esta posición de vecinos con la nación más industrializada del plantea y paso terrestre obligado de quienes viven al sur del río Suchiate, la frontera mexicana con Guatemala.
Sobre el trato que reciben nuestros connacionales que cruzan el río Bravo, con papeles o sin ellos, es motivo permanente de fuertes disputas con el gobierno estadounidense. La violación a los derechos humanos y la criminalización por parte de grupos extremistas de ese país, los expone al escarnio público y a la discriminación.
En este sentido, las autoridades mexicanas también cuentan en su haber con quejas y señalamientos de grupos defensores de los derechos humanos, de las Naciones Unidas y de la Organización de Estados Americanos (OEA), que han documentados abusos del Instituto Nacional de Migración, la Policía Federal, y de bandas criminales que los obligan a enrolarse en sus filas o simplemente los asesinan.
La motivación de millones de centroamericanos y sudamericanos es la misma de nosotros los mexicanos. Es la misma que mueve a los africanos y a los que viven en el Magreb para migrar a Europa; la búsqueda de mejores condiciones de vida.
La bronca es que no hay gran diferencia entre las crisis que están provocando las migraciones del sur al norte del Mediterráneo, como las del Suchiate al Bravo. En la desesperación por huir de la pobreza, el hambre y la violencia, muchos pierden la vida, padecen condiciones similares a las que vivían los judíos en la segunda guerra mundial y son explotados laboralmente.
Además de la crisis humanitaria que generan en las fronteras donde se alojan temporalmente y que, en muchos casos, se convierten en campamentos permanentes de refugiados, también se están colando delincuentes. No cualquier clase de malandrines; en Europa entran extremistas radicales que perpetran atentados terroristas, mientras que en México ya existen indicios de la presencia de la mara salvatrucha. Usted ya sabe cómo son.
Conste, no se trata de revictimizar a los migrantes, sino poner en contexto los controles fronterizos y las solicitudes de refugio o asilo, para que funcionen correctamente. Créanme, no queremos, por mero afán de protagonismo regional o calentura dogmática, permitir áreas de oportunidad que acentúen la violencia en el país.
Estoy convencido que la inmensa mayoría de las personas que viajan en las caravanas migratorias de Centroamérica hacia los Estados Unidos, solo escapan de la falta de oportunidades en sus países y de la violencia. Al igual que millones de mexicanos lo han hecho por más de un siglo.
Sin embargo, es imperdonable alimentar falsas expectativas a los migrantes, ni podemos caer en el juego perverso de los gobernantes de sus países de origen, porque la frontera gringa no se las van a abrir de par en par. Ya existe un problemón en Tijuana con cientos de haitianos que viven en la incertidumbre total. En Chihuahua, tenemos decenas de hondureños en situación de calle.
Tampoco debemos ser ingenuos con la demagogia de los funcionarios de la OEA y de las Naciones Unidos. Si quieren ser útiles, que cabildeen los recursos con las coronas que saquearon África y América, con los países industrializados que pagan salarios de miseria en las naciones emergentes o pobres, para resolver la crisis de los migrantes.
En todo caso, que esos “diplomáticos” gestionen la lana para mantener los campamentos de refugiados y asentamientos de indocumentados que crecen a diario o, ya de perdida que obliguen a las principales naciones expulsoras de migrantes a garantizar lo elemental a sus paisanos.
No ignoremos los derechos humanos, No. Tampoco torzamos la Ley. Peor sería que por ligerezas populistas abramos la puerta a una falsa interpretación de bonanza de empleo en México.
La paga mínima es miserable y motivo de discurso electorero, que ningún político ha tenido las gónadas para mejorarlo sustancialmente. Igual, es altísimo el riesgo de que incremente el comercio informal, el cual ronda el 57% de la población económicamente activa, o lisa y llanamente que se deterioren aún más las prestaciones laborales y el asunto de las pensiones.
El que quiera la nacionalidad mexicana por motivos humanitarios y/o para aportar a su desarrollo en cualquier ámbito, bienvenido, pero el que nos vea como la antesala pasiva de un sueño americano, está totalmente equivocado. Ya no existe tal.