«Zacatecas ha entrado a una etapa industrial».
Más allá de la aplicación de políticas públicas específicas que, sin lugar a dudas, pudieron haber beneficiado a muchas familias zacatecanas, como asegura MAR, la afirmación que encabeza este escrito, hecha en su sexto y último informe de gobierno, el cual se vio empañado por una ola de violencia casi sin precedentes en el estado y por protestas sociales reprimidas, es preocupante.
Preocupa no porque sea MAR el que lo diga. Y el que ésto escribe no pretende descalificar así como así la actuación de quien en próximos días estará finalizando su mandato en la administración pública. Preocupa porque los ideales y valores que sustenta una sociedad industrial ya no son compatibles o, mejor dicho ya no debieran ser compatibles con el desenvolvimiento humano saludable, bello y permanente.
Por ejemplo, las descripciones que David Harvey hace de la ciudad de Boston, dan cuenta de los estragos ecológicos y sociales que implica abocarse en la constitución de una sociedad industrial.
La destrucción creativa, como se le conoce a la inversión de capital hecha con la finalidad de generar un reacomodo del mismo en momentos críticos como el que vivimos, arrasa con todo lo que encuentra a su paso, dejando tras de sí violencia y desencanto.
Quizá en algunos años nuestra niñez pueda pasear entre grandes edificios abandonados, elefantes blancos que descompongan el paisaje, que hagan inseguro el entorno y que ya hayan dañado irremediablemente la naturaleza.
Específicamente en Zacatecas, desde hace varios sexenios se ha visto al turismo como una industria más. Esta actitud tan sólo logra profundizar la separación de los seres humanos de las tareas de reconciliación con el mundo natural; se realiza un loco desplazamiento de personas que, aunque tiene la virtud de acercar «mundos distintos», distorsiona el sentido del espacio y del tiempo y produce un excesivo gasto de energías sociales y mecánicas, se contamina el entorno y el trayecto y se profundiza la dificultad de tener una vivencia cotidiana de los territorios por parte de sus pobladores, transformando sus espacios en «ciudades museo», las cuales se vuelven «intocables», pasando a ser ellos mismos parte del escaparate.
Ésto sin contar la promoción del llamado «Turismo Rosa», por parte de los hoteler@s con apoyo de la administración pública, industria que promueve el sexo como principal atractivo, ocasionando graves daños en el tejido social y propiciando la continuidad e intensificación del sexismo y otras formas de violencia.
Pablo Capanna (Maquinaciones), define la política como «esos recursos que permiten movilizar las fuerzas inherentes a la organización social.». La tecnología, por otro lado, es la utilización «de las fuerzas naturales para mejorar las condiciones de la vida en las sociedades.
«La política es un asunto puramente humano, pero la tecnología implica la interacción entre el hombre y la naturaleza, lo cual le da una dimensión ecológica. Los hombres son quienes producen y emplean tecnología y, a la vez, los que viven en el medio físico, de manera que la interacción de la política y la tecnología se hace necesaria.».
Así, cuando una sociedad se interesa por escribir su propia historia, debe decidir sobre el uso y el tipo de tecnologías que aprovechará para mejorar sus condiciones de vida. Las sociedades industriales, las cuales se transforman en entes de superproducción y superconsumo de bienes y servicios, pasan de largo ésta reflexión y acogen en su seno tecnologías que, o no sirven directamente para alivianar la estancia de los individuos en este mundo o estratifican a la sociedad misma, debido a la complejidad de su manejo y aplicación. Sin contar el daño al medio ambiente que genera su uso.
La búsqueda de la eficiencia es una consecuencia mas de las sociedades industriales; la eliminación de la complejidad y espiritualidad del universo, reemplazadas por una secuencia lógica es debastadora. Este hecho reaviva el conflicto entre ser y acumular en los individuos que la conforman. Sin lugar a dudas el tener priva sobre el ser, ya que buen nivel de vida tan sólo puede ser medido por el alto nivel de consumo de las personas y el alto nivel de producción de bienes y mercancías de la sociedad.
En la sociedad industrial, como bien lo apunta Wambi Ohitika (Águila Valiente), los individuos no encuentran satisfacción en «ser ganados en la simple observación de las maravillas de una montaña, o un lago, o un pueblo simplemente siendo. No, la satisfacción se mide en términos de ganancia material
«Así que la montaña se convierte en grava, y el lago en líquido refrigerante de una fábrica, y a la gente se le agrupa para procesarla través de los molinos de adoctrinamiento que…» llaman escuelas.
Ser o tener se vuelve entonces, para mí, una decisión que hay que recuperar y tomar con urgencia, si queremos trascender lo que, como humanidad, se nos avecina.