El poder, en su acepción más reconocida, es la capacidad de lograr algo. El poder ha estado presente en todas las sociedades, como aseguran Thomas Harris (Jefes, cabecillas y abusones), Luis Villoro (El poder y el Valor) o Ikram Antaki (Manual del ciudadano contemporáneo) no siempre de la manera en que actualmente lo conocemos; anteriormente poder era el de las personas más ancianas de la comunidad en el sentido de autoridades morales, o los cazadores más experimentados, debido a su habilidad, o las más viejas cocineras o labradoras de la tierra. Este tipo de poder no resultó del todo malo para las sociedades, porque era una muestra, un ejemplo moral o físico de lo que podían y debían ser y hacer sus miembros.
El problema, para much@s, se sucede cuando nace el poder político, el cual es, según Rodrigo Borja (Enciclopedia de la Política): “La antiquísima prerrogativa de mandar, imponer los designios de la propia voluntad, dar órdenes y exigir su cumplimiento, en el seno de la sociedad políticamente organizada, (y que) ha conservado a través de los siglos su prestigio y atracción.” El problema con éste tipo de poder, es que depende de la voluntad única de quien lo ejerce: sólo quien lo posee decide sobre los demás a capricho y voluntad.
Se creyó que con la aparición del estado moderno, éste tipo de abuso terminaría, porque, en teoría, el ejercicio del poder ya no se daría de manera personal y mucho menos unipersonal, sino a través de instituciones impersonales, las cuales se controlarían las unas a las otras (la división de poderes) y las cuales son controladas por la sociedad por mecanismos como el voto, la opinión pública, etc. Y bueno, toda esta evolución de la teoría política, que tomó siglos y que es verdaderamente hermosa, se ha visto contrastada con los hechos:
En específico: en Zacatecas se vive un proceso electoral que llevará a la modificación de la conformación de dos de los tres poderes estatales y de los ayuntamientos en la entidad. Sabemos que muchas de las decisiones que afectan a una gran mayoría de zacatecan@s siguen siendo tomadas por la persona que ocupe el ejecutivo y que, la división de poderes en muchos de los casos es una burla, sobre todo en lo que se refiere al Legislativo, que, a la hora realizar las funciones propias, depende del “permiso” de quien ocupe el Ejecutivo. Al estar la democracia dañada de fondo, con poca participación ciudadana en cuestiones de interés general y con un gobierno incómodo que la evita, que la reprime y que la sanciona de distintas maneras, el mecanismo del voto se vuelve un instrumento de legitimación de candidat@s elegidos al contentillo de quienes les preceden en el poder y no uno de control social. Así mismo, se corrompen otros mecanismos de control sobre el poder político como la prensa o las asociaciones civiles y hasta los movimientos sociales.
Me parecía importante, pues, dar toda esta voltereta por teorías y hechos, para llegar a un tema que es central en éstas campañas políticas: la llamada “Reforma de Estado”, tan mentada por políticos, economistas o empresarios pero siempre confusa y rehuida. En Zacatecas, he visto cómo tres empoderad@s la han despreciado o la han temido: Ricardo Monreal, Amalia García y Miguel Alonso.
La reforma de estado que “suena” en Zacatecas, tiene que ver principalmente con el antiautoritarismo, la eliminación de la corrupción, la actuación comprometida y responsable de las instituciones encargadas de procurar y administrar justicia y seguridad pública en general, así como la democratización de las instituciones estatales (con lo que esto signifique e implique), además de que plantea volver, con sus limitantes, a un Estado más comprometido en la regulación del mercado (hasta donde entiendo). Esto para mí es un avance enorme, porque claramente prefiero menos poder político, menos enriquecimiento a costa de l@s demás, mejores condiciones de económicas para tod@s y sobre todo paz.
Pero aquí vale la pena detenerse para confesar que también coincido con otra opinión: Daniel Salazar (La Jornada 10/04/16), se opone totalmente a este proyecto ya que, dice, “es lo más progresista” que pueden plantear con las iniciativas aquellas personas ligadas al poder político. Dice Salazar que un verdadero cambio “no pretende regenerar las instituciones corruptas y decadentes actuales. Plantea la urgencia de un cambio revolucionario, es decir, la destrucción del Estado capitalista cuya barbarie en curso amenaza ya la vida en el planeta.”
Aquí surge otro tema que me parece de vital importancia: el anticapitalismo en las luchas sociales: al ser el capitalismo una relación social, si no se destruye ésta no es posible un cambio de fondo, real. Vemos, pues, al gobierno zacatecano apoyarlo, alentando la instalación de un Mc Donald’s en el centro histórico, permitiendo y apoyando el despojo de bienes comunes (agua, territorios, conocimientos, etc.) a las comunidades por parte de las mega empresas mineras en gran parte del territorio estatal o impulsar los nuevos tipos de esclavismo en convenio con maquiladoras, bancos, etc.
Pero cabe mencionar que no coincido con Daniel cuando dice que la toma del poder político evitaría esta alianza ”natural” entre Estado y Capital: en Ecuador, en Uruguay, en Brasil y hasta en Bolivia, se impulsó el desarrollo económico a costa de destruir tejidos sociales a diestra y siniestra.
En estos momentos he querido ver una buena señal en la Reforma de Estado; ojalá la voluntad política de quien gobierne y la presión y participación ciudadana coincidan. Pero también me queda claro que el Estado, el Poder y el Capitalismo van de la mano, y que la destrucción de los mismos será desde abajo y a la izquierda: la economía moral, los valores vernáculos, la subsistencia; despojarnos cada vez más de esa atracción que nos genera el poder político y el desarrollo económico y construir la contrahegemonía del conocimiento, los verbos y las acciones colectivas e individuales; recuperar el habla y la utopía (como proponía Benedetti).
Si tenemos claras estas diferencias entre las luchas, podremos encontrar infinidad de hermosas afinidades, que no tendrían que ser permanentes. Así, en solidaridad podremos construir apoyos mutuos, tolerancias, solidaridades y respetos; las uniones en las diferencias; la íntima convicción en que sólo somos iguales en el hecho de que somos diferentes.