¿Por qué protestan los antorchistas?

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aquilesAquiles Córdova Morán

Aunque en menor cantidad y virulencia que otras veces, han vuelto a aparecer las injurias, calumnias, acusaciones y demandas de represión en contra de los antorchistas en represalia por el plantón que mantienen frente a la SEGOB desde hace dos meses y por las multitudinarias manifestaciones que han llevado a cabo en la ciudad de México. Lo cierto en todo esto es que nadie quiere (o nadie puede, quizá) darse por enterado de las verdaderas y profundas razones que mueven a los antorchistas  Eso es lo que queda claro, precisamente, en el tono y el contenido de la guerra mediática, y esa es la razón de por qué me ocupo del problema y de la forma en que lo hago.

Hoy parece ya imposible discutir, y más todavía negar, que hay dos problemas muy graves y fundamentales en el país que son causa y explicación de muchos otros, entre los cuales no es el menor la desestabilización y la rápida pérdida de la cohesión social que estamos presenciando. Esos problemas son la lacerante pobreza de la mayoría de los mexicanos y la gran desigualdad que reina entre nosotros. Y digo que ya no es posible negar esto, porque los estudios de especialistas muy calificados (y nada sospechosos de “izquierdismo trasnochado”), así como los hechos y las cifras que arrojan o en que se apoyan tales estudios, abundan más que hongos después de la lluvia y están prácticamente al alcance de todos, gracias a los modernos medios masivos de difusión. Pongo aquí tres ejemplos.

La OCDE, en documento de 21 de mayo de 2015, dice: “La desigualdad de ingresos en México es una de las más altas en los países de la OCDE y ha aumentado de nuevo en años recientes.” Y más adelante: “En 2012 el ingreso promedio de la población en el 10% superior de escala de ingresos fue 30.5 veces más alto que el del 10% inferior, arriba de una proporción de 22 a 1 a mediados de la década de 1980”. Es decir, que en la década de los 80s del siglo pasado los más ricos del país ganaban en promedio 22 veces más que los más pobres, pero para 2012, el rico ganaba 30.5 veces más que el pobre, lo que prueba el gran incremento de la desigualdad en el país. Refiriéndose a la pobreza, dice la OCDE: “La pobreza de ingresos relativa (población que se encuentra debajo del 50% del ingreso medio) en México es casi el doble que el promedio de la OCDE”; y añade luego: “Usando como punto de referencia el umbral de pobreza medido antes de la crisis (la de 2008, ACM), la pobreza aumentó 3.5 puntos porcentuales. A la inversa de la mayoría de los países de la OCDE”. La Jornada del 30 de mayo publica una nota de Susana González G. en la que se lee: “México y Venezuela fueron los únicos países de América Latina donde aumentó la pobreza y la indigencia entre 2011 y 2013, reveló la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)”. “Ambos rubros crecieron en México a una tasa anual de 0.4% en dicho periodo…” Finalmente, La Jornada en línea difundió un documento respaldado por más de 300 catedráticos e investigadores en el cual se dicen muchas y muy interesantes cosas que comentaré otro día; hoy sólo citaré algo de lo que tiene que ver con mi asunto: “No sólo extraviamos el camino del desarrollo, también sufrimos un fuerte deterioro del bienestar de las mayorías nacionales. Durante el período 1983-2014, los salarios mínimos perdieron 71.9% de su poder de compra (…) y los ingresos medios de los campesinos se redujeron más de un tercio en términos reales; se agigantó el sector informal de la economía hasta incluir a 58% de los desocupados, y más de 30 millones de mexicanos cayeron en la pobreza”. (Subrayado de ACM) En resumen, pues, la pobreza y la desigualdad en México siguen creciendo en forma incontenible, y esto es algo que nadie o muy pocos pueden discutir.

El Movimiento Antorchista Nacional sostiene que la crisis nace del modelo neoliberal, del “capitalismo salvaje” como le llaman otros, en el que hemos vivido desde la última década del siglo pasado, y que la solución está, por tanto, en la corrección enérgica de dicho modelo. Proponemos cuatro medidas básicas (no únicas): 1) una política fiscal progresiva, redistributiva, que cobre mayores impuestos a quienes ganan más para que el gobierno cuente con recursos suficientes para crear los empleos que hacen falta, y financiar servicios tales como educación, salud, alimentación, seguro contra los riesgos de trabajo, pensión universal para la vejez, etc., en favor de los más pobres; 2) creación de empleos para todos los que estén en edad de trabajar; 3) incremento sustancial de los salarios, para que cubran las necesidades básicas de una familia; 4) Reorientación del gasto social hacia la población menos favorecida. Sabemos que los defensores acérrimos del neoliberalismo se burlan de nuestras propuestas porque, según ellos, una política fiscal progresiva desincentivaría a los inversionistas y provocaría una crisis que dañaría en primer lugar a los mismos pobres que se quiere beneficiar; que elevar los salarios sin elevar la productividad es inflacionario; que la desigualdad no sólo es inevitable sino incluso benéfica porque, al dar más recursos a los capitalistas, provoca el crecimiento de la inversión productiva, de la economía y del famoso PIB, generando así los empleos necesarios, la elevación de los salarios sin inflación y la mejora en los niveles de vida de toda la población. Pero veamos qué dice sobre esto un verdadero especialista, el premio Nobel de economía 2001, Joseph E. Stiglitz:

“…El poder de los mercados es enorme, dice, pero no poseen un carácer moral intrínseco. Tenemos que decidir cómo hay que gestionarlos (…) los mercados han desempeñado un papel crucial en los asombrosos incrementos de la productividad y del nivel de vida en los últimos doscientos años (…) Pero el gobierno también ha jugado un importante papel en esos avances, un hecho que habitualmene los defensores del libre mercado se niegan a reconocer”. “Los mercados también pueden concentrar la riqueza, trasladar a la sociedad los costos medioambientales y abusar de los trabajadores y de los consumidores.”  Por todo esto, “resulta evidente  que es necesario domesticar y moderar los mercados, para garantizar que funcionen en beneficio de la mayoría de los ciudadanos” Más adelante dice Stiglitz: “Se supone que la gran virtud del mercado es su eficiencia. Pero evidentemente el mercado no es eficiente. La ley más elemental de la teoría económica (…) es que la demanda iguale a la oferta. Pero tenemos un mundo en el que existen gigantescas necesidades no satisfechas tales como: inversiones para sacar a los pobres de la miseria; para promover el desarrollo en los países menos desarrollados (…) para adaptar la economía mundial con el fin de afrontar los desafíos del calentamiento global. Al mismo tiempo tenemos ingentes cantidades de recursos infrautilizados: trabajadores y maquinaria que están parados o que no están produciendo todo su potencial. El desempleo –la incapacidad del mercado para crear puestos de trabajo para tantos ciudadanos- es el peor fallo del mercado, la principal fuente de ineficiencia y una importante causa de desigualdad”. (subrayado de ACM). Sobre la justicia inmanente del mercado, Stiglitz remacha: “Se trata de la llamada «teoría económica del goteo» que tiene un largo pedigrí pero que hace ya un buen tiempo que está desacreditada”. ¿Se puede ser más claro sobre los sofismas que encierra el fundamentalismo de mercado, tan respetado y acatado en México?

El Movimiento Antorchista piensa con Stiglitz que los males del país nacen del  neoliberalismo y de los funcionarios que, por convicción o por comodidad, dejan al mercado la tarea que a ellos compete. Por eso propone las cuatro medidas dichas; por eso exige al Estado mexicano que tome medidas eficaces para redistribuir la renta nacional entre todos los mexicanos; por eso lucha por vivienda, escuelas, caminos, instalaciones deportivas, hospitales, pavimento, etc. Estamos empujando nuestro proyecto de país, pero, en particular, el inciso cuarto, esto es, la reorientación del gasto público en favor de los más desvalidos. ¿Alguien puede probar que estamos equivocados? Quien pueda hacerlo que lo haga; pero que deje ya de una vez a un lado el pobre y manido discurso de calumnias, insultos y velados reclamos de represión en nuestra contra. Nosotros no claudicaremos; no dejaremos de salir a la calle a denunciar la injusticia social, aunque nunca se nos resuelva nada; aunque se redoblen el silencio, el despotismo y el menosprecio con que hoy se nos trata. Porque nuestra lucha no es por unas cuantas viviendas, por educación de calidad en tres escuelas o por una calle pavimentada más. Es por un nuevo país, más orgulloso de sí mismo y más conciente de su grandeza y soberanía; más laborioso, productivo y justo para todos sus hijos. ¡Nada más, pero nada menos!

 

 

 

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