NOS ACOMPAÑAN LOS MUERTOS

Share on FacebookTweet about this on TwitterShare on Google+Pin on PinterestShare on TumblrShare on LinkedInEmail this to someone

image

Alejandro Ortega Neri 
Es difícil enfrentarse a la vida invertida que significa la vejez de los padres y la madurez de los hijos. Ahora son los viejos los que necesitan del cuidado, los que requieren ser alimentados, los que precisan que se les tome de la mano para cruzar una calle o subir escalinatas.
Esa dificultad, esa triste vida de papales invertidos (triste porque desearíamos que los viejos permanecieran fuertes e inmortales), es la que narra desde lo profundo de la memoria Rafael Pérez Gay en Nos acompañan los muertos (Planeta 2009), un relato autobiográfico en el que el principal personaje es el envejecimiento de sus padres.
El texto de Gay registra los días terminales de sus padres, del paulatino deterioro de los huesos y la memoria, pero utiliza magistralmente a ésta última para reconstruir la historia personal pero también del mágico lugar en el que creció, la ciudad de México.
Gay parte de que en esta vida, a todas horas, nos acompañan los muertos. Es decir, que siempre, a través del recuerdo o de la viva voz, estamos trayendo a nosotros a esas personas que se han ido, recordándolos mediante un sonido, un olor, un lugar. Y el narrador construye la historia de su ciudad, de ciertos rincones de ese maravilloso lugar, a través de la historia personal de sus padres y sus avatares en la vida política –social de la primera mitad del siglo XX.
La crónica desgarradora de Gay, en la que nos va conduciendo y haciéndonos pensar que nuestro futuro puede ser como el de él, en el que veremos cómo la edad consumirá a nuestros padres, su andar será más lento y la memoria, esa sutil fingidora, como dijera Jonh Banville, los traicionará constantemente, no da tregua.
El ejercicio literario es interesante, pues puede leerse a manera de crónica o como una ficción, aunque creo que se mueve más por la primera puesto que el autor es un avezado en la escritura de las columnas de opinión y las crónicas periodísticas. Incluso en el texto aparecen colaboraciones completas que a mi parecer son innecesarias, porque rompen con el ritmo de la narración y la hacen lenta como el caminar de los viejos.
El recuerdo que plasma el escritor de sus padres tiene como límite temporal el convulso año de 2006, cuando el clima de la política nacional es incierto y oscuro con el triunfo de Felipe Calderón, la manifestación de Andrés López Obrador a través del paseo de la Reforma y el inicio de la guerra contra el narcotráfico, aspectos de los cuales Pérez Gay no desaprovecha para verter su opinión, que al igual que con sus textos escritos para los medios, me parece también que sobran y afectan la narración.
Aun así, como lo mencioné arriba, el ejercicio literario es interesante, la prosa de Gay es sin concesiones y logra aforismos y pasajes demoledores idóneos para un coleccionador de citas como yo. Nos acompañan los muertos, aún con su paso cansino, se deja leer.

Deja un comentario