OXYGEN

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Por: Sergio Bustamante.

De Haute Tension (2003) a su más reciente filme, Oxygen, el cineasta francés Alexandre Aja ha logrado mantener una línea autoral que lo distingue como un director de pocas concesiones y quizás por ello es que su filmografía suele percibirse como dispareja.

Sin embargo, calidad aparte, hay que reconocer que Aja sabe trabajar los argumentos ajenos (y propios) y dotarles un sello de cierto salvajismo cuyo origen es por supuesto el Nuevo Extremismo Francés de comienzos de siglo, del cual Aja es uno de sus alumnos más prolíficos.

Esto se comprueba nuevamente en Oxygen, cinta auspiciada por el siempre alienador Netflix y la cual Aja logra sacar adelante marcando así un exitoso regreso al cine en su lengua natal tras años de ausencia.

Liz Hansen (Mélanie Laurent) despierta dentro de una cápsula que la mantenía en un estado criogénico solo para darse cuenta de tres cosas: no recuerda quién es, no puede salir y le queda menos de la mitad de oxígeno.

El guión de Christie LeBlanc, por supuesto, no tarda en revelar su identidad y decirnos qué hacía en su vida antes de despertar ahí. Sin embargo, en realidad la cinta parte de estas cuestiones para ir desplegando una historia que en lugar de ofrecer claridad va sembrando más dudas cuando Elizabeth comienza a hacerse otras preguntas relacionadas los motivos que la tienen ahí encerrada.

Como buena cinta futurista, la tecnología juega un papel primordial para el desarrollo. La cápsula tiene una serie de aditamentos que sugieren que estamos en un futuro lejano y que Elizabeth yacía congelada por algo más que un simple experimento. De entre la serie de funciones que la protagonista va descubriendo destaca una identidad virtual llamada MILO (voz de Mathieu Amalric), y con la cual ella puede comunicarse con el exterior para pedir auxilio así como indagar sobre su vida vía internet.

Se necesitaría de un guión bastante trabajado y una duración considerable para tejer un thriller que siembre un misterio sólido (quién es Liz y por qué está ahí contra su voluntad) así como una solución coherente o al menos satisfactoria.

El modelo industrial de Netflix no permite ninguna de estas condiciones. No siempre, al menos. Dicho de otra forma, la historia muestra de inmediato sus cartas y es muy predecible hacia dónde se dirige. Sin embargo, para Alexander Aja esto no es impedimento para rescatarla, y erigiendo buenas dosis de tensión sumadas a su magnífico ritmo la convierte en una cinta entretenida.

Apoyado en un ambiente sofocante y en la actuación por nota de Laurent, lo del director es jugar con ese mínimo espacio para generar emociones así como aprovechar la figura de MILO, cuya ambigüedad (y buena entonación de Amalric) es un referente directo de HAL9000, de Space Odissey: 2001 (Stanley Kubrick, 1968).

MILO es el soporte informativo de Liz y de alguna forma le va dando claridad a su historia, pero también es una herramienta corporativa instruida para salvaguardar la integridad de dicha cápsula y su objetivo. Dichas características, muy propias de la literatura de ciencia ficción que pinta a los autómatas como aliados y a la vez enemigos, le bastan a Aja para convertirlo en un personaje que suma misterio a la cinta.

Y ni hablar de su peculiar característica que le permite accesar a las redes sociales, algo que en términos de argumento resulta casi absurdo pero que ayuda a la progresión de la historia. Y tomando en cuenta lo disperso que puede ser el público de Netflix, sin duda que también sirve como gancho de atención.

Aunque la premisa de Blanc deriva rápidamente, es decir, no da para abarcar las dudas existenciales que va proponiendo hacia su tercer acto, la atmósfera y el ritmo que le imprime Aja son suficientes para entregar un logrado ejercicio que funciona también como ensayo para la futura adaptación de Super Agente Cobra. Esa sí, esperemos, una cinta con todo el rigor que debe tener una auténtica Space Opera.

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