NO RESPIRES

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sergiobustamante_cine_04012016

Por: Sergio Bustamante

@Sergb__

 

“There’s no surf in Michigan”.

Esa es la resignada respuesta de Rocky (Jane Levy) a su pequeña hermana cuando ésta expresa su deseo de ser una surfista y vivir en las soleadas playas que presentan en la televisión.

Si lejos está Detroit de tener el clima y mar de California, ya no hablemos de la economía. La opulencia soleada contra los barrios derruidos y nublados; las oportunidades contra el rezago. El contexto es perfecto para comprender por qué un trío de jóvenes que deberían estar en la secundaria prefieren aprovechar el tiempo asaltando casas. Barrios solitarios donde la vigilancia es escaza pues el crimen ocupa a la policía de otras formas. Circunstancias ideales para que un hombre ciego y deprimido que fue indemnizado monetariamente por una familia adinerada cuya hija mató, accidentalmente, a la hija de éste, no tenga que salir ni necesitar la ayuda de nada ni nadie. Circunstancias ideales para que estos tres ladrones amateur entren tranquilamente a su hogar, roben el dinero y den el golpe de su vida. O eso creemos.

Fede Álvarez, director, se ha tomado hasta aquí un tiempo inusual para desarrollar lo que parece el convencional thriller de home invasion. El entorno de la familia disfuncional de Rocky o las motivaciones de un ingenuo mejor amigo (y proveedor de las llaves y desactivar las alarmas) Alex (Dylan Minette), parecieran irrelevantes ante el coctel principal del subgénero: la víctima indefensa y el antagonista envalentonado, que en este caso es Money (Daniel Zovatto), el otro ladrón y novio de Rocky.

Si ver de primera mano la situación de estos tres no es acaso suficiente, Álvarez apela a la sofisticada y detallista cinematografía de Pedro Luque para reforzarlo: tomas aéreas de la miseria de Detroit, planos de las calles abandonadas, silencios y soledad. Y lo volverá a hacer en el otro lado de la historia, ése donde el encierro da lugar al desarrollo, a la carnicería. Donde las agendas ocultas se revelan y los papeles se invierten. Ahí, con un gran sentido del espacio fílmico y no menos humor, Álvarez nos presenta, ahora sí, su cinta.

Una llave que no sirve. Ventanas ultra reforzadas. Una chapa violada. Una alarma desactivada. Una irrupción ilegal. Lo que le sigue es un logradísimo plano secuencia casi a forma de introducción que exhibe los lugares y herramientas de las que dispondrán un ciego que se convierte en el cazador; y unos ladrones hechos presa en un entorno que les es por demás ajeno: obscuridad total en una casa que jamás habían pisado. El escenario como arma. El suspenso de la vena clásica con pinceladas modernas y guiños constantes al Fincher de Panic Room (2002). Y no es todo.

La extrapolación se profundiza. Puertas que guardan secretos. Que se abren e invitan como falsos escapes dentro de sus laberínticos caminos. Si los protagonistas han de descubrir que este hombre, para nada cándido y limpio, es un salvaje, él a su vez irá aprendiendo que ellos tienen motivaciones lo suficientemente sólidas para salir de ahí con el dinero a como dé lugar. Que no les importa pelear y que, en la lid absoluta de supervivencia, darán su vida en ello. Las reglas narrativas retorcidas a favor de un realismo desprovisto de compases morales.

Álvarez y Rodo Sayagues (su co-guionista de cabecera), proponen aquí una cinta de implicaciones sociales mayúsculas. Que su envoltura sea la de un thriller que, valga la redundancia, no permite respirar, es la punta del iceberg para narrar una historia que aunque de manufactura impecable, no hace un lado su reflexión. ¿Cómo juzgar las acciones de estos dos, asaltantes y víctima, conociendo de antemano sus propios demonios? Dos visiones validas de un mundo que los abandonó. Es en esa grieta que Don’t Breath inserta una reflexión funesta.

“El manejo del espacio es esencial en el cine. ¿Cómo, cuándo y dónde enseñas qué?… qué tan amplias deben ser las tomas, la naturaleza de los acercamientos…”, dice en más palabras un grande como David Cronenberg respecto al carácter del horror como género cinematográfico. He aquí a un alumno avezado que, en la complejidad de esas pautas, ha realizado una obra aparentemente sencilla con rasgos de una maestría inusual en los nuevos directores. Un incipiente genio.

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