NOBODY

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Por: Sergio Bustamante.

Una de las películas revelación en 2015, en el género de acción específicamente, fue Hardcore Henry, del cineasta ruso Ilya Naishuller.

La historia sobre un hombre (Henry) que es resucitado y convertido en una especie de humano biónico, fue un hitazo no gracias a su común premisa, sino a su formato.

Tras un accidente mortal Henry despierta en un laboratorio solo para descubrir que ahora es mudo y tiene amnesia. Su esposa, la científica a cargo de su regeneración, le hace saber que algunas partes de su cuerpo fueron reemplazadas por prostéticos cibernéticos. Dichas mejorías hacen que Henry sea el objetivo de una corporación que pretende hacer soldados cibernéticos con poderes similares. A partir de aquí la cinta se convierte en un frenético juego de persecuciones, peleas y venganza.

La característica de Hardcore Henry fue que era contada desde el punto de vista de Henry, es decir, nunca vemos al protagonista y el narrador (la cámara) es un POV cuyo formato básicamente imita la experiencia de jugar un videojuego en primera persona.

Aquello resultaba entretenido hasta cierto punto, sí, pero también muy extenuante y eventualmente repetitivo hasta un punto casi insoportable. Eso no fue impedimento para que la cinta recaudara casi diez veces más su discreto presupuesto a nivel global y de paso puso el nombre de Naishuller sobre la mesa.

Cinco años después éste joven cineasta regresa con Nobody (literalmente traducida como NADIE), un filme ahora sí con el rigor del lenguaje cinematográfico y el cual ha sido muy bien recibido por público y crítica gracias a que abreva con descaro de una de las sagas más exitosas en esta década: John Wick.

Descaro quizás sea un adjetivo injusto pues sucede que Derek Kolstad, guionista de toda la saga de Wick, es la misma mente detrás de Nobody. Y tal como en aquella franquicia, parte de una anécdota singular para presentarnos a su implacable justiciero.

Aquí se trata de Hutch Mansell (Bob Odenkirk), un hombre de familia viviendo sus cincuenta de forma ordinaria como es costumbre en los suburbios. La situación cambia cuando una noche unos ladrones se meten a su casa y, entre el botín, se llevan un objeto de alto valor sentimental.

Si en John Wick el detonador que lo hacía regresar a la vida de asesino a sueldo era la muerte del perrito que le recordaba a su fallecida esposa, aquí Kolstad usa el brazalete de la pequeña hija de Hutch como motivo para que éste hombre se convierta en un temerario justiciero. O algo parecido.

Para darle un contraste cómico que también enriquezca el arco, o al menos le ofrezca más matices a un Odenkirk que para no variar brilla como estrella de acción, Naishuller hace un montaje bastante ágil sobre el tipo de vida que lleva el protagonista.

Empleado en la fábrica de su suegro, Hutch vive atrapado en una horrible rutina casa-trabajo-casa dentro de la cual recibe el desprecio de su otro hijo adolescente, la indiferencia de su esposa, burlas ocasionales del vecino o su cuñado, y por supuesto la incomodidad de trasladarse horas todos los días en transporte público.

La situación se agrava cuando durante el asalto Hutch tiene la oportunidad de herir a uno de los ladrones pero lo deja ir. Si bien intuimos (y de antemano sabemos) que lo hace para no revelar su coartada, la cinta aprovecha esa pasividad para dibujar a un personaje que se rehúsa a revivir su yo pasado, aunque eso no quiere decir que no lo desee. Dicho de otra forma, Hutch vive una lucha interna entre el hartazgo de aparentar y revivir ese matón implacable que lleva dentro.

La deseada catarsis llega cuando se enfrenta, voluntariamente, a un grupito de jóvenes alcoholizados dentro de un autobús. Convenientemente uno de estos chicos resulta hijo de un mafioso oligarca ruso, lo cuál dará pie a la trama de la cinta.

Kolstad para nada se rompió la cabeza con esta historia que recicla por completo los elementos de Wick y los traslada al padre de familia promedio. Claro que Hutch tiene un pasado militar que conoceremos y su entrenamiento va luciendo conforme avanza el relato pero pareciera que la historia ni el director están muy interesados en explorar esa vena de conocer su pasado en la CIA y el porqué abandonó aquella vida. En una escena lo vemos confrontar a un grupo de tatuadotes y cuando parece que están por atacarlo, uno de los ahí presentes reconoce a Hutch y se esconde temerosamente al tiempo que muestra respeto hacia él. Son señales de una vida interna (del personaje) que hubiera sido deseable el guión trabajara más aunque sea de forma intercalada con la acción. Mismo caso para el intrigante sidekick ruso/afroamericano del villano, el cual sugiere mucho pero aparece poco.

Todo ello queda relegado a un plano casi invisible pues lo de Naishuller es imaginar nuevos setups de la fórmula adaptados a un hombre mayor y dizque común.

En ese sentido lo hace bien gracias al carisma de Odenkirk y su naturalidad dentro de coreografías de peleas que lo exhiben como un señor un poco oxidado y por tanto creíble. Ayudan, por supuesto, cantidad buenas balaceras, el excelente sentido espacial del director (el plano -secuencia con el que introduce al villano es soberbio) y la cómica aparición de Christopher Lloyd como el longevo padre de Hutch.

Pero fuera de eso Nobody en realidad parece un reciclaje sexagenario de Wick con algo más de humor. Entretiene, claro, sin embargo flaquea bastante hacia su tercer acto y deja la sensación de que hay una pieza perdida en el entramado. ¿Falta de presupuesto? Es posible.

Lo que sí es un hecho es que en tiempos de pandemia y funciones de cine a cuenta gotas, Nobody es el tipo de filme que recuerda lo que es desconectarse y pasar un buen momento. Y en ese sentido vaya que cumple.

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