NO SE CULPE A NADIE DE MI SUERTE.
Estoy en Durango. La semana pasada recibí una invitación para acudir al XX Congreso Mexicano de Derecho Procesal, a realizarse del 26 al 28 de noviembre de 2014, en la ciudad de Victoria de Durango, en el Centro Cultural y de Convenciones Bicentenario, organizado por el Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal, el Poder Judicial y el Colegio Nacional de Profesores de Derecho Procesal.
Tomada la decisión de asistir, el asunto pareció simplificarse. Pues no. Las alternativas de trasladarme en avión o en vehículo propio fueron rápidamente descartadas por onerosas y complicadas -en el primer caso, había que ir hasta el D.F. (y de ahí volar a Durango y de regreso otra vez el mismo numerito); y la segunda, porque implicaba manejar 16 horas por lo menos, pagar caseta tras caseta y atravesar a deshoras una zona non sancta-. Había que viajar en camión, pues, y así lo dispuse. El problema es que hacía frío, a punto estuve de perder las orejas en los patios de la Central Camionera, y no contaba con la astucia de la mujer que atendía el mostrador de la línea de transportes que elegí. Me explico: Ahí estoy yo, más morado que de costumbre, con los dientes que parecían castañuelas y una tos de perro que ya entró firmemente en su tercera semana, preguntándole a la señorita: “¿Qué número de camión es?” y poniéndole el boleto debajo de la nariz para que lo viera de cerquita y torciera los ojos. “Todavía no sé porque viene de paso”; me dijo sin hacer bizcos; “esperé allá; yo le aviso”; remató.
Un minuto, dos, tres, diez, ¡quince! Hasta que oí: “¡Durangoooo!” y ahí voy. En la puerta del autobús me detuvo una señorita: “¿A dónde tan peinado, joven?”; “a Durango”, respondí muy contentito, anticipando el placer de desparramarme en el asiento muelle, instalado en el cálido interior del transporte; “pues fíjese que no; este boleto es de la otra línea y se aborda por allá”; y con su dedo de uña larga como de malévolo emperador chino señaló hasta el otro lado del patio. Y que me acuerdo: Había dos corridas, una a las 10.15; y otra, en la otra línea, a las 10.25. Yo estaba en la de las 10.25 pero mi boletito decía (¡Ay, Dios mío!): “10.15”. Me lancé a la carrera y tras cruzar toooodo el patio de la Central, jadeante, sudando y con una tos que salpicó con pedacitos de pulmón la banqueta, pregunté: “¿Du… ran… go?”; “ya nos íbamos; nomás lo estábamos esperando a Usted”. Abordé y no me desparramé en el asiento, me desmoroné. Como fardo, me desplomé sobre él, cerré los ojos y ahí voy. Ese fue el primer percance.
El segundo fue que, contra toda lógica, el registro de congresistas empezaba ¡a las 7 y media de la mañana! Y yo sin bañar, ni rasurar, despeinado, sin cambiarme de ropa y, para el caso, ni de corbata -nada más a mí se me ocurre irme en el autobús con una corbata roja, de moño, deshilachada (tal parecía que un gato se hubiera afilado las garras con ella), que terminó sus breves días en un bote de basura del hotel donde me hospedé-. Llegué a una farmacia y compré gel pues no había modo de apaciguarme las patillas; mala idea; su color rosa debió haberme hecho entrar en sospechas, pero no, demasiado tarde me di cuenta de los brillitos y estrellitas de colores. Total, quedé como un Benito Juárez relamido y con chispitas tornasol.
El tercero fue que todas mis prisas y apremios fueron gratuitos; la primera ponencia empezó a las diez pasadas pues, de las ocho hasta esa hora, fue una de ceremonias que solo le faltó hablar al Espíritu Santo. De haberlo sabido, habría tenido tiempo de ir al hotel a acicalarme… Ese fue el cuarto.
No el cuarto de hotel, que conste, quiero decir que ese fue el cuarto percance, pues el hotel quedaba lejísimos de la sede del evento. Durante estos tres días me he sentido como el chango que agarró de novia a la jirafa.
No se culpe a nadie de mi suerte. Yo solito seleccioné, elegí y decidí los términos y condiciones de mi viaje. Total.
Sin embargo, tanta vicisitud valió la pena por lo que aprendí, repasé, recordé, asimilé, comparé, estudié y aproveché; de hecho, mis siguientes dos reflexiones tendrán por objeto glosar una de las conferencias más divertidas e inteligentes a las que he asistido en mi vida, a cargo del señor Doctor don Humberto Enrique Ruiz Torres. Cuya página, para ir abriendo boca, se puede consultar en la siguiente dirección: http://estudiosjuridicos-hert.com/
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Luis Villegas Montes.