Por los senderos de los libros, los periódicos y la literatura (1850-1857)

Share on FacebookTweet about this on TwitterShare on Google+Pin on PinterestShare on TumblrShare on LinkedInEmail this to someone

Adelanto del libro: Un lector de la Reforma, Jesús González Ortega

Por Marco A. Flores Zavala

La presencia de Jesús González Ortega en el espacio público literario puede justificarse por su trabajo en el ayuntamiento de la villa de san Juan Bautista del Teúl. Esta labor lo integró al grupo de individuos que monopolizaba los cargos burocráticos dedicados al asentamiento de los actos de gobierno, y participaba en los circuitos de producción y consumo de la cultura impresa. Pero realizó otras actividades lecto-escriturales que lo consolidaron en el espacio público literario; luego lo llevaron a la esfera política.

El tránsito era posible porque no existía la profunda diferenciación entre las acciones culturales y las políticas. Más todavía, la escritura literaria era entendida como un hecho cívico y pedagógico que servía para la formación de la ciudadanía.[1] Las actividades que realizó fueron el establecimiento de una agencia de venta de libros; escribió textos poéticos que circuló en las mesas de redacción de periódicos de Guadalajara, Zacatecas y la Ciudad de México; y, fue orador en las ceremonias cívicas y en las tertulias que sus coetáneos organizaron en las villas de Teúl y Tlaltenango.

La agencia de suscripciones de libros la abrió en 1853. La cerró cuatro años después, cuando dejó Tlaltenango para desempeñar el cargo de diputado local. En el comercio de libros sustituyó a José María Sánchez Román. El primer catálogo que ofertó fue el de la casa Cajigas. En la lista de venta contenía, entre otras obras:

Aventuras de Telemaco de Francois Fenelón.

Luis XIV y su siglo de Alejandro Dumas.

Mitología ilustrada.

Pablo y Virginia de Jacques-Henri Bernardin de Saint Pierre.

Cuentos de Charles Perrault.

Artes de brillar en sociedad de Gabriel Alhambra.

Las confidencias de Alphonse Lamartine.

Granada de José de Zorrilla.

Ruinas de mi convento de Fernando Patxot.

Las memorias del diablo de Frédéric Soulié.

Poesías de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga.

El Mundo, enciclopedia de todos los conocimientos humanos.

Enciclopedia Europa y América.

La venta era por obra completa, o libros por entregas (folletos que posteriormente eran empastados). El pago era por porcentaje de la venta o se compensaba con libros. Después de la casa Cajigas, las siguientes empresas que le enviaron catálogos fueron  las casas de Rueda y Riesgo, Buxó y Aguilar, Juan S. Navarro.[2]

La circulación de libros, fuera por venta, préstamo u obsequio, en Zacatecas, como región comercial, no era un asunto extraño en el mercado y en las sociabilidades. Así se aprecia en los múltiples avisos para suscripción o venta directa de libros que aparecieron en los periódicos. Igualmente se puede obtener información en los testamentos redactados en aquellos años, donde los libros ocupaban un espacio entre los bienes heredados.

Lo que sí era una anomalía del libro, era el patrocinio. Una reunión de libros editados en el siglo XIX, en el estado, puede indicar que el gobierno estatal es el mayor editor de libros. El hecho se debe atenuar, en tanto el gobierno y algunas de las jefaturas políticas (Zacatecas, Fresnillo, Sombrerete) tenían presupuesto destinado para sus impresiones (memorias gubernamentales, colecciones de leyes, materiales de enseñanza y lectura para los centros educativos). Además, se contaba con lectores cautivos, quienes no necesariamente compraban los impresos. Adquirían los documentos gratuitamente, al pertenecer los documentos al programa de difusión gubernamental. En cambio, las adquisiciones de libros no gubernamentales eran hechas principalmente por particulares, y no por las instituciones públicas (fueran escuelas o bibliotecas). Las entregas gratuitas entre particulares eran una correspondencia a los intercambios efectuados en las redacciones de periódicos.

La venta de libros, que González Ortega emprendió, se mantuvo. Existieron ganancias pecuniarias y recepción de libros como pago. Esta labor indica una activa labor de persuasión ante los compradores. El área de venta no se circunscribió a la región económica y política que tenía como eje a la villa de Tlaltenango. También concurrieron compradores de Jalisco y Zacatecas.

La nómina que construyó de suscriptores, posteriormente le adquirió los periódicos El Pobre Diablo (1855-1857) y La Sombra de García (1857). Siendo voluntaria la adhesión a la red lectural, permite situarla como una relación social moderna. Lo es, porque predomina la voluntad individual de adherirse; y se hizo después de efectuar el ejercicio racional en la selección y adquisición de libros. Estos objetos fueron comprados con base en la información que proporcionaban los catálogos y las reseñas que enviaban los libreros.

El éxito que obtuvo en la actividad comercial, permite inferir que sus preferencias literarias tuvieron aceptación, porque eran similares a las de los suscriptores. Era el ejercicio de una práctica cultural que procuraba el placer romántico de la lectura. Para constatar este enunciado, vayan dos marcas: está la posesión de la revista El Ateneo Mexicano (1844), cuyo corresponsal en Zacatecas fue Victoriano Zamora.[3] Luego, en noviembre de 1851, González Ortega procuró suscriptores para el periódico El Profeta, impreso que dirigiría Zamora. Se muestra que los vínculos, entre ellos, fue anterior a la política.

Siendo González Ortega un lector asiduo, y lo fue así toda su vida,[4] su adhesión a la red de lectores de El Ateneo Mexicano, lo llevó a una comprensión referente a la lectura y escritura próxima a las manifestaciones de El Recreo de las Familias, El Museo Mexicano y El Ateneo Mexicano. Éstas revistas fueron publicadas en la Ciudad de México. En ellas se postulaba a la literatura como un medio para la instrucción y la distracción de los lectores. Esta fórmula, que proviene de las poéticas neoclásicas, enlazó a la literatura con el estudio de la historia del país y con la práctica política tendiente a definir un proyecto nacional para México. González Ortega lo expresó así:

Cisne divino, tú que pasaste los anchurosos mares rizando apenas sus cerúleas ondas. Ave canora de ignotas regiones, que emigraste del otro mundo para hacer escuchar tus trinos y gorjeos en los bosques poblados y vírgenes de América […] Canta, y con las vibraciones de tu lira de oro, de tu célico plectro acalla por un momento, inter dura siquiera tu fugaz y efímero paso por estas regiones, los gritos del destino, narcotiza los pesares de la vida, como adormecía a las fieras con los sonidos de su flauta el Orfeo de la fábula. Canta la hermosura del mundo de Colón, del imperio de Guatimozin y Moctezuma, de la tierra de Hidalgo y de Morelos […] Canta a sus bosques poblados y espesos, matizados de flores, bañados por brisas embalsamadas, por céfiros blandos, por ambientes agradables. Canta sus extensas llanuras, sus pintorescos valles, sus encantadas y poética barrancas, sus imponentes volcanes, majestuosas cataratas y sus caudalosos ríos. Canta, vate, esa es tu misión sobre la tierra.[5]

En la segunda sección de este libro, están parte de los textos poéticos y políticos que escribió González Ortega. Parte de los textos fueron redactó para leerlos en un auditorio cerrado. Esta faceta, de escritor-lector delegado de la comunidad, lo sitúa como un intermediario cultural entre la autoridad política y los oyentes-pueblo. En la lectura de los textos se percibe que, para desempeñar el rol de intermediario, tuvo el reconocimiento de escritor. Severo Cosío[6] le envió una carta a González Ortega. Lo hizo en agosto de 1851. En el documento expresa:

El crédito literario se consigue con el ejercicio, con la lectura y con la aplicación a objetos que ofrezcan un interés grande y sublime a la imaginación.

Y no debe desperdiciar su talento poético. Dios y la naturaleza están delante, y ellos ofrecen al poeta un cuadro inmenso, donde pueda recoger las más nobles y felices inspiraciones. No hay que dejarse dominar únicamente por los sentimientos apasionados y amorosos, particularmente en aquellos ensayos que deben confiarse al público; a éste es preciso presentarle revelaciones en que la musa sea el eco fluido y armonioso de las emociones que deben afectar a todos los corazones.[7]

Jesús González Ortega fue reconocido por sus contemporáneos como escritor. Tal definición la adquirió conforme se tuvo conocimiento de sus publicaciones. Estas comenzaron en 1849. En un periódico de Guadalajara apareció un poema que dedicó al exgobernador de Zacatecas, Manuel González Cosío[8]. Dos años después, al solicitar una suscripción a La Concordia, el periódico oficial de Zacatecas, envió el poema “En la tumba de un poeta”. Aceptada la pieza poética, por los responsables de la publicación, el texto apareció en abril de 1851.[9] El poema lo dedicó a Severo Cosío, a la sazón secretario de gobierno. Cosío le respondió con una elocuente carta:

Debo tributar a usted mi reconocimiento por la poesía que tuvo a bien dedicarme, titulada En la tumba de un poeta. La cual ha salido en el último número del periódico oficial y además se ha publicado suelta. Le remito algunos ejemplares.

Tanto más grato me ha sido este obsequio de parte de usted, porque carezco de todo mérito para que me lo dedicara. Yo lo acepto como una primicia de su talento y de sus sentimientos poéticos y generosos, deseando que los perfeccione y desarrolle para que llegue a hacer honor a la literatura de su patria y en particular al estado de Zacatecas.

Desgraciadamente nuestra juventud vive abandonada, vive sin ilusiones, sin esperanzas ni recuerdos. Esto consiste por su poca dedicación a la literatura y a que no cultiva sus facultades con la constancia y el esmero que se necesita para ilustrarlas. Veo que usted sin estímulo alguno, y desde el páramo donde se halla, sigue una senda diversa, y mucho me complazco con ello, asegurándole que si no la abandona, obtendrá la satisfacción de merecer las simpatías de todos los amantes de la literatura.

No deje usted evaporar los sentimientos de su juventud. Trabaje en sus horas de desahogo y tendremos nuevas producciones, que yo siempre recibiré con gusto para darles publicidad, amenizando con ellas el periódico del estado, o cualquiera otro donde sea conveniente insertarlas.

Se le hicieron algunas ligeras variaciones a su poesía, pero sin alterar su sentido. Ella contiene versos muy hermosos que le harían honor a cualquiera que estuviese más familiarizado con este ramo de la literatura.[10]

Destaquemos dos de las cuestiones asentadas en la carta, por ser elementos que impactarán en la trayectoria de González Ortega, además le otorgarán el status de escritor. La primera, desde la competencia literaria de Severo Cosío, el texto reunió los requisitos mínimos para su publicación en el periódico más importante del estado. Un dato que permite situar la valía de la aceptación es la trayectoria del mismo Cosío, quien tuvo su iniciación literaria pública en 1844, cuando publicó un poema dedicado al escritor Fernando Calderón.[11]

 la segunda cuestión es la promesa de próximas publicaciones. Ello se cumplió. Conforme se recibieron los textos que tuvieran la calidad de la primera colaboración. También ocurrió el rechazo de textos. La aceptación permitió que el nuevo escritor ingresara al grupo informal de poetas que cubrían la sección de variedades de los periódicos impresos en la ciudad de Zacatecas. En el grupo están, principalmente, Josefa Letechipía de González y los profesores del Instituto Literario Vicente Hoyos y Octaviano Pérez. [12]

El reconocimiento de poeta, le permitió a González Ortega continuar publicando sus piezas poéticas en el periódico oficial. Lo hizo sin importar los cambios gubernamentales en la primera mitad del siglo XIX (salió Severo Cosío de la secretaría de gobierno, y Vicente Hoyos ocupó el cargo en 1854. Ver cuadro uno). Con los cambios políticos, La Concordia dejó su lugar a El Registro Oficial. En este periódico publicó A mi Merced, el cual fue leído y comentado por sus coetáneos. Va un referente: Teodosio Barragán le escribió de Monte Escobedo, para referir que leyó la pieza poética.[13]

De acuerdo a la reseña histórica del periodismo zacatecano, que redactó Elías Amador,[14] en lo que corresponde a los periódicos debe considerarse que estos fueron el medio primordial para la circulación de textos literarios en Zacatecas. Lo fue frente a los libros. La circulación simultánea de publicaciones literarias, junto con los de tipo político o de corte pedagógico, puede entenderse en razón de que los escritores no eran profesionales de la pluma. A la literatura dedicaban el tiempo del ocio laboral y social. Siendo los escritores y políticos los lectores de los impresos, impulsaron la publicación de la literatura cuando la competencia periodística facilitaba su circulación: a menos textos políticos, mayor espacio para la literatura. Por cierto, en El Registro Oficial apareció, por primera vez en Zacatecas, el himno nacional mexicano. Se hizo con la anotación de que los jurados para tal pieza poética fueron José Joaquín Pesado y Manuel Carpio.[15] Estos autores están presentes en la biblioteca propiedad de Jesús González Ortega.

[1] CHOCANO MENA, 1999, pp. 26-27. Cfr. LLORENS, 1998. DEL PALACIO, 2001, pp. 22-23.

[2] “De Cajigas a JGO”, Ciudad de México, abril 16, julio 15, noviembre 1 de 1853, octubre 7 de 1854. “Editores Rueda y Riesgo a JGO”, Ciudad de México, noviembre 28 de 1853. “Señores Morales y Buxó a JGO”, Ciudad de México, agosto 3 de 1854. “José A. Godoy a JGO”, Ciudad de México, febrero 9 de 1856. “Juan R. Navarro a JGO”, Ciudad de México, abril 1 de 1856.

[3] La Gaceta, marzo 28 de 1844. “De Victoriano Zamora a JGO”, Zacatecas, noviembre 19 de 1851.

[4] GONZÁLEZ ORTEGA, 1941, pp. 213, 263, 377-378.

[5] Véase el texto A don Tomas Ruiseco.

[6] Severo Cosío (¿? – Zacatecas, 1873). Minero de la región Fresnillo-Villa de Cos. Impulsó la instalación del protestantismo en México. Fue gobernador y secretario de gobierno en diferentes ocasiones. Uno de los primeros textos que publicó fue una nota necrológica sobre el dramaturgo Fernando Calderón (El Observador Zacatecano, 1844). Publicó múltiples periódicos, como El Porvenir (1868), El Jornalero de la Prensa (el primero, en Zacatecas, que utilizó la vía telegráfica como fuente de información noticiosa). Las opiniones políticas que publicó en El Defensor de la Reforma (1869) las reprodujo El Siglo XIX de la Ciudad de México. Véase cuadro uno.

[7] “Severo Cosío a…”, Fresnillo, agosto 14 de 1851.

[8] Manuel González Cosío (Zacatecas, 1790 – Pabellón, Ags., 1849). Hijo de padres españoles. Vivió y estudió en Jerez, donde su padre era comerciante. Se casó con Josefa Letechipía (véase nota 32). Sus hijos: Manuel (colaborador con González Ortega y ministro de Guerra con Porfirio Díaz) y Josefa (esposa de Miguel Auza) colaboraron con piezas poéticas en la prensa local. Don Manuel estudió en el seminario de Guadalajara, donde cursó filosofía. Previo a su arribo a la ciudad de Zacatecas, se desempeñó como administrador de correos en Jerez. A partir de 1824, y hasta su muerte, se dedicó a laborar en la secretaría de gobierno y en el consejo de gobierno, razón por la cual fue responsable redactor de los periódicos oficiales (Gaceta del Gobierno de Zacatecas). Parte de sus ingresos económicos los consiguió en inversiones que realizó en actividades mineras. Fue gobernador en 1835 y en 1846-1849, en ambos casos lo destituyeron por razones políticas.

[9] “Juan Ortega a JGO”, Jerez, marzo 4 de 1850. “Jesús Valdés a JGO”, Zacatecas, abril 19 y mayo 24 de 1851.

[10] “Severo Cosío a JGO”, Zacatecas, abril 29 de 1851.

[11] Fernando Calderón (Guadalajara, Jal., 1809-Ojocaliente, Zac., 1845). Fernando Mariano de la Purísima Concepción Calderón Beltrán descendía de una familia criolla acaudalada y con título nobiliario (conde de Santa Rosa). Estudió en Guadalajara la carrera de abogado. En 1829 se instaló en la ciudad de Zacatecas, aquí laboró en el Tribunal de Justicia y en la Asamblea Departamental. También administró sus propiedades. Asistió a tertulias políticas y culturales con Luis de la Rosa, Bibiano Beltrán, Luis G. Solana y Casimiro Cenoz, con ellos impulsó la remodelación del teatro de la ciudad y la publicación de un par de periódicos. Salvo su estancia en la Ciudad de México (1835-1837), el resto de su vida la pasó en el territorio zacatecano, donde escribió la mayor parte de su obra dramática. Su obra lírica la publicó principalmente en El Pasatiempo (1829, 1830), La Gaceta del Gobierno Supremo de Zacatecas (1828-1844), y en otros periódicos de la Ciudad de México. Las piezas dramáticas, que aparecieron en diferentes ediciones, fueron estrenadas en el teatro de Zacatecas. La primera reunión definitiva de sus textos literarios se hizo en 1882, bajo la dirección de su hijo Fernando. La Universidad Autónoma de Zacatecas, en 1986, reimprimió el libro que organizó Manuel Payno (1844); la UNAM, en 1999, también reimprimió la obra de Calderón, allí se agregaron los estudios de Francisco Monterde. Ambos libros estuvieron coordinados por Fernando Tola de Habich

[12] Josefa Letechipía de González ( ¿? – Pabellón, Ags., 1854). Esposa de Manuel González Cosío. Sus poemas aparecieron en periódicos de Zacatecas (La Gaceta del Gobierno Supremo de Zacatecas y La Concordia) de Guadalajara (El Ensayo Literario, órgano de la asociación La Falange de Estudio, 1849-1851, a ella perteneció como socia honoraria). Está antologada en El presente amistoso dedicado a las señoritas mexicanas (1847), Antología de poetisas mexicanas (1892) y en la Colección de varias composiciones poéticas de señoras zacatecanas (1893).

Vicente Hoyos (Zacatecas, 1821-1894). Estudió en el Instituto Literario de García (sus compañeros de clase: Trinidad García de la Cadena, José María Echeverría, Tomás de la Parra y Felipe Raigosa, reputados como liberales, fueron alumnos de Teodosio Lares y Pedro Bejarano, sujetos que fungirían en diferentes posiciones ministeriales en el imperio de Maximiliano). Hoyos, además de laborar en la administración de justicia, se desempeñó como secretario de gobierno (1853) y redactor del periódico oficial. En 1855 fue gobernador del estado y en 1866 prefecto político. Desde estudiante se le consideró poeta, en tal condición le permitieron pronunciar textos en las ceremonias escolares y fiestas cívicas. Publicó sus poemas en El Observador Zacatecano (1844) y La Concordia.

Octaviano Pérez. En 1855 fungió como escribiente en la Jefatura Superior de Hacienda del Departamento de Zacatecas. Redactó, junto con Julián Torres y Julio Márquez La Abeja Zacatecana (1861). Colaboró en La Concordia.

[13] Teodosio Barragán a JGO”, Monte Escobedo, enero 15 de 1854.

[14] El Defensor de la Constitución, Zacatecas, octubre 8 de 1892.

[15] El Registro Oficial, marzo de 1854.

Deja un comentario