Jimmy Gator, ése decadente conductor de televisión que Paul Thomas Anderson creó para su magnífica obra Magnolia (1999), dice una de las líneas (y hablando de Magnolia hay muchas) más memorables del filme:
«We might be through with the past, but the past ain’t through with us.»
Puede que hayamos terminado con el pasado, pero el pasado no ha terminado con nosotros, expresa Gator magnificando la esencia de una vida con recuerdos que no siempre son gratos.
La anécdota viene a colación porque muchas veces esos recuerdos incluyen un saldo pendiente.
Philomena, la más reciente película del británico Stephen Frears habla sobre ello. La traición, el perdón y la fe como ejes temáticos. Y una dura reflexión hacia las siempre hipócritas prácticas de la iglesia católica.
Cuando el periodista Martin Sixsmith (Steve Coogan) es despedido del partido Laborista bajo circunstancias algo vergonzosas, decide tomar un año sabático y alejarse para escribir un libro, pero sus planes cambian al toparse con la historia de Philomena (Judi Dench). De adolescente, Philomena vivía en el convento de Roscrea en Irlanda. En una noche de esparcimiento en la feria local, conoce a un joven y como se esperaría que suceda con una chica a la que se le ha reprimido su naturaleza, tiene relaciones y queda embarazada. En el convento da a luz y ve crecer a su hijo Anthony con la ayuda de las monjas, hasta que un día sin previo aviso y sin su consentimiento la separan de él dándolo en adopción. A partir de ese momento y hasta la actualidad donde Philomena ya es un anciana que hizo otra vida, no pasa un día sin que piense en Anthony. Un poco obligado por su esposa y también por otra hija que Philomena tuvo años después, Martin ve algo de interés en el caso y decide ayudarla a contar la historia y de paso buscar el paradero de su hijo.
Gracias a los contactos de Martin y su agudo oficio periodístico, se enteran que Anthony vive en los Estados Unidos, así que emprenden juntos el viaje hacia el continente americano en busca de más información. A partir de aquí Philomena sabrá que tal y como dice Gator en Magnolia, el pasado tampoco ha terminado con ella. La incansable búsqueda (ahora también de Martin) les depara sorpresas que incluyen un cúmulo de sentimientos y auto conocimiento.
Después de un regular intento de comedia americana también con tintes biográficos (Lay the Favorite, 2012), Stephen Frears regresa a su mejor forma con otra comedia que en realidad es un tremendo drama. Con Philomena, al igual que en su obra maestra High Fidelity (2002), Frears dibuja a un personaje maduro en pleno aprendizaje, aunque en este filme lo interesante es que no sólo se trata de la protagonista, sino de su acompañante, Martin.
Decíamos que Martin acepta indagar en el caso con ciertas reservas. La razón principal es que cree que este tipo de historias de “interés humano” están hechas para vender y son dirigidas hacia gente vulnerable, ignorante y de mente débil. Martin, recién desempacado de la política, no está dispuesto a rebajarse. Pero el caso de Philomena poco a poco lo va metiendo en una dinámica que lo acorrala. Por un lado el aspecto sentimental de ver a una señora grande, pero llena de entereza a pesar de no tener la mínima pista sobre su hijo, lo inspira. Y por otro ir descubriendo que la historia de Philomena posee aristas que apuntan hacia el convento donde vivió de joven y, previsiblemente, mentiras y secretos de la iglesia.
En ésta perfectamente establecida curva del personaje descansa también gran parte de la ficción. Y no es casualidad (¿acaso las hay en el cine?) dado que el guión fue escrito por el mismo Coogan a partir del libro “The Lost Child of Philomena Lee”. Naturalmente contiene una buena dosis de comic reliefs que sirven para lucimiento de Coogan y Judi Dench como una pareja dispareja que por momentos homenajea al cine clásico. Mención aparte que la buena química entre ellos, la personalidad flemática y ad hoc de Coogan y una que otra referencia política y literaria hace que estas dos estrellas sean el maquillaje perfecto para el drama. En ese sentido la habilidad de Frears para establecer un tono es admirable. Desde la forma de relacionar los espacios con la acción, hasta contener la parcialidad de la historia. Porque si bien Philomena es un caso real, es cierto que el relato se carga absolutamente hacia su causa. La obviedad pudiera hacer que el filme se desborde, sin embargo, en esta coyuntura de los juicios y las opiniones contrarias, Frears y Coogan depositan el elemento perfecto para aliviar el escollo: la fe.
Dirigida hacia un inevitable y trabajado tercer acto que resulta tan aborrecedor como incomprensible, Philomena vuelve hacia el principio (físico y sentimental) narrativo de la película. En ese círculo existe una lección que, también volviendo al inicio del texto, Magnolia ofreció en una dosis pequeña dentro de su múltiple entramado de personajes.
Si en el filme de P.T Anderson el personaje de Frank Mackey tenía un serio conflicto con su padre y le era imposible sentir compasión ante el abandono y la muerte, Philomena ofrece la otra cara de la moneda. El paralelismo bíblico del perdón crea un fino relato cinematográfico. Y también una bofetada de guante blanco que a fuerza de repetición ya es familiar. Y que a pesar de su realidad, la iglesia sigue negando.