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El peñato se ha vuelto inmune a la pérdida de credibilidad. En tres años, pese al fracaso de las políticas públicas en el combate a la pobreza, en materia de respeto a los derechos humanos, así como a los raquíticos resultados obtenidos en cuanto a crecimiento económico, al presidente de la república se lo ve sólido sorteando las tormentas internas y externas.
De ninguna manera quiero que se malinterprete esto como un halago para Enrique Peña Nieto y su administración, solo que lo veo transitar hacia la segunda mitad de su sexenio sin mayores contratiempos de los que haya vivido y no lo han derribado.
Me explico. El gobierno de la república encarnado en el grupo político más influyente del país ha sorteado un sinfín de tormentas que en otras latitudes ya hubiesen hundido el barco. Que el PRI, en manos de Peña Nieto se haya hecho nuevamente del poder, aún a costa de billetazos como lo denunciara mediáticamente un ex demócrata, fue la primera vacuna contra la presión de una nación tan fastidiada como para volver a manifestarse ampliamente en las calles en contra del tufo electoral.
Las sospechosas explosiones en el edifico de Pemex en la ciudad de México casi al inicio del mandato; las perjudiciales reformas laboral, fiscal, educativa, de telecomunicaciones y energética; la pérdida del poder adquisitivo; el aumento de la desigualdad y de la pobreza; las desapariciones forzadas de estudiantes; la fuga del “Chapo” Guzmán; el tatuaje de la corrupción; las calamidades de la impunidad; la devaluación del peso frente al dólar; la caída de los ingresos petroleros; la disminución de las reservas federales y el incremento vertiginoso de la deuda interna y externa, no han sido suficientes razones para detonar un movimiento social espontaneo que lo llame a cuentas.
Vaya, ni las constantes condenas de organismos internacionales observadores de los derechos humanos, tampoco los llamados de parlamentarios europeos para investigar objetivamente los permanentes abusos de la autoridad en perjuicio de la población civil, han sido suficientemente efectivos como para sentar al gobierno mexicano en el banquillo de los acusados.
Por menos, muchos menos atrocidades como las cometidas por el gobierno mexicano, se ha enjuiciado a un presidente guatemalteco y a dos presidentes egipcios. En Brasil, un tribunal de verdad tiene en la picota a la presidenta brasileña; y en algunos casos, por extraño que parezca, un par de primeros ministros asiáticos y un presidente alemán renunciaron a sus cargos para permitir ser investigados por presuntos actos de corrupción, o porque simplemente no cumplieron sus promesas de campaña.
Para mala fortuna nuestra, esos vientos de vergüenza civil y ética gubernamental no soplan en tierra azteca. Por el contrario, el peñato se yergue desafiante, y fanfarronea con la misma retórica de la época revolucionaria. Claro, ante una oposición disminuida, fracturada, dispersa y peleada hasta la muerte, en esta hoguera de vanidades, el cínico es rey.
Ciertamente, algunas cosas juegan a favor del gobierno de la república, que ha sabido explotar hasta el hartazgo, por muy mediocres que sean. La disminución del costo de la luz eléctrica y el aumento de la oferta como consecuencia de la disminución del consumo interno, da como resultado una baja inflación, y eso vende como una grapa a los agujerados bolsillos del ciudadano de la clase media, no se diga la bonanza que representa para los pudientes. También la recontratación de trabajadores alimenta la falacia y la percepción de que los empleos van al alza. Sin embargo, para una nación confinada a ser una economía marginal, o emergente como la matizan los buitres financieros y bursátiles de la globalización, estos “beneficios” resultan pírricos.
Me queda muy claro que aquel dicho popular: golpe que no te tumba, te fortalece, le va muy a la medida al peñato. No me sorprende entonces que pese a tener bajos niveles de aceptación entre la opinión pública y a la pérdida de legitimidad, el presidente de México y su administración se den el lujo de jugar con los reclamos de algunos grupos de ciudadanos organizados que recurren a la figura presidencial para exigirle respeto a la integración de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Por un lado lo desconocen pero al mismo tiempo le imploran actuar con imparcialidad, cuando en realidad deberían presionar para juzgarlo por peculado y enriquecimiento ilícito, por lo menos.
Mientras que esos ciudadanos organizados se entretienen juntando firmas para exigir renuncias, el presidente se enfoca en mantenerse en el poder. Saben Peña y su gabinete que el impacto negativo que les generan esas organizaciones en las redes sociales es una válvula de presión bien medida y controlada, que no les causa mayores pérdidas: Todo entra dentro de sus cálculos, porque siguen acrecentando el control de los tres poderes y en los tres órdenes de gobierno.
Lo mejor para el PRI de Peña está por venir. En tanto la hoguera de vanidades de la oposición siga ardiendo, ellos se dedican a preparar el relevo. Como un déja vú remasterizado, construyen desde ya la candidatura de un sucesor proveniente del mismo cubil; guapito, con rasgos faciales suaves y elegante vestir, pero sobrio; disfrazado de cercano y abierto, aunque con talante determinado para ejecutar acciones; es decir, hecho a la semejanza de Enrique y al gusto del gran capital.
Al peñato le quedan tres años de poder que pueden parecerles muy cortos, y tal vez muy largos a la oposición. No importa que tanto desprestigio y descrédito puedan acumular en 32 meses más, lo cierto es que se han vacunado contra todo tipo cuestionamientos, vengan de donde vengan, al cabo que sus adversarios, enemigos y detractores están tan ocupados en despedazarse entre sí, que una mancha más al tigre ni los inmuta. ¿Y la raza?, cómoda; aguanta eso y más.
P.D. Con todo respeto expreso mis condolencias a la familia Álvarez Magrassi por la partida de Blanquita, una de esas ciudadanas mexicanas ejemplares en peligro de extinción. QDEP tan extraordinaria persona.